Hay cineastas que saben contar su pequeño mundo privado con tanta belleza que de inmediato logran llegar al corazón. Carla Simón ya lo había hecho con su ópera prima “Verano 1993”, una historia autobiográfica que linkeaba con su pasado de niña huérfana en medio de una familia extraña. Y ahora lo vuelve a lograr con “Alcarrás”, donde construye un relato coral de una familia que vive hace 80 años de la cosecha de durazno hasta que un día el heredero del dueño de esas tierras viene a sacarlos de un plumazo, con una grúa que destruye las plantaciones para instalar paneles solares. La directora pone la cámara en Iris -que bien podría ser ella de niña- quien juega con sus primos mellizos en el mismo terreno donde sus padres y sus tíos siembran, riegan, cuidan las plantaciones de melocotones (duraznos), cuya venta es lo que les permite subsistir a varias familias durante décadas. Pero no es el dinero lo que importa, aquí lo primero es el amor por el trabajo. Nadie se plantea si les gusta demasiado lo que están haciendo, saben que eso es más que una magra paga mensual: es el hilo rojo que une a hermanos, hermanas, tíos, tías, sobrinos, sobrinas, abuelo y abuela, nietos y nietas. Sobre ese espacio sensible (y no sensiblero) se mueve la realizadora catalana quien utilizó no actores para hacer este film, porque era la única manera que se podía garantizar que esos personajes transmitan verdad. Esos no actores nacieron y viven en Alcarrás haciendo lo que hacen en la película. Por eso emociona “Alcarrás”, que viene de ganar el Oso de Oro en Berlín. Porque partiendo del derrotero de esa familia se puede reflexionar sobre otras temáticas, como la deshumanización del avance de la modernidad sobre lo artesanal, y cómo se deterioran aquellos supuestamente sólidos códigos familiares cuando alguien que compartía tu mesa salta del otro lado del mostrador para comer con el enemigo. Simón sabe poner el foco en el trazo fino, en la letra de la canción que el abuelo canta con su nieta, en el despertar adolescente, en la tensión padre-hijo-hija o en los enfrentamientos entre cuñados, que pasan de la discusión a las piñas. Y no es casual que en la imagen final todos estén parados sobre el mismo piso mirando cómo dilapidan su pasado. Las derrotas se superan mejor cuando estás acompañado por gente querida. Otra sutileza de Carla Simón.