El tango “Cuesta abajo”, de Carlos Gardel, tiene una letra que respira el ADN de “Empieza el baile”: “Sueño con el pasado que añoro/El tiempo viejo que lloro y que nunca volverá”. Margarita o Marga (Morán) y Pichuquito o Pichu (Marrale) tienen una amistad entrañable. El era el bandoneonista de la pareja de Marga y Carlos (Grandinetti), que hoy está en Madrid con su familia y otra vida. Pichu lo llama a Carlos por teléfono desde Buenos Aires para decirle que tiene que viajar urgente a la Argentina porque Marga, que además de su pareja de baile fue el amor de su vida, se suicidó. Es tanta la fuerza de ese fantasma, que cuando Carlos se despide en Madrid de su esposa (que paradójicamente la interpreta Pastora Vega,su mujer en la vida real) y ella le hace una escena de celos, le responde: “quedate tranquila, está muerta”. Pero claro, el aire de comedia, con un cierto giro tragicómico, mostrará que no estaba muerta, estaba de parranda. O no tanto, como lo pintaba aquella salsa que cantaba Rubén Blades. Pichu armó el ardid con Marga porque era la única manera de repatriar a Carlos. Es que el objetivo de su llegada a la Argentina no era una zoncera ni un capricho. Marga le confesará a Carlos que es el padre de un hijo de ambos, y que llegó el momento de conocerlo. Para eso, los tres deberán emprender un viaje a Mendoza donde, supuestamente, se plasmaría este encuentro vincular, porque de familiar no tiene nada. Seresesky pergeña desde este disparador una road movie, en la cual Pichuquito será el chofer de una catramina destartalada, en la que los tres protagonistas irán desandando una comedia de enredos que, entre situaciones creíbles y no tanto, se torna en un viaje sumamente placentero para los espectadores y espectadoras. Es que la calidad interpretativa de ese trío ilustre que componen Grandinetti, Morán y muy especialmente Marrale, quien obtuvo el premio a mejor actor por este personaje en el último Festival de Cine de Málaga, le da un alto peso específico a la historia. Los códigos de vivencias pasadas y las cuentas pendientes le suman atractivo al relato, en medio de vistosas locaciones montañosas y algunas sorpresas efectivas, como toda la situación que rodea al personaje de Pichuquito, y otras demasiado forzadas, como el desfortunado encuentro con una pareja rebelde en medio de la ruta. Aunque el común denominador es siempre un tono melancólico, que puede seducir o no según quien la vea, sobrevuela en la trama de “Empieza el baile” un canto de amor y de amistad que, aunque suene a frase hecha, es una caricia al alma. Como sólo el buen cine argentino sabe darla.