Por José Cavazza
Este año el músico actuó dos veces en el complejo cultural Atlas. La última vez fue el viernes pasado. Durante el recital Cabrera dijo que se siente como en casa tocando en ese espacio, frente a la gente comiendo tapas, empanada o carne al horno, y tomando vino o cerveza. Sobre el escenario Cabrera no bebe nada, ni siquiera un vaso de agua. Tampoco se mueve; permanece sentado en una silla empuñando una guitarra eléctrica, como si estuviera por iniciar un ensayo en el living de su casa. Con ese formato nada usual para un show —viola eléctrica y voz— empieza a interpretar "Copando el corazón" y escucharlo tocar y cantar vuelve a ser una experiencia peculiar. Luego hace "La casa de al lado" y escucharla cantada por él es muy diferente a las tantas y buenas versiones que tiene el tema. La emoción se mezcla con el sabor dulzón del tinto justo en el medio de la prosopopeya "la calle se empieza a incomodar...". En esto de la animación de cosas abstractas Cabrera es un verdadero maestro ("el tren saluda desde abajo", "los limoneros merodeando el galpón", etcétera).
Cabrera no busca parecerse a nadie. Ni siquiera intenta agradar ni sonar moderno. Se despreocupa tanto de las modas como de demostrar que no le importan las modas. A Cabrera no lo creó un público ni un medio; él le da formas a un público, moldeándolo a sus tiempos, a sus sonidos y silencios y a sus luces y sombras. También, Cabrera es como un tipo cualquiera de la calle, que antes de salir de su casa pone en la valija lo primero que encuentra en el placard, sabiendo de antemano que por estos meses de noche puede refrescar. Por eso, el saco oscuro medio grande y medio arrugado, la camisa que nadie recordará cómo era, los jeans holgados y las zapatillas Nike de salir a correr. Se calza unos anteojos como un profesor de Filosofía frente a su clase.
Cabrera no parece un músico, tampoco un empleado bancario ni un hippie ni un pendeviejo... Realmente, se parece a un tipo común y bastante gris, pero que compone unas canciones geniales, por el contenido y por las formas y, también, por cómo se versiona a sí mismo, siempre de un modo diferente. Algunas veces con su grupo, otras con guitarra acústica y otras con eléctrica como esta vez, llenando a medias los silencios de arpegios complejos y punteos morosos y además en algunos pasajes convirtiendo la de seis cuerdas en un bajo. Pareciera que la viola está ahí para llenar los silencios y otras veces para alargarlos, y entonces el instrumento suena como una extensión de su parsimonia; también a veces es como que Cabrera se olvida que tiene una guitarra entre las manos y canta algunos versos sin su acompañamiento, o bien la deja a un lado y se acompaña de una cajita de fósforos para cantar "Viveza". Y no queda como una canchereada, porque cualquier intento de maquillaje sería inútil en un recital del músico oriental. ¿Con qué sentido lo haría?, si a él le basta y sobra contrastar la potencia de la canción con su decir extraño y calmo. Así, con ese tono te canta "te abracé en la noche/ era un abrazo de despedida./ Te ibas de mi vida/ te atrapó la noche/ la oscuridad traga y no convida...". Y entonces te conquista para siempre.