El realizador rosarino, que también tiene un recorrido musical (ver recuadro), conversó con Cultura y Libros sobre la filmación de La llama de la memoria y sus vivencias junto a Galante, y adelantó que piensa retomar un proyecto fílmico sobre Blas Jaime, el último hablante de la lengua chaná.
—¿Cuándo entraste en contacto con la historia de David Galante?
—Una mañana, a fines de diciembre de 2016, leyendo artículos sueltos en Facebook en el desayuno, me topé con una entrevista a un sobreviviente de Auschwitz, oriundo de la isla de Rodas, que contaba la historia en primera persona, su supervivencia y la demencia de aquella época del nazismo. Quedé atrapado inmediatamente por los hechos, pero sobre todo por el modo tan particular de abordarlos que tenía el sobreviviente. Era un testimonio fuerte, crudo, pero a la vez contado con una liviandad y una naturalidad que hipnotizaban. Para completar el cuadro de asombro, al final de la nota uno se enteraba de que, en efecto, David Galante vivía. Allí estaba David en su casa, en Buenos Aires, leyendo el periódico, mientras yo terminaba mi café. Esta idea fue la que me detonó la urgencia de contactarlo, y de intentar registrar algo de este relato en formato audiovisual. Fue una reacción previa a cualquier proyecto de película, porque yo llevaba meses trabajando con un documental sobre la lengua chaná. Creo que eso me ayudó a estar más receptivo, y a no dejar pasar esta oportunidad extraordinaria que se me cruzaba. En ese estado de acecho constante en el que te pone el acto de documentar, la aparición de Galante era una perla, era el vuelo de una mariposa en el desierto. Esa misma mañana empecé a seguir el rastro del artículo hasta llegar a Sandra, su hija, y finalmente a David. Tuvimos una conversación telefónica muy amigable, y su predisposición a contar lo vivido resultó ser tal que para el final del llamado ya teníamos fecha y hora de encuentro para trabajar. Todo resuelto en un día.
—¿Cómo fue el proceso de filmación? Te pregunto esto porque el documental, además de las entrevistas con Galante, está filmado en distintas locaciones de Europa.
—En principio fueron tres horas de grabación en su casa, en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, sin mucho preámbulo: tomar un vaso de limonada bien fría por el calor del verano porteño y presentarme, esta vez personalmente, mientras ponía la cámara en su sitio; luces, microfonía y a rodar. Ya había leído el libro Un día más de vida, la odisea de David Galante, de Martín Hazan, y gracias a eso conocía con detalle el recorrido de David, por lo que me era posible acompañar el trayecto con más holgura. Terminamos a la noche con un fascinante relato de vida que superaba la ya sorprendente experiencia del campo de concentración. De la magia de su Rodas natal, de los interminables viajes en tren, en barcazas y camiones para llegar a Auschwitz, a la travesía después de la guerra, cruzando el mar como polizón hasta la Argentina... La cantidad de información se hizo evidente cuando llegué a casa, revisé lo grabado y me di cuenta de que el proyecto iba a trascender la entrevista. Apenas regresé a Suecia, donde vivo la mayor parte del año, comencé a trazar el recorrido obligado para ir componiendo con imágenes una suerte de marco, de cartografía de la historia. Tenía que ir necesariamente a Grecia, a Rodas, donde comienza el film, para luego llegar a Oświęcim, en Polonia, donde estaba el campo de concentración, para terminar finalmente en Buenos Aires, donde estaba David. Fue un proceso apasionante, pero también solitario porque tuve que comprimir el equipo técnico al mínimo para poder viajar y capturar imagen y sonido sin ayuda de otros participantes. Hoteles económicos, traslados en tren, madrugadas viajando, permisos institucionales... Luego, a medida que la película tomaba forma, surgieron nuevas necesidades, como registrar el campo de concentración una vez llegada la nieve del invierno. David pasó un año entero en Auschwitz y, como cualquier joven griego, no conocía prácticamente lo que era el frío. Tuvo que experimentar temperaturas bajo cero con una camisita, unos pantalones de tela, y unos zapatos duros. Me pareció indispensable registrar esa situación, por lo que tuve que visitar el campo en las dos estaciones. Y así se fue prolongado el proceso, y se fue escribiendo y resolviendo sobre la marcha.
—¿Tuviste algún tipo de apoyo económico para realizar el documental o lo bancaste vos?
—En cierta instancia, empecé a analizar la posibilidad de conseguir subsidios de distintas entidades, argentinas y suecas, para pagar al menos pasajes, estadías, pero en todos los casos se trataba de procesos larguísimos y, para mi escasa experiencia, exageradamente burocráticos, con esperas mínimas de seis meses o un año. Podría haber trabajado en eso, pero no quería estirar tanto el proyecto. Tenía un trabajo que me permitía solventarlo yo mismo, así que el asunto económico pasó a un segundo plano. La verdad es que, así como abordé el contacto con David inmediatamente, tenía la misma urgencia de encarar el documental. Tenía una urgencia artística, por supuesto, pero también social: en Europa, en Estados Unidos y en todo el mundo se puede ver hace rato el resurgimiento de las mentalidades fascistas, que siempre han estado, nunca se han ido, pero que con los nuevos modelos neoliberales van volviendo a la superficie, resurgiendo de las tinieblas, avaladas ahora institucionalmente. Y este era un tema tan urgente como el ecocidio, que requiere ser expuesto y debatido ayer. Así que no quise demorar y terminé bancándolo yo. Pero hubo también tres colaboradores esenciales que lo hicieron posible, de manera apasionada, profesional y gratuita: Gonzalo Aloras, mi hermano, trabajó meticulosamente a lo largo de los tres años que duró el proyecto en la banda sonora; Mailén Aloras, hija de mi primo Guillermo, me asistió en la edición y en la posproducción en Rosario, y Marcos Colasanti en la posproducción de sonido. Ellos invirtieron ad honórem su tiempo y talento en la causa.
—¿Cómo llevó adelante Galante el proceso de las entrevistas? Me imagino que no debe haber sido fácil para él recordar los peores años de su vida.
—Lo llevó adelante con entusiasmo y una disposición llamativa. Siempre en un tono sereno, revisitaba el horror con un gesto que alivianaba la barbarie del acontecimiento, con esbozos de sonrisa constantes. De hecho, por momentos se reía al narrar lo descabellado de la historia. Parece haber concebido una enorme paz con la que recapitular la historia, cosa no tan común en casos de sobrevivientes de la Shoá. Cabe aclarar que David, con 82 años al momento de la entrevista, tardó medio siglo en poder hablar del pasado. Fueron cincuenta años de silencio. Ya una vez abierta esa puerta, dedicó el resto de su vida a dar testimonio, crear conciencia y mantener viva esa llama de la memoria. Fui volviendo a su casa para seguir grabando distintos episodios a lo largo de un año, y cada vez me encontré con la misma alegre disposición a trabajar. Llevó adelante la tarea como un maestro su materia.
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David Galante, protagonista de una historia estremecedora.
—¿Cómo llega La llama de la memoria a los festivales de Chicago y Nueva York?
—El logro en sí es del documental, yo simplemente fui enviando la película a los primeros festivales que vi abiertos, como miles de personas por minuto, y los respectivos jurados de Chicago y Nueva York la seleccionaron. Primero para la ronda inicial o selección oficial, después semifinales y final. Supongo que fue elegido, en parte, por lo auténtico del trabajo, la triste vigencia de la problemática y, naturalmente, por la historia de David. Yo invertí un poco de dinero en enviarla a los festivales, y al resto se llegó por decisiones ajenas, de los distintos jurados. Llegar a dos finales consecutivas, en los festivales de Chicago y Nueva York, ya era un acontecimiento difícil de asimilar para nosotros, que hacía semanas nomás estábamos todavía corrigiendo subtítulos, tamaños de fuentes y ese tipo de cosas. No terminábamos de hacer pie en esto, cuando el New York Movie Awards nos dio el premio al mejor film en su rubro.
—Imagino que ahora todo está ocurriendo demasiado rápido, pero contame cómo sigue el periplo del documental.
—El film se ha enviado a un buen número de festivales, y se enviará a otros tantos que vayan llamando a inscripción durante el 2021. De momento, ya nos acogen el Prisma Awards de Roma, el Monthly International de Praga, y el Near Nazareth, en Israel, donde coincidimos con el docu Ruaj, de Adriana Man. También nos espera el Festival de Cine Judío de Punta del Este, y así. Hemos creado una página en Facebook con el nombre del film, donde vamos informando sobre el estado de cada nueva participación y compartiendo siempre nuevas imágenes de la película junto a estas nominaciones. Una vez completado el ciclo anual de festivales veremos la posibilidad de ofrecer el film a algún portal de películas, y cadenas de televisión interesadas. Por supuesto está pendiente para el 2021 la presentación en alguna sala de Rosario, protocolos de por medio, así como en Buenos Aires, donde vive la familia Galante.
—¿Tenés pensado ya un nuevo proyecto fílmico?
—En este momento estoy trabajando en el video del próximo lanzamiento de mi hermano Gonzalo, que empezará a circular bajo el hashtag de #GretaSyndrome o Síndrome de Greta. Es poco lo que se puede adelantar de momento, salvo que se trata de una pieza del calibre de los mejores trabajos de Gonzalo, con un seleccionado de músicos nacionales, algo a lo que ya nos tiene acostumbrados, y que verá la luz en el nacimiento del 2021.
—¿Qué pasó con el documental en el que estabas trabajando sobre la lengua chaná?
—El trabajo que comenzamos con Blas Jaime, el último hablante de la lengua chaná, considerada por mucho tiempo extinta, fue quedando detenido por distintos motivos, a los que se suma ahora la pandemia mundial, que dificulta mucho todo tipo de emprendimiento. De cualquier manera, espero poder retomarlo y completarlo lo antes posible. Siento que ya contamos con un material que merece ser compartido, es decir que si avanzamos un poco más, el resultado final es prometedor. Ya se hicieron varios trabajos documentales y televisivos que han recogido el legado de Blas y lo han desarrollado muy bien. Sin embargo, creo que en nuestro caso hemos logrado un acercamiento al tema y al personaje que todavía no se ha visto. Me refiero al tratamiento artístico por un lado, y por otro, un registro más íntimo y sensible. La extinción de la lengua chaná y de tantos pueblos originarios, al igual que el Holocausto, forma parte de ese agujero negro en la historia de la humanidad que es importante que nunca se olvide, para que no vuelva a ocurrir. Esa fue la idea primaria de La llama de la memoria.
¿Y la música?
A mediados de los años 90, Aloras lideró el grupo La Sed, con el que grabó tres canciones que integraron el primer compilado del sello Planeta X, publicado en 1996. Luego, radicado en Barcelona, donde vivió un par de años antes de instalarse definitivamente en Suecia, reunió sus canciones en un álbum grabado de manera artesanal titulado Solista por abandono. Su segundo registro, Quizá no lo soñé, un EP de cuatro canciones, fue grabado en Rosario en 2016 junto a su hermano Gonzalo y el baterista Adrián Carlesso. En Lund, donde vive, toca el bajo en la banda Beyond South.
Después de que La llama de la memoria fuera premiado en Nueva York, y que el recorrido del documental por los festivales internacionales recién comienza, ¿queda espacio para la música? Aloras responde: “Nunca dejé de escribir y grabar canciones. Este 2020 fue, casualmente, uno de los más activos en el plano musical. Durante el confinamiento de la pandemia, encontré también tiempo para grabar y arreglar una quincena de temas, y hasta le hice a cada uno un pequeño video de un minuto. Fue una verdadera maratón creativa. El paso siguiente sería elegir un puñado para pulir, grabar y editar en un nuevo EP. Eso sucederá tarde o temprano, en la medida en que el tiempo y la atención me lo permitan”.