Algunos pibes de mi generación pasamos de leer El Tony y El Super Ratón a "Heliogábalo o el anarquista coronado" y "Van Gogh, el suicidado por la sociedad". Es que terminábamos de comprar el último álbum del Flaco Spinetta, "Artaud". Eran tiempos en que ya nuestros viejos no agitaban el fantasma del avión negro de Perón, porque el viejo general había regresado definitivamente a la Argentina. Y era el nuevo presidente. La Masacre de Ezeiza cicatrizaba a través de las imágenes que habíamos visto en la redondeada TV meses atrás, sin entender demasiado eso de "la derecha peronista". Finalizaba 1973. El año del Viejo. El año del Tío. Y también el año del surgimiento del terror institucionalizado: nacía la Triple A. Y en medio de todo esto cerraba el año la aparición de "Artaud", un vinilo que el Flaco, con sólo 23 años, dedicaba al poeta y escritor maldito francés, con un puñado de canciones que asomaban sencillas en su apariencia y muy complejas en su relleno. Encima, el cartón que envolvía la joya era tan irregular que mi vieja siempre se lo llevaba puesto al pasar el escobillón por abajo del porta LP del tocadiscos. "A quién se le ocurre semejante idea", decía, maldiciendo al deforme sobre. La pobre no sabía que se trataba del mejor disco del rock argentino.