–El de Néstor, y luego el de Cristina, que fue el que más sufrió el poder porque vivió el auge de Macri de una manera especial yquedó muy desguarnecido, sobre todo en 2016, con la derrota. En ese momento parecía que el macrismo se quedaba a vivir por diez o veinte años y el kirchnerismo se situaba como algo muy marginal. Ahí hay un tipo de peronismo o cristinismo que es el que conduce y protagoniza ahora el Frente de Todos. Es el que protagonizó los últimos veinte años de peronismo, nos guste o no. El cristinismo fue el más poderoso, el que más sufrió y superó su propia crisis. La realidad es que el peronismo no pudo desembarazarse de Cristina y no prosperó, y Cristina organizó el tablero a su antojo. Después está el intento de Macri de tener su propio peronismo con Rogelio Frigerio, Emilio Monzó, Miguel Ángel Pichetto...
–¿Cómo analizás el lanzamiento de la fórmula Fernández-Fernández? ¿Estabas al tanto de tamaña jugada política y electoral por parte de la expresidenta?
–No sabía nada. Ese día justo estaba escribiendo para Letra P un perfil sobre Alberto porque creí que era el momento de publicarlo, ya que Cristina le estaba dando mucho protagonismo. Tuve que cambiar la cabeza de la nota y salió publicada con la novedad de la fórmula. Creo que Cristina diseñó como parte de su estrategia –que fue exitosa, una estrategia que necesitaba un nombre– la idea de yo me corro pero no tanto, me corro para sumar pero no le doy llave en mano al gobierno. Y esa mañana tuve una sensación similar a cuando vivía Néstor, golpeaba la mesa con una decisión y sorprendía a todos. Todavía Cristina no había dado muestras de esa capacidad política. No la había visto nunca heredando hechos de semejante envergadura y lo hizo en esta oportunidad.
–En el libro no hablás de la supuesta corrupción del kirchnerismo, ni la de Cristina, salvo en el capítulo sobre Comodoro Py. ¿Por qué no te detuviste en esa parte, que es tan cuestionada?
–Por un lado creo que la cartelera judicial está sobredimensionada y por el otro el poder de Comodoro Py, a mi criterio, está desproporcionado. Es un estamento que fue creado por (Carlos) Menem y los jueces federales, y se fue autonomizando en alguna medida con el interés de los poderes económicos y con los servicios de inteligencia. Entonces, analizar a la Justicia como si fuera una institución pura que se desempeña de manera imparcial me parece una ingenuidad. En el libro analizo Comodoro Py como actor político; después hay menciones a las causas judiciales pero no es lo mismo el memorándum con Irán que Hotesur o el dólar futuro, hay causas que tienen más fundamento y otras que son disparatadas. En general lo que intento es analizar la política desde otro lugar, dejando de lado la ingenuidad. Decir que Comodoro Py representa los intereses ciudadanos cuando para mí tiene componentes cuasimafiosos no lo voy a hacer. Eso no significa que no haya habido corrupción y un mecanismo de recaudación en el kirchnerismo que creo que lo hubo, escribí muchísimo sobre eso, escribí sobre Cristóbal López yLázaro Báez, pero me pareció que para el libro lo más importante era rescatar que, a través de Comodoro Py, el mismo peronismo no kirchnerista –porque no solo Macri operaba sobre Comodoro Py– operaba para debilitar a Cristina. Por otro lado, creo que el periodismo político se beneficia de Comodoro Py y al mismo tiempo queda preso de Comodoro Py, y entonces no puede salir de esa narrativa.
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Diego Genoud: rigor y opinión.
–El libro sale al ruedo en pleno año electoral. ¿A qué público está dirigido?
–Mi vocación es que lo pueda leer desde gente que milita con Macri a gente del kirchnerismo, un militante de la izquierda o un empresario, pero que a todos les deje algo y saquen sus conclusiones o les sirva como insumo de interpretación de la realidad. En el libro lo que cuento es cómo funcionan la política y el poder. Hablo con todos y después asumo el riesgo de interpretar la realidad de una manera propia. Puede ser discutible pero es mía, no está dictada por una empresa o un sector político. El lector tiene que ser alguien que esté dispuesto a ver contradichas algunas de sus ideas y si está dispuesto a que lo contradigan, ese es mi lector. Trabajo el conflicto y la contradicción.
–Tanto en tus columnas como en el libro hay una búsqueda del peronismo “rubio, ordenado, prolijo”, definido como “peronismo del medio”...
–Sí, después de las experiencias de Menem y Duhalde hay una búsqueda. Cada una de ellas creo que se adaptó a su tiempo. Tanto el menemismo como el kirchnerismo fueron versiones donde el peronismo se adaptó con sabia mansedumbre a corrientes globales. Después se buscó que hubiera algo en el medio. Creo que (Sergio) Massa lo intentó a partir de 2013 y que Macri terminó ganándole la cuerda en esta competencia porque ese peronismo del medio no terminó de aflorar. Y acá estamos, esperando a que Cristina fracase otra vez o que fracase Alberto como vértice o presidente del Frente para Todos para que ese peronismo tenga una nueva oportunidad.
–¿Por qué cuesta tanto encontrar ese peronismo del medio? Pareciera que siempre quiere surgir desde el fracaso de los otros… ¿puede ser?
–Está en boxes, esperando que pinche el que va adelante o que choque el que va ganando la carrera.
–Es raro que Cristina choque… al contrario, se la ve claramente marcando la cancha cada día más. Dice qué es lo que hay que decir o hacer. Funcionarios que no funcionan, por ejemplo…
–Creo que es un momento muy difícil para gobernar la Argentina, incluyendo la pandemia. En Cristina hay dos cosas que no suelen ser tan subrayadas. Por un lado la veo con cierta ansiedad por encontrar soluciones y creo que no es ella sola sino todos en el Frente. No hay un camino claro, hay un debate económico en el que los dos, (Martín) Guzmán y Cristina, tienen parte de razón. Cuando Cristina se queja o habla de funcionarios que no funcionan me hace acordar a Néstor cuando no se sabía ubicar en el lugar que él mismo había pergeñado. Es decir, él le había pedido a Cristina que asumiera la presidencia y sin embargo también estaba incómodo, muchos decían “bueno, acá hay un doble comando”, o él aparecía por encima de Cristina y es parecido a lo que pasa hoy con Alberto: una persona que pone a gobernar a otra y después no está conforme. No creo que Néstor haya querido hacerle daño a su mujer pero muchas veces con sus expresiones la terminaba perjudicando, y sentía esa misma ansiedad que hoy siente Cristina con Alberto, que no es su esposo pero sí su socio político. Ella eligió ponerlo ahí y esa es la dificultad de los líderes políticos que se corren para dejar a otro. Después está el tema económico, que no es de fácil solución, y Alberto se encuentra en una posición inédita porque pasó de ser una persona que, de ser un operador, un jefe de Gabinete, que había trabajado siempre para otros, en el rol de presidente revela su aprendizaje insuficiente aunque sea un hombre de Estado.
–Néstor fue el que impuso el modelo del kirchnerismo y se distinguió bien de otros peronismos. La diferencia más clara, quizás, es con Juan Manuel de la Sota, cuando en el capítulo dedicado a Córdoba contás que éste pertenecía más al peronismo de derecha, mientras Néstor estaba más del lado de los Derechos Humanos.
–Néstor Kirchner había tenido un pasado juvenil más ligado a la Juventud Peronista y tenía compañeros universitarios desaparecidos. Estaba en otro camino: cuando se fue al sur a iniciar su carrera política, la propia Cristina dijo en algún acto que le había dicho que se tenía que ir a Santa Cruz para hacer plata y ser gobernador. Así pensaba en 1976, en plena dictadura. Mientras muchos de sus compañeros de la universidad desaparecían, él estaba enfocado en otra cosa, pensaba en cómo preservarse y llegar al poder mucho más adelante. Era otra persona, fijate que inicia su etapa de intendente, sigue como gobernador, privatiza YPF… Es un político que vivió distintas etapas y recién cuando llega al poder nacional recupera la cuestión de los Derechos Humanos, y obviamente toma decisiones muy importantes.
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El desaparecido José Manuel de la Sota.
–Y fue muy criticado por esa posición inicial. En el último acto del 24 de marzo, Cristina dijo que al producirse la ruptura entre Perón y Montoneros, ella y Néstor se quedaron con Perón por el voto popular. ¿En que queda aquello que algunos medios y políticos piensan al decir que «el kirchnerismo es la continuación de la guerrilla»?
–Sí, son las viejas historias del peronismo y algo de eso explico cuando me refiero al contraste que tenían Néstor y De la Sota. En el 2003, el Gallego era el primer o segundo candidato de Duhalde pero no terminó de arrancar y ahí ya había un problema, porque Néstor vino a ocupar su lugar y lo pasó por encima siendo un desconocido a nivel nacional. Después, la propia economía y la sociedad cordobesa lo obligaban a De la Sota y hoy a Schiaretti a tener un posicionamiento diferente al kirchnerismo que no es ideológico solamente. En Córdoba tenés la pujanza del agronegocio, tenés una sociedad más conservadora, siempre se necesitó una fórmula más amplia por la franja importante de antiperonismo, una sociedad que apoyaba a Luciano Benjamín Menéndez, por ejemplo. Sin embargo, había varios puntos de unión entre Néstor y De la Sota en vida, Kichrner era un político muy hábil que se podía sentar con cualquiera y acordaba, no era solamente con el progresismo que construía sino con todo el peronismo. No todo es blanco o negro en política.
–Para el votante de Cristina o del peronismo, es inadmisible en este gobierno que los salarios estén por debajo de la línea de pobreza, además de que no se genere trabajo...
–Sí, esta vez la crisis le estalló al peronismo, la crisis de Macri era una bomba de tiempo. Macri, gracias a (Donald) Trump, al FMI y a Christine Lagarde llegó con el agua al cuello pero llegó a las elecciones y eso le costó mucho a la Argentina porque se perdieron veinte mil millones de dólares de reserva después de las Paso. Y esa bomba de tiempo cayó en manos de este gobierno. En los primeros meses de gestión hubo un intento de Alberto de recuperar el salario y eso se notó en diciembre, enero y febrero, después vino la pandemia y los salarios volvieron a perder con la inflación y hay que agregar la caída de los salarios de 2018 y 2019, son muchos años, no es uno solo. Guzmán dice que no se puede recuperar el salario de un día para otro y se está pensando más a mediano plazo. No es fácil y es cierto que es una anomalía que el peronismo, en un año electoral, tenga los salarios por debajo de la línea de pobreza.
–¿Hay una intención de Máximo Kirchner y Cristina de emitir moneda para mejorar los salarios pese al costo económico?
–Creo que sí, y postergar el pago al Fondo también. Así como estamos hablando de un gobierno que tiene escasez también es un gobierno que tiene la soja a 600 dólares y es un milagro porque hace un año estaba a 340, entonces Macri envidia a Fernández en ese punto. Alberto también tiene los Derechos Especiales de Giro (DEG) que van a distribuir para agosto o septiembre según se espera. Fijate que Trump no los aprobaba y el Fondo no los distribuía y ahora con el gobierno de Biden van a llegar a la Argentina 4.300 millones de dólares que vienen del cielo y ahí está la discusión: para qué se usan, si para pagarle al Fondo o para mejorar la situación social. No son todas malas para el gobierno.
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¿Un voto equivocado?
–¿Qué pensás sobre la posición de Cristina frente a la ley de la despenalización del aborto? ¿Fue una estrategia política o tuvieron que ver las charlas con sus hijos Máximo y Florencia?
–Antes de las charlas con los hijos Cristina tomó nota del cambio en la sociedad. No es casual que el crecimiento del movimiento feminista, que ganó la agenda, surgiera cuando Cristina dejó el poder. El movimiento feminista no tenía esa fuerza durante el gobierno de Cristina. Podemos ver muy claramente que mientras ella gobernó el tema del aborto estaba obturado, y cuando se va el movimiento empieza a crecer, aún más desde el Ni Una Menos. Podríamos decir que cambió con Macri en el poder y Cristina lo agenda. Puede ser que los hijos la hayan convencido en su forma de pensar, pero solo en última instancia. Más que una relación entre madre e hijos, se ve una cuestión social.
–Era obvio que al Papa no le iba a caer nada bien, incluso se lo vio muy poco afectuoso no solo en las reuniones con Macri sino con Alberto.
–Sí, es cierto, al Papa le puede molestar y no sé en qué punto está la relación con Francisco hoy. Cristina votó en su momento a favor de la despenalización y le dio vía libre al proyecto de legalización. Hay algo que es importante, y es que ella no quiere centrar la política del gobierno en ese tema. Ella cree que es un tema importante pero no quiere hacer bandera con eso, simplemente acompañó. Además no estaba de acuerdo con refregarle ese asunto a los que estaban en contra porque ella misma estaba en contra hasta hace poco, entonces creyó y lo mantiene, que no hay que dividir a partir de eso. No hay mucho para festejar, incluso ella lo dijo, “está bien, es una ley que hacía falta y listo”. Es un derecho, es una cuestión de salud pública pero no hay para festejar porque el tema es dramático, y por otro lado no hay por qué confrontar con los sectores más conservadores.
“Cada uno construye su propia Cámpora”
–¿Cómo analizas el crecimiento de La Cámpora y cómo ves a Máximo para el 2023?
–Creo que hay un crecimiento de La Cámpora difícil de narrar porque hay mucho hermetismo a pesar de que es una agrupación con mucha fuerza a nivel nacional. Tiene presencia en el terreno del Estado, en la Ansés, el Pami, el Ministerio del Interior y también en distintas dependencias, senadores, diputados, intendentes, y se sabe poco de cómo funciona y cómo piensan. Ese hermetismo que mantienen viene por alguna razón, y así eran Cristina y Néstor. Muchas veces, al saberse poco, el vacío se llena con prejuicios y cada uno construye su propia Cámpora. Es una organización que llegó para quedarse, que creció de la mano y con el amparo de Cristina, que le responde a Cristina pero que hoy tiene su propia lógica. Máximo aún necesita crecer, está en construcción, él mismo lo dice, pero es más dialoguista y conciliador que Cristina. Sin embargo, a la hora de los bifes termina siendo ella quien decide. Ellos reconocen que la jefa es Cristina y eso le pone un techo a Máximo. La aspiración, por ahora, me parece que es más la gobernación de la provincia de Buenos Aires para el 2023.
El peronismo de Cristina (fragmento)
Por Diego Genoud
“Una primicia maravillosa”
Aunque esté prohibida la palabra “autocrítica” en el diccionario de su relato, Cristina Fernández de Kirchner aprendió de la derrota. Sacó lecciones del aislamiento y de los malos resultados; hizo lo que decían que no iba a hacer jamás: correrse del centro y no ser candidata a presidenta. Pero lo hizo a su modo, sin resignar el poder ni regalárselo a los que conspiraron en su contra. Decidió empoderar a un porteño sin carisma y sin votos, pero con una serie de virtudes que ninguno de los leales le había podido ofrecer en diez años de prueba, ensayo y error. Fernández exhibía una incansable voluntad de lobby, un mapa amplio de relaciones y una capacidad de liderazgo considerable, pero era, sobre todo, el dueño de un activo único: una voz que Cristina respetaba. Aunque haya tomado el ejemplo de Lula con Dilma y haya revisado la historia reciente, al factor sorpresa la expresidenta le incorporó una novedad. Se presentó como garante del respaldo electoral para el profesor de Derecho Penal de la UBA y se blindó a sí misma con un espacio propio para una convivencia tan difícil como necesaria. Buscó un socio más que un delegado.
Por mérito propio o por deficiencias ajenas, la mujer política a la que le adosaban todos los defectos y ninguna virtud superó la prueba ácida de un peronismo que se apuró a jubilarla en un pacto explícito con Macri y, llegado el momento, fue ella la que formateó a su antojo la amalgama de la oposición. Se protegió, ganó la iniciativa, armó a dedo la fórmula presidencial de la unidad y recuperó con un movimiento imprevisto a los aliados que había perdido durante sus años de equivocaciones en la Rosada.
Lo había anunciado el 14 de septiembre de 2017, antes de perder con el macrismo en la provincia, en una entrevista con Luis Novaresio para Infobae, el house organ de la Embajada que de repente le abría las puertas. El pluralista Daniel Hadad, aquel de las entrevistas amables con el almirante Massera, daba muestras una vez más de su piel de camaleón. Apenas seis meses después de aparecer en televisión y declararse extorsionado por el kirchnerismo para vender C5N y su pool de radios, el dueño del portal más leído sonreía junto a Cristina en la recorrida por los pasillos de su fuerte. Visto desde el futuro, lo novedoso no fue eso, sino la declaración de la entonces candidata de Unidad Ciudadana, que contemplaba con claridad la posibilidad de una derrota inminente en las legislativas. “Te voy a dar una primicia maravillosa. Si en 2019 yo soy un obstáculo para lograr la unidad del peronismo y ganar las elecciones, no voy a ser ningún obstáculo. Al contrario, voy a hacer todo lo posible para que el peronismo, en un frente amplio, pueda ofrecerle a la ciudadanía algo mejor de lo que hoy está teniendo”.
Con una precisión quirúrgica, solo posible en quien controla el tablero y las decisiones, la figura más popular y cuestionada de la oposición anunciaba, con dos años de anticipación, su principal proyecto. Con una disciplina digna de mejores causas, el peronismo colaboracionista, los medios aliados al macrismo y, tal vez, hasta sus propios feligreses decidieron no creerle. Fue un error más, producto de la ceguera y la lógica refractaria; una oportunidad desperdiciada de manera imperdonable, porque los otros dos movimientos que Cristina tenía pensado ejecutar no iban a ser anunciados frente a las cámaras, ante cientos de miles de personas.
La garante
Casi sin darse cuenta, la expresidenta se convirtió con los años en una figura bisagra del sistema político argentino. Pesaron, en un orden discutible, un cúmulo de factores entre los que podría destacarse su potente liderazgo pero también su rol de sobreviviente en el doble tiempo de la historia y la coyuntura; la sobreactuación en una batalla cultural de resultado incierto, la reacción de actores de poder que entraban en pánico ante los ademanes incesantes del populismo, la cerrazón política y personal de la doctora, el temor del peronismo conservador, los intereses en juego; todo eso había dejado a CFK en el borde de un tablero que soñaba con resetearse en clave de moderación, con partidos políticos clonados que creían posible prescindir de la adhesión popular.
Por haber quedado viuda de Néstor Kirchner, por haber vivido en la Casa Rosada los estertores de un proceso irrepetible en más de un sentido, por haberse retirado del gobierno con una economía estrangulada pero muy lejos de una crisis terminal, Cristina regresó a la oposición en una condición extraña. Contaba con una popularidad inigualable pero, sin embargo, se había revelado estéril para prolongarse en el poder y encontrar un delegado fiel. Excepcionalidad pura, como heredera de un tiempo único y muestra viviente de que ese período –que sus rivales del PJ querían sepultar en un trámite express– no solo había existido sino que seguía vigente en múltiples formas: memoria, fuente de una alternativa posible y, sobre todo, reverso principal del macrismo. Entre el llamado a la resistencia y el riesgo de la nostalgia, Cristina era el reservorio de expectativas de una mayoría opositora que estaba subrepresentada en la escena mediática y no entraba en el casillero de figura marginal donde la quería ubicar un combinado de dirigentes que rondaba el 2% en intención de voto.
El peronismo poskirchnerista se apresuró a sentarse a la mesa del futuro pero no tenía crédito social y solo podía trascender como socio menor de la gobernabilidad macrista. Dependía del éxito de un político de cuna empresaria para jubilar a esa jefa que lo había destratado desde el poder en una ecuación que no favoreció a nadie en el tinglado del ex Frente para la Victoria y alumbró a Macri como único ganador.
Para la iglesia kirchnerista, Cristina era la garantía de que ni todo estaba perdido ni todo había sido errado. Para el sistema político que la negaba, era algo todavía más importante: el dique de contención de sectores que se aferraban a su estampita para seguir creyendo en la partidocracia y de una militancia con pasado radical que había sido reabsorbida por la burocracia estatal y las instituciones en forma vertiginosa, después del estallido de 2001. Creyéndolo más o menos, un número indeterminado del activismo había concluido en que la eclosión que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa había sido un abismo peligroso al que lo mejor era no asomarse más. Al igual que la política de la que los Kirchner eran parte, las nuevas generaciones habían asumido una lectura institucionalista del desborde social: lo que ayer había sido vitalidad, muestra de dignidad e inventiva popular, era ahora una amenaza que la política estaba obligada a conjurar. Esa función encarnaron primero Néstor y después Cristina, aunque sus adversarios –entre mezquinos y suicidas– no pudieran reconocerlo. Políticos tradicionales que asumían el rol excepcional de figuras fronterizas. Gracias a ellos y al espacio que edificaron a su alrededor, el sistema de partidos accedía a un grado de legitimidad sorprendente, tanto en relación con el pico de la crisis en 2001 como con una realidad social que nunca logró horadar el núcleo duro de la pobreza y comenzó a degradarse en forma acelerada a partir de 2015. Al otro lado de la polarización extrema, Macri era el principal beneficiario de ese rol de contención que cumplía Cristina. Sin ella, también para él todo hubiera resultado más traumático.