Si el lector se tomara la molestia de buscar en la sapiente Wikipedia los títulos que integran la obra del narrador italiano Antonio Tabucchi (1943-2012) se encontraría, una vez más, con la confirmación de que Wikipedia no es tan sapiente como intentan hacernos creer. En la lista, en efecto, que integran libros de fama como Nocturno hindú (1984), Pequeños equívocos sin importancia (1985), Sostiene Pereira (1994, llevada al cine con el gran Marcello Mastroianni en el papel principal) o La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (1997) no aparece la novela que acaba de publicar en su versión al español Anagrama, con su tradicional eficacia que tantas veces no abarca las traducciones. Nos estamos refiriendo a El barquito chiquitito (Il Piccolo Naviglio, en su idioma original), sorprendente novela en el marco de la difundida ―y elogiada― obra tabucchiana.
Sorprendente, en efecto: el adjetivo ha sido empleado con plena conciencia de su significado, más allá de la velocidad con que se escribe esta reseña. Sorprendente porque en este texto temprano (fue el segundo libro que publicó) Tabucchi despliega herramientas inhabituales en sus trabajos posteriores, así como una explícita pasión que tampoco suele ser el rasgo que lo identifica. A tal punto sucede lo descripto, que a veces pareciera ser, literalmente, otro escritor.
El propio Tabucchi era consciente de la peculiaridad de esta novela: "No había vuelto a leer este libro desde que lo escribí, y hasta yo mismo me sorprendo (...). Aquí está la Historia con mayúsculas, desatinada muchacha que acarrea jubilosa duelos y malandanzas; la historia sin mayúsculas de nuestro país, por el cual sigo sintiendo la nostalgia de lo que habría podido ser y no es (...). Y, sobre todo, está el fenotipo de muchos personajes míos que vendrían después: un personaje derrotado pero no resignado, obstinado, tenaz", dice en el prólogo que redactó para la reedición italiana. Y da en el blanco, por cierto.
La historia que se narra en El barquito... es la de la Italia del siglo XX. El personaje central, Sesto, tiene los rasgos que Tabucchi expresó mejor que nadie en las líneas antes citadas, y al remontarse al pasado, el escritor reúne la vida de Sesto con la de sus ancestros. La mísera Italia rural es el trasfondo.
Todo acabará en tragedia, como al parecer resulta inevitable cada vez que la historia, con o sin mayúsculas, preside el escenario. Pero antes de ese magnífico final en tono mayor, donde se reúnen la épica y la lírica, Tabucchi ya ha logrado su cometido al escribir, aunque él acaso no lo sospechara, una de sus mejores novelas.
En estas páginas que originalmente vieron la luz en 1978, el lector atento podrá percibir la huella de Pavese, Vittorini o Pratolini, e incluso la presencia de García Márquez. Tabucchi, después, cambiará: enamorado de Portugal y de su figura literaria consular, Fernando Pessoa, a ese país irá a vivir. Más tarde obtendrá la nacionalidad portuguesa y morirá en su amada Lisboa.
El mundo, para entonces, había cambiado demasiado desde 1978. La decepción política, a partir de la erosión de los ideales revolucionarios, ya había ganado la partida y la posmodernidad campeaba victoriosa ―individualismo y consumo combinados― en los indiferentes ámbitos intelectuales y artísticos.
Esta bella e intensa novela pertenece a una época clausurada. Leerla en este presente de pareja grisura conmueve, y también sostiene. Ciertos barcos, vale la pena recordarlo, no dejarán jamás de navegar.