Aquella historieta se publicó en la editorial Timely, precursora de Marvel, en mayo de 1941. Lieber, había comenzado a trabajar allí a los 17 años, y a los 19 se le ofreció el puesto de editor jefe, que recién aceptó en 1945 al terminar la guerra. La compañía cambió su nombre a Atlas y, en un contexto de renovado interés del público por los cómics de superhéroes, pasa a llamarse Marvel. Lee pensaba que los héroes debían tener los pies en la tierra: con rupturas amorosas y cuentas que pagar, y que vivieran en barrios reconocibles.
Aquí es donde entra en escena Nueva York, que en la segunda posguerra pasó a ser el centro cultural del mundo occidental: pensemos en los cuadros de Roy Lichtenstein, que se valieron de la estética de los cómics, en la producción en serie de Andy Warhol, que reprodujo la lógica de mercado de las historietas, o en músicos como los Ramones, que bien podrían haber salido de las páginas de una revista de freaks dibujados. Es en Nueva York donde viven Daredevil, los Cuatro Fantásticos y Spiderman, y aunque hoy nos riamos de que toda invasión extraterrestre tenga como epicentro la Ciudad que Nunca Duerme, esto no siempre fue así.
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De la literatura a las viñetas
Cuentan que el paso de ser Stanley Lieber a Stan Lee tuvo que ver con la meta que se fijó de joven: escribir algo tan serio y tan determinante como la gran novela norteamericana, aquel Santo Grial de la literatura estadounidense. Lieber temía quedar pegado como escritor de historietas, que eran consideradas un entretenimiento más bien infantil, de manera que comenzó a usar el seudónimo por el que es conocido en el mundo entero. Al igual que sus héroes, que tenían un nombre de guerra, Stanley Lieber tuvo su alter ego.
Como Lee, sin embargo, no le fue nada mal. Lanzó al mundo del cómic héroes con fallas de carácter o físicas (Black Bolt, por ejemplo, es un rey cuyo poder no le permite hablar porque de hacerlo destruiría a sus súbditos; Cíclope necesita anteojos; el Profesor X no puede caminar…), que han pasado por alguna transformación traumática. El mejor personaje de toda la historia del cómic norteamericano, Silver Surfer, un ser extraterrestre que vaga por el espacio en una tabla de surf que le permite volar, fue un pacífico habitante de un mundo que, a punto de ser destruido por un gigantesco monstruo devorador de planetas, se ofrece en servicio de esta entidad galáctica para salvar su hogar. Esta abnegada acción viene con obligaciones: su cuerpo adquiere una forma metálica que le permite sobrevivir a las inclemencias del cosmos, y debe encontrar nuevos mundos para saciar el hambre de su tiránico señor.
De niño había leído a H.G. Wells –Marvel tendría su propia versión de La guerra de los mundos en los años setenta– y Edgar Rice Burroughs, y tuvo ideas para novelas que otras personas escribieron por él, pero Lee nunca llegó a concretar su sueño de escritor de libros. Podríamos hablar de una influencia literaria en Marvel, no obstante: el Juan Raro, de Olaf Stapledon, bien puede considerarse un precursor de los X-Men. Con todo, la importancia de Lee en la cultura popular de los últimos cincuenta años es innegable.
Adepto al uso de la aliteración en los nombres de civil de sus personajes, Lee ideó las identidades de Spiderman (Peter Parker), Doctor Strange (Stephen Strange), Hulk (Bruce Banner) y la lista sigue…aunque se trate de un recurso literario sencillo, es recurso literario al fin. Después de todo, la literatura oral, el Beowulf por ejemplo, está llena de aliteración, un truco ideal para ayudar a recordar. Otro recurso que podríamos señalar es el uso deliberado de arcaísmos: Thor, en sus inicios, parece hablar como un actor de Shakespeare.
Pero no todo es elogioso en la biografía de Lee. El investigador Abraham Riesman, autor de True Believer: The Rise and Fall of Stan Lee, considera que hay que tomar con pinzas cuando pensamos en el rol de Lee como creador del panteón de héroes de Marvel. Riesman sostiene que Lee no creó ninguno por su cuenta, y que el crédito debería ir para dibujantes como Jack Kirby, iniciador de todo un estilo gráfico y maravilloso imaginador de personajes cósmicos, y Steve Ditko, creador de Spiderman.
Stan Lee y la Argentina
Los dibujantes argentinos que llegaron a colaborar en la “casa de las ideas” son unos cuantos; por citar algunos, Quique Alcatena, Ariel Olivetti, Jorge Lucas, tal vez más reconocido por El Cazador, y el marplatense Marcelo Borstelmann.
Quique Alcatena, de una extensa trayectoria en el mundo de los cómics nacionales e internacionales, que incluye trabajos con Los Cuatro Fantásticos, comenta: “Hoy parece que pegarle a Stan The Man es de uso corriente. Y es verdad que hay mucho que achacarle. Nadie puede negar que disfrutó –y promovió– el reconocimiento del público, que lo consideró el padre fundador de Marvel. Y cómo no encariñarse con ese abuelo carismático que se ganaba a las audiencias con sus cameos en las popularísimas películas de aquellos superhéroes de los que él se arrogaba la indiscutida paternidad. Pero claro, sabemos que las cosas no eran, nunca fueron, tan así”.
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Alcatena reflexiona: “Ese viejito tan querible nunca tuvo la grandeza de otorgarles a los artistas que colaboraron con él en la creación de los personajes que hicieron de esa modesta editorial de principios de los 60 un emporio mundial, el merecidísimo rango de cocreadores. Esas usinas de talento que fueron Jack Kirby y Steve Ditko se fueron de la editorial, cansados de no ser tenidos en cuenta. Claro, en aquellos años la industria de la historieta en Estados Unidos era, en primer, segundo y tercer lugar, un negocio, y pasaba por alto, ni era consciente, de su dimensión artística, o de su rol cultural. Era una verdadera picadora de carne. Y Lee, editor en jefe, pariente de la patronal, y que además se encargaba de los diálogos y textos de las historias que ploteaban los artistas, no perdía su tiempo en disquisiciones autorales o estéticas. Había que vender revistas: todo lo demás era secundario. Pero cuando Marvel empezó a crecer el buen Stan, un poco sin querer, un poco queriendo, se autoerigió como demiurgo de esa mitología a cuatro colores impresa en papel barato que sedujo a millones de lectores. Desde su perspectiva (y creo que él mismo lo creía así) los artistas eran simplemente los encargados de traducir en imágenes lo que él someramente les indicaba. Solo los iniciados conocen el papel fundamental que tuvo Jack Kirby en la creación del panteón marvelita, pero seriamente dudo mucho de que las miríadas de espectadores que se encandilan con los filmes de la Marvel-Disney sepan quién fue. Pero al viejito simpático sí que lo conocen”.
El dibujante concluye: “Tampoco es justo ensañarse con Lee. Seguramente la fantasía desbordada provenía de las cabezas de Kirby, Ditko y otros artistas, pero el que le dio una voz, y una humanidad hasta ese momento bastante ausente en los cómics, fue Stan. Fue él quien hizo de Marvel, con sus editoriales desenfadados, con su entusiasmo contagioso, un club al que todos los chicos queríamos asociarnos. Fue él quien, en 1968, atendió cordialmente a un chico de once años que lo llamó por teléfono a las oficinas de la Marvel, para decirle que aquí, en el Cono Sur, tenía un admirador. Fue él quien se tomó el tiempo para hablar de cómics y superhéroes con ese pibe deslumbrado. Fue él quien, antes de despedirse, le pidió al argentinito que le pasara su dirección. Y ese argentinito, al cabo de unas semanas, recibió por correo una caja llena de historietas, con un pergamino firmado por todos los que trabajaban en Marvel. Era un tipo querible”.
Por otro lado, Ariel Olivetti, que debutó en Marvel con The Last Avengers Story en 1993 (desde entonces ha trabajado con personajes como Daredevil, Punisher y Hulk), recuerda que se inició como lector del sello en los años ochenta gracias a los X-Men, y le atribuye a Stan Lee el lugar de “creador absoluto del cómic de superhéroes norteamericano”, por su idiosincrasia, su forma de narrar y por el ritmo que le imprimió para contar una historia en veinte páginas. Los cómics, con Lee, pasaron de ser considerados un medio gráfico para niños a ser tenidos en cuenta por públicos más maduros y por la academia: a fines de los sesenta, las historias de horror cósmico y alucinantes aventuras del Doctor Strange se hallaban entre las favoritas de los estudiantes universitarios norteamericanos.
Olivetti recuerda cuando estuvo a punto de conocer a Lee en una convención de cómics en Nueva York, donde había una fila de cinco cuadras para encontrarse con él. Como la espera iba a ser larga Olivetti desistió, pero al terminar la convención se lo cruzó en una farmacia. Por aquella época el dibujante estaba a cargo de la serie regular de Namor y se lo comentó. Al igual que Alcatena, Olivetti recuerda con alegría el intercambio.
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La increíble galería de personajes de Marvel.
En su doble rol de editor jefe y guionista, Lee estuvo involucrado –hasta qué punto es un tema de debate– en la creación de personajes como Hulk, Thor (ambos de 1962), Iron Man (1963) y Black Panther (1966). A sesenta años de la aparición de estos mostrencos que hemos adoptado como héroes, y a cien años de su nacimiento, recordamos a Stan Lee con una cita-consejo para todo aquel que se quiera dedicar a alguna rama del arte: “Yo creo que solo podés hacer tu mejor trabajo si estás haciendo lo que querés hacer y si lo estás haciendo de la manera en que creés que debería hacerse. Y si podés estar orgulloso de lo que hiciste, es una buena sensación. No dejes que los idiotas te convenzan de dejar algo que vos crees que está bueno”.