Los últimos acontecimientos políticos han eclipsado de la mente de muchos argentinos (al menos momentáneamente) los habituales y fundamentales problemas que padecemos. Inseguridad, inflación, impuesto a las Ganancias, han quedado un poco al costado para sumergirnos en el apasionante tema (y a la vez perplejizante, por desacostumbramiento a ello) de una literalmente lucha cuerpo a cuerpo, entre poderes. Existe un muy debilitado (hasta ahora) Poder Judicial, contra un Ejecutivo todopoderoso, flanqueado y apoyado incondicionalmente por un Legislativo aplaudidor y obsecuente. Pero tienen una flaqueza: la ira se ha apoderado de ellos, y les hace cometer errores; la emprenden contra todos y todas. La oposición, con extrañas pero a la vez apasionantes excepciones, permanece atónita, como si esperara que le lloviera del cielo una especie de "maná" que vuelva a ponerla en funcionamiento. Entre fotos y más fotos, y enigmáticas llamadas entre sus principales líderes, están entretejiendo una maraña de la cual Dios sabrá cómo lograrán salir, para dar por fin soluciones a una ciudadanía que espera actitudes firmes y decisiones acertadas que la sustraigan de una vez por todas, después de más de 30 años de democracia desaprovechada, de esta decadencia moral, intelectual, económica, educativa y estructural en la que nos han sumido los diez benditos años de la "década ganada" (ni más ni menos que para los "chorros", "narcos" y oportunistas). Los "dimes y diretes" de la oposición son el condimento predilecto con que preparan una ensalada con sabor a nada y que no conjuga con las expectativas político-institucionales de nadie. De otros desaciertos anteriores, si se quiere de otras imbecilidades semejantes, de antiguos errores de cálculo y sin saber muy bien cómo y por qué, hemos venido a recalar en este sistema perverso, advenedizo, extraño para nuestras convicciones y principios que, además de llevarse puesto al peronismo como sistema de gobierno, ha tergiversado los principios del justicialismo como doctrina, derogando el concepto virtuoso del trabajo para reemplazarlo por la simple dádiva basada en el incondicionalismo inducido, que termina insoslayablemente en el relativismo moral. El kirchnerismo fue esencialmente una gran impostura que convenció a muchos, y aún sigue convenciéndolos, pero está llegando a un inexorable final. Cualquier sucesor de este gobierno, oficialista o no, tendrá a su cargo la pesada tarea de desmantelar un complicado andamiaje ideológico-legal, y además administrativo, pergeñado como se suponía en épocas de las más detestables organizaciones que gobernaron en algún lugar del mundo, "para los próximos mil años". Por supuesto, que como dice la señora presidenta, al Arsat no lo van a poder derogar, pero el término eternidad, que sin reservas ha sido utilizado por algunos de los más obsecuentes y conspicuos dirigentes del régimen, se les está diluyendo como agua entre los dedos.