Juan José Campanella tenía apenas 24 años cuando vio una obra teatral que le cambió la vida. Estaba en Nueva York, era estudiante, y tuvo que comer panchos varios días para poder sacar las entradas en Broadway. Esa obra, que asegura que nunca vio nada igual, influyó de manera determinante para películas de su autoría que se convirtieron en producciones clave del cine argentino. El director de “El secreto de sus ojos” y “El hijo de la novia” habló del vínculo de hermandad que tiene con Eduardo Blanco y de cómo lo espiaba en el teatro a Luis Brandoni sin que él supiera. “Los dos se sacan chispas en el escenario”, dijo en relación a “Parque Lezama”, la puesta dirigida por el mismo Campanella y que se estrena el jueves venidero, a las 21, en el Auditorio Fundación (se sumaron funciones el viernes, sábado y domingo), con los protagónicos de Brandoni y Blanco y un elenco integrado por Marcela Guerty, Iván Espeche, Gabriel Gallicchio, Federico Llambi y Carla Quevedo.
La obra se basa en el cruce de ideas de un militante del Partido Comunista y un cultor del “no te metás”, pero, claro, tratándose de un trabajo de Campanella, es muy fácil imaginar un banquete de teatro. Y para entender a qué alude esta referencia gastronómica, habrá que hurgar en lo que cuenta el realizador en esta entrevista.
—¿El tema de la edad de ambos es clave dentro del debate que encarnan?
—El tema de la edad es anecdótico, yo vi la obra cuando tenía 24 años y me sentí totalmente identificado con la problemática. También hay, obviamente como subtema, el tema de la edad, pero lo principal es eso: la lucha versus la adaptación.
—La obra transcurre en un parque porteño pero considerás que esa batalla dialéctica es universal.
—Tan universal es que la obra es norteamericana, la versión original transcurre en el Central Park de Nueva York. Yo la vi en Broadway y puedo decir que es la mejor obra que vi en mi vida, y lo puedo decir sin temor a ser fanfarrón porque no la escribí yo. El día que la vi por primera vez, con 24 años, me parecía mentira que transcurriera en Nueva York, esto es Buenos Aires, decía yo. Me parecía que era tan de nuestra idiosincrasia, que me parecía increíble, desde entonces que quería adaptarla, el autor no quería que cambien nada y entonces yo no la quería hacer. Hay bastante puesto por mí en la obra, es una adaptación.
—¿Qué tiene que tener una obra o una película para que vos digas “fue la mejor obra que vi en mi vida”, que uno pueda decir “salí empachado de ver teatro”, por ejemplo?
—Vos sabés que yo utilizo la misma metáfora comestible que acabás de usar vos (risas). Yo digo, hay obras o películas que son buenos platos, ¿viste?, que son una buena entrada, o son un buen primer plato, o que son dulces, entonces son un buen postre. A mí, para que figure como una película que yo pueda decir que fue lo mejor que vi en mi vida tiene que ser un banquete, tiene que tener de todo: entrada, primer plato, segundo plato, postre, café y licor. Tiene que hacerme pasar por un abanico de emociones, tiene que realmente agarrarme de la solapa, sacudirme, hacerme reír, hacerme llorar, emocionarme, angustiarme, extasiarme, darme euforia. Hay pocas películas que hacen eso, hay pocas películas que lo intentan, directamente. Y “Parque Lezama” es una obra así, es una obra que te reís muchísimo, que te emociona muchísimo, y tiene un final que, bueno, te va ganando por puntos e igual al final te noquea. Pensá que en un mes la fui a ver tres veces, con lo que salía la entrada en Broadway yo era estudiante y comía panchos todos los días para poder pagar la entrada. Y la vi antes de escribir todas mis películas y es una obra que influenció mucho en mi manera de escribir, notablemente en “Luna (de Avellaneda), “El hijo de la novia” y “En el mismo amor, la misma lluvia”, que mezclan mucho humor con emoción y con observaciones de la vida.
—Eduardo Blanco actúa aquí, estuvo en “Vientos de agua”, en muchas de tus películas y también en la tira “Entre caníbales”. ¿Es tu actor fetiche, ya que estuvo en aquella primera producción tuya “Victoria 392”?
—Sí, “Victoria 392” es una película en Súper 8, es de nuestros comienzos, cuando nos conocimos. Bueno, Eduardo, además de un gran actor y un actor de mi lista más corta, te diría de cuatro o cinco actores, es un hermano de la vida. Nos conocemos desde el año 80, hace 35 años ya, y junto con él y Fernando Castets, que es el coautor de “El hijo de la novia”, “El mismo amor, la misma lluvia” y “Luna de Avellaneda”, somos como tres hermanos, que deambulamos por ahí. No trabajamos juntos todo el tiempo, los tres hemos hecho trabajos separados, de hecho Eduardo no está ni en “El secreto de sus ojos”, ni en “Metegol”, ni en “El hombre de tu vida” (el unitario de Telefe, con Guillermo Francella y Luis Brandoni), pero cada tanto buscamos la oportunidad de volver a trabajar juntos. Y el proyecto de teatro nació junto con él.
—¿El discurso político de Brandoni, debido a su militancia, fue decisivo para elegirlo en este personaje?
—No, no, no, a Beto lo admiro desde que lo conozco en los años 60, lo he visto muchas veces en teatro sin que él lo supiera, y cuando finalmente cuando tuve la oportunidad de trabajar con él en “El hombre de tu vida”, que hizo del Padre Francisco, ahí él encontraba la manera de decir estos textos y siempre manteniendo la emoción y el subtexto y la verdad de la escena. Inmediatamente Brandoni pasó a integrar también esa lista corta de cuatro o cinco actores y en ese momento nació el proyecto de “Parque Lezama”. Yo consigo los derechos para hacer lo que quisiera con la obra, y además de Eduardo que ya estaba, porque nació junto con el proyecto, al primero que se la propusimos fue a Beto. El estaba haciendo “Conversaciones con mamá”, esperamos que terminara esa obra y empezamos.
—En tus trabajos siempre mostrás espejos donde mirarse. ¿En esta obra hay una dualidad entre el espejo actual y un link a la nostalgia?
—Los personajes justamente tienen una escena en la que recuerdan el pasado, y como dice el personaje de Brandoni, que es el luchador, dice “odio la nostalgia, la nostalgia causa más muerte que la vejez”. No es una obra nostalgiosa, es una obra que mira hacia el futuro. Pero yo acá voy a hacer un pequeño descargo, si me permitís.
—Sí, adelante.
—(Risas) Siempre se dice de mí que mis películas son nostalgiosas, como una acusación, cuando en realidad gran parte del viaje que hacen los protagonistas, y acá estoy hablando de las cuatro películas argentinas (“El mismo amor, la misma lluvia”; “El hijo de la novia”, “Luna de Avellaneda” y “El secreto de sus ojos”) son justamente personajes que viven en el recuerdo de un pasado que según ellos fue mejor, y el viaje del que se tratan las películas es justamente dejar de mirar ese pasado para empezar a mirar hacia adelante y empezar una vida nueva. Así que en realidad, si bien usan a la nostalgia la usan como falla del personaje no como algo que promueven las películas. Hablo como una falla que tenemos, que es la de caer en la nostalgia, como una defensa o una especie de placebo, ¿viste?
—Volviendo a la metáfora de los espejos, sería tratar de reflejarse y mirar para adelante.
—Claro, porque en general los que hemos tenidos vidas más o menos normales, con padres buenos, y una casa más normal, es fácil caer en la nostalgia. Yo me acuerdo de mi infancia en Vicente López, y podía jugar en la calle, pero ahora los pibes no pueden; yo estaba con mis viejos y ahora probablemente los padres de algunos pibes estén separados; tirábamos petardos y no pasaba nada, ahora te volás un dedo; no había droga, no había nada, es muy fácil caer en la nostalgia y eso te convierte en un tipo que no lidia con el presente ni trata de mejorar el futuro.