"Me tiene cansado. No tiene por qué tratarme así". Abelardo Rodríguez presionaba
con fuerza el cuello de su madrastra Josefa Páez, en su terraza de barrio Triángulo, cuando reveló
ante sus azorados vecinos el motivo que lo llevó a estrangular a la mujer de 53 años, con quien
convivía. Desde lo alto de las casas vecinas le rogaron que la soltara de una vez. Pero el hombre
49 años, y con un diagnóstico de esquizofrenia desde la infancia, permaneció más de 40 minutos
aferrado a la víctima bajo el sol abrasador de la siesta, hasta que la policía llegó a detenerlo y
él se entregó en calma.
"Parecía uno de esos perros enceguecidos que agarran a la presa y no la largan",
comparó conmovida Adela, una comerciante de 63 años que no podía borrar la imagen de su vecina,
inmóvil en la terraza. En ese lugar quedó tendido el cuerpo de Josefa hasta caída la tarde, cuando
arribó la mortera.
¡Soltala, Lalo! Todo se desencadenó alrededor de las 14 en la casa de Gaboto
5377 donde Josefa y su hijastro vivían solos desde que hace unos dos años murió el papá de
Abelardo. El detenido, dijeron sus vecinos, estaba bajo tratamiento psiquiátrico desde niño, cuando
le detectaron esquizofrenia. Es hijo único y vivió siempre en esa casa con sus padres. Hasta que
unos tres años atrás su padre enviudó, al poco tiempo contrajo matrimonio con Josefa y dos meses
después falleció, aquejado por una enfermedad en la garganta. Su esposa y su hijo quedaron solos y
vivían sin limitaciones a expensas de una pensión de Rodríguez, quien había sido jubilado de Obras
Sanitarias.
Abelardo "siempre estuvo medicado. Era amable y educado y nunca tuvo reacciones
violentas. Le gustaba saludar a los vecinos desde la terraza", contaron en la cuadra. Esa misma
terraza fue el escenario del crimen.
Vecinos en acción. Los vecinos escucharon gritos de Josefa y cuando subieron
encontraron a Abelardo comprimiéndole el cuello. "¡Soltala, Lalo!", fue el grito que se repitió
desde distintas terrazas de la manzana, mientras un grupo más numeroso se agolpaba en la vereda
temiendo lo peor. En las alturas, todo era gritos y espanto: "Le grité que la soltara, pero él no
reaccionaba. Ella ya no gritaba. Mi esposo le tiró una maceta, pero la esquivó. Se quedó con las
manos en el cuello de ella un montón de tiempo", relató Gisela, quien vive al lado.
Desde otra casa, una vecina que conocía a Abelardo desde que era un chico trató
de tranquilizarlo. "Lalo mirame, por favor soltala", suplicó. "Me tiene cansado. No tiene por qué
tratarme así", respondió él.
La policía. Nadie se animó a intervenir y todos decidieron esperar la llegada de
la policía. Los vecinos cuentan que Abelardo permaneció así más de 40 minutos, hasta que dos
policías treparon por un muro lindero a la terraza y lo apresaron. "El no se opuso. Se tiró al
piso, se dejó esposar. Ya se había desahogado", observó una mujer.
"Desde que falleció el papá, ella lo descuidó mucho. No le daba la medicación,
lo tenía encerrado, se escuchaban gritos. La policía encontró en la casa un montón de
medicamentos", añadió. Roxana, prima del detenido, coincidió: "Desde que murió mi tío ella lo
trataba mal. Vivían encerrados", dijo mientras observaba estupefacta hacia la terraza del
drama.
Abelardo, entonces, permanecía detenido en la comisaría 19ª donde según la
policía se sumió en un imperturbable silencio. El lunes será examinado por un médico y un
psiquiatra forense, quienes determinarán si está en condiciones de ser indagado. Poco antes de que
cayeran las primeras gotas la cuadra reverberaba de consternados comentarios. Un jubilado de lentes
oscuros abría la boca, desconcertado, agitando un matamoscas con una mano. "No somos nada",
farfullaba.