Bernardo Carlos Conde Narbaiz Elía, nacido en Paraná, es un activo gestor cultural de la ciudad de Rosario –donde reside desde hace largos años– y un perseverante militante por la paz, que pone en acciones concretas sus actividades y además también tiene una obra literaria publicada.
Fue fundador del ciclo Arte por la Paz, el cual desarrolló durante dos décadas. En la actualidad coordina el ciclo Poesía en el ECU. Entre sus libros podemos mencionar Hay que ser fuerte para estar vivo al atardecer, con crónicas de su viaje a Cuba, así como Zara se fue, dedicado a quien fuera su perra, entre otros.
De Espero el amanecer aunque anuncien el apocalipsis –título que nos remite al “si supiera que el mundo se acaba mañana, hoy todavía plantaría mi árbol” de Martin Luther King– dice Beatriz Vignoli en el prólogo que “un centón –según los diccionarios– es una obra literaria compuesta enteramente, o en su mayor parte, de fragmentos o expresiones de otras obras o autores. En alemán se llama Passagenwerk, como el título del libro inconcluso del filósofo Walter Benjamin que fue traducido al castellano como El libro de los pasajes. La etimología del término “centón” (del latín: cento, nis) lo vincula en el origen de su deriva lingüística con una palabra griega que designa a la colcha de retazos; por extensión, en el ejército romano, se llamaba centones a las grandes mantas o fundas con que se cubrían las máquinas de sitio y otros pertrechos. Estaban hechos de pieles o de paños en telas diversas, que eran cosidos en una unidad. Servían para resguardarse de las flechas enemigas. ¿Y del frío? Este centón fue compuesto por el escritor y filántropo Bernardo Carlos Conde Narbaiz Elía a partir de fragmentos enviados por amigos y amigas, y unidos mediante el amoroso y lúcido hilván de sus propias palabras. Es un libro que trata de abrigar, protegernos de la desesperanza, resguardar las máquinas sociales y afectivas que nos mantienen no solo vivos sino capaces de vivir una vida plena de sentido”.
En efecto, en este voluminoso libro –más de setecientas cincuenta páginas– editado por CG Editorial, encontramos textos de diversos géneros que van amalgamando una lectura y una cosmovisión de las cuales Bernardo quiere hacer participar al lector. Una suerte de antología –como si alguien nos invitara a su casa a escuchar la música que le gusta– pero donde además Conde Narbaiz interpela al mundo que le ha tocado. No en vano ha dicho el autor, en oportunidad de ser declarado artista distinguido por el Concejo Municipal, que “toda la vida he trabajado. Desde muy chico. Y en infinidad de cosas, situaciones, eventos. En mi amada familia nos educaron a estudiar, leer, reír, salir, divertirnos, pero fundamentalmente a enseñar, compartir, ser solidarios y ayudar a los más necesitados”.
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La portada del libro, editado por Ciudad Gótica.
Toma la palabra en el prólogo y dice lo siguiente. “Amo escribir. Es más, necesito hacerlo. El papel, el lápiz, las palabras y el tiempo que corresponda, son mi lecho, mi hogar. Comienzo cavando como si fuera mi propia tumba. Pero cuando el tiempo, la palabra y el cielo me hacen vivir, me doy cuenta de que mi lugar es un buen lugar después de todo y comienzo a hacerlo, y continuó, y no puedo, ni quiero parar. No me gusta la palabra fin, aunque reconozco, hay que escribirla muchas veces. Por uno, por esas palabras que nacen, que se escriben, y por los demás. Siempre aprendo y crezco. Cada día. A cada momento”.
Y ya sobre el final, luego del intenso – y también, por qué no, polémico por momentos– recorrido del libro, Bernardo se encuentra ordenando la habitación del escritorio de su casa. “Mi escritorio es la raya del límite entre arte y cultura, pasado y presente, recuerdos y olvidos, civilización y barbarie, vivos y muertos, pensamientos, dichos y palabras. Hojas que se leen, hojas que se mueven, hojas que inspiran, hojas que hablan, hojas que iluminan… hojas muertas, a raíz de situaciones, momentos, tiempos y personas muertas”.
Podemos ver, en definitiva, cómo las palabras y la propia vida son la materia que se encarna en estas páginas.