Aurora Bernárdez, la primera esposa y albacea de Julio Cortázar, murió ayer a los 94 años, en París, en el Centre Hospitalier Sainte-Anne, donde había sido internada esta semana, luego de sufrir un accidente cerebrovascular, informó el grupo editorial Penguin Random House.
Bernárdez estaba hospitalizada en el servicio de neurología de ese centro de salud, ubicado en el parisino distrito 14, y murió a las 8 (hora local, 4 de la Argentina), precisó el grupo editoral al que pertenece Alfaguara, a través del cual se publica la obra de Cortázar.
Aunque todos sabían que Aurora Bernárdez no era la Maga, sí fue la otra Maga, la auténtica, la que impulsó a Cortázar a escribir “Rayuela”, la que siguió siendo su amiga después de dejar de ser su mujer, y estuvo junto a él en su lecho de muerte y luego se convirtió en su albacea literaria, en la pregonera de toda su obra.
Bernárdez siempre estuvo presente en la vida de Julio Cortázar desde su primer encuentro en el café Boston, donde una amiga, Inés Malinow, se lo presentó en 1948 cuando todavía era un desconocido.
Hija de padres gallegos, Aurora nació el 23 de febrero de 1920, estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se graduó de licenciada en literatura.
Esa joven de “nariz respingadísima”, como la describió el propio Cortázar, encontró muchas afinidades intelectuales con el escritor desgarbado que pronunciaba mal las erres, y ambos establecieron un vínculo indestructible, a pesar de los vaivenes de la vida.
Luego del viaje de Cortázar a París, con una beca del gobierno francés, Bernárdez se le unió a fines de diciembre de 1952 y consiguió varios trabajos de traducción.
“Comíamos kilos de papas fritas, hacíamos los bifes casi clandestinamente porque en la pieza del hotel no había cocina, no nos dejaban cocinar, abríamos la ventana del cuarto para que no humeara tanto”, describió Aurora.
El 22 de agosto de 1953, en el barrio de la Mairie, se casaron por civil. Primero Cortázar y después Aurora consiguieron trabajo como traductores en la Unesco, un oficio que ella sostuvo hasta 1985, siempre como contratados, porque querían ser libres y viajar a diferentes lugares. Y así lo hicieron cada uno por su lado, a Roma, Montevideo y juntos a la India.
A fines de la década de 1950 vivieron en un departamento de la rue Pierre Leroux, donde Cortázar empezó a escribir “Rayuela”. A principios de la nueva década el escritor consiguió un contrato para traducir las obras completas de Edgar Allan Poe para la universidad de Puerto Rico, un trabajo en el que Aurora colaboró y que está considerado por los críticos como la mejor traducción de Poe. Con los 15.000 pesos que le pagaron, Cortázar compró un viejo galpón en París para vivir.
Cuando terminó de escribir “Rayuela” (1962), Cortázar le escribió a Paco Porrúa (1922), director literario de Editorial Sudamericana: “El libro tiene un sólo lector: Aurora. Su opinión del libro puedo quizá resumírtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final”.
“Aurora y yo, encastillados en nuestro granero, nos dedicamos al trabajo, a la lectura y a la audición de los cuartetos de Alban Berg y Schoenberg, aprovechando la ventaja de que aquí no hay nadie que nos golpee el cielorraso”, escribió el cronopio mayor.
Y no hace mucho el escritor Mario Vargas Llosa, gran amigo de la pareja, recordó: “Los había conocido a ambos un cuarto de siglo atrás en casa de un amigo común en París, y desde entonces, hasta la última vez que los vi juntos, en 1967, en Grecia, nunca dejó de maravillarme el espéctaculo que significaba oír conversar y ver a Aurora y a Julio en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital”.
Aurora Bernárdez tradujo desde el francés, el inglés y el italiano al español a autores como Gustave Flaubert, William Faulkner, Vladimir Nabokov, Ray Bradbury, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Paul Bowles, Lawrence Durrell, Italo Calvino y Albert Camus.
En 1963, Aurora y Julio viajaron a Cuba, una experiencia decisiva para el escritor que comenzó a vislumbrar un camino diferente a través del compromiso político con las causas revolucionarias en Latinoamérica.
Por el contrario, Bernárdez volvió a París muy desencantada, sin querer regresar más a la isla, un hecho que marcó el comienzo de “una crisis lenta pero inevitable”, como le escribió Cortázar a su amigo el pintor Julio Silva. Ya había decidido separarse, enamorado de la escritora lituana Ugné Karvelis, su agente en la editorial Gallimard.
La separación, luego de 14 años, no implicó un alejamiento entre ellos. El divorcio Julio se lo pidió recién ocho años después ya que nunca formalizó su relación con Karvelis para casarse con la escritora y fotógrafa Carol Dunlop.
Aurora visitaba mucho a la pareja y cuando Dunlop se enfermó gravemente, ella estuvo allí.
Dunlop falleció, y casi de inmediato le diagnosticaron una leucemia a Cortázar, y Bernárdez vivió junto a él hasta su muerte, el 12 de febrero de 1984. Quedó como la única heredera y albacea literaria de su obra publicada.
Así es como se dedicó a publicar las obras inéditas de Cortázar: “Divertimento”, “El examen”, “Diario de Andrés Fava”, “Imagen de John Keats”.
Posteriormente, “Cuentos inolvidables según Cortázar”, “Cartas a los Jonquieres”, “Papeles inesperados”, cinco tomos de “Cartas” y “Clases de literatura. Berkeley”, todos publicados por Alfaguara.
Bernárdez asistió al Salón del Libro de París celebrado en marzo, donde la Argentina fue el país invitado de honor y Cortázar el escritor homenajeado, con motivo del centenario de su nacimiento.