En 2014, Paul Thomas Anderson adaptó por primera vez para el cine “Vicio propio” (Inherent Vice), una novela de Thomas Pynchon que era considerada (como toda la obra de Pynchon) “infilmable”. Ahora, otro director y guionista talentoso como Noah Baumbach (“Historia de un matrimonio”, “Frances Ha”, “Greenberg”) hace algo similar con “Ruido de fondo” (White Noise), la novela de Don DeLillo de 1985 que por décadas fue tachada de “inadaptable”. Y en principio, hay que reconocer el valor de arrimarse a esos materiales tan brillantes como difíciles.
“Ruido de fondo” (el libro) es (para sintetizar) una sátira sobre el miedo a la muerte y los mecanismos que adoptamos para negarlo o adormecerlo. También es una radiografía sobre la clase media norteamericana de los años 80: su adicción al consumismo, su insatisfacción permanente y su huida hacia ninguna parte.
Baumbach respeta la novela bastante al pie de la letra, tanto que la película también está dividida en tres grandes capítulos. La historia se centra en Jack Gladney (un soberbio Adam Driver con panza y avejentado), un respetado profesor universitario especializado en estudios históricos alrededor de la figura de Adolf Hitler. Jack vive con su cuarta esposa, Babette (Greta Gerwig), y cuatro hijos entre propios y ajenos de distintos matrimonios. La rutina de familia ensamblada parece marchar bien hasta que aparecen algunas grietas: el profesor y una hija adolescente comienzan a preocuparse porque Babette está muy dispersa y olvidadiza, y descubren que esto se debe a unas misteriosas pastillas que toma, una droga llamada Dylar. En medio de estas sospechas, otro asunto mucho más grave explota. La familia tiene que huir de su confortable hogar en los suburbios por culpa de un accidente ferroviario que provoca una fuga de productos tóxicos. Una nube negra amenazante cubre la ciudad y la población entera termina en una suerte de campo para refugiados.
La novela de DeLillo resultó de alguna forma profética y por eso la conexión de la película con la actualidad es muy potente. El miedo, la confusión y la angustia que provoca la “nube tóxica” es muy comparable a la pandemia del Covid o a los “incidentes” derivados del cambio climático; el consumismo sigue viento en popa y se ha multiplicado por mil con el avance de la tecnología, y la venta de ansiolíticos y todo tipo de psicofármacos se ha disparado con y sin receta. Es cierto también que estas observaciones y cuestionamientos a la alienación del sistema capitalista ya han sido muy transitados en diversos ámbitos, pero no por eso resultan pueriles o estériles en este presente.
Si bien la película transita por distintos géneros (comedia negra, drama y thriller), lo cual puede resultar desconcertante para los espectadores no avisados, Baumbach logra mantener el tono de sátira hasta el final, y eso es todo un mérito. Sin embargo, hay secuencias que funcionan y otras que quedan a mitad de camino. La “performance” de Driver en una clase de la universidad, transformado en una especie de pastor evangélico, o las escenas en que las familias huyen ante el peligro contaminante, son realmente cautivantes. En cambio, la subtrama policial que se instala casi al final termina naufragando, aunque por suerte es compensada con la coreografía que aparece en los créditos, al ritmo de un temazo bien pegadizo de LCD Soundsystem.
Tal cual sucede en “Vicio propio” (la película de Anderson), aquí también el peso de lo literario (lo mordaz de las reflexiones, lo sensible y filoso de los diálogos) se vuelve más relevante que el lenguaje cinematográfico. Pero esto no significa necesariamente una derrota. ¿Quién puede cuestionar la belleza única de lo literario en este caso? La adaptación de “Ruido de fondo” es una jugada audaz de Baumbach, un cineasta que siempre fue aplaudido por sus guiones originales. Y ese riesgo se agradece, más aún cuando viene de una pantalla generalmente previsible y estandarizada como Netflix.
Ruido de fondo | Avance oficial | Netflix