Luego de su estadía y formación en Rosario, tal vez con instinto de anticipación, en agosto del 2001 se va a vivir a Estados Unidos, “justo antes del incendio”. “Algunos animales ladran antes del terremoto, por capacidad intuitiva, pueden prevenir acontecimientos como estos, cosas que nosotros fuimos perdiendo, así que en mi caso fue de puro culo”, reflexiona. Más precisamente, recaló en el Berklee College of Musicde Boston. Allí, en Estados Unidos, “fue remarla, tocando y estudiando mucho, prevaleciendo las ganas de aprender, preguntar, tocar, buscar ayuda”.
Respecto al Grammy que obtuvo junto a Wayne Shorter por el solo improvisado de jazz en la canción “Endangered species”, de Esperanza Spalding que está en el álbum “Live At The Detroit Jazz Festival”, si bien es algo que aprecia, se nota que no lo desvela: “Es el primero donde figuro solo, pero participé tocando o componiendo en otros discos que fueron premiados, en el caso de Mon Laferte, Esperanza Spalding o Residente”.
Con estos últimos, también, este año sale de gira. También lo hará con The Mars Volta, luego de haber tocado en su último disco, y con su líder, Omar Rodríguez López.
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Genovese, además tiene una extensa lista de personas con las que compartió experiencias musicales. Tocó con Herbie Hancock, Terri Lyne Carrington, Mike Stern, o Dave Liebman, entre otros, y esta noche se presenta con el Trío Sin Tiempo, que forma junto a Mariano Otero y Sergio Verdinelli, donde desarrollan una música que trae consigo desde la panza de su mamá.
“Mi mamá es pianista, y mi vínculo con la música comenzó desde que estaba embarazada, cuando tocaba el piano todas las noches un rato, ponía la panza mientras yo crecía adentro. En los últimos meses, pegado a las teclas, cerca del borde del piano. Además, fui un bebé muy gordo, pesé casi cinco kilos, así que seguramente la música ya me hacía crecer dentro de la matriz materna de la vieja. Ese piano todavía está en la casa, donde sigo descubriendo cosas cada vez que voy de visita a mis pagos”, declara.
—¿Ese piano era como un juguete para vos cuando eras niño?
—No tengo recuerdos de haber jugado con ese piano, o de haber pasado de niño por al lado y haberle dado unos toques, como hacen los niños, aporrarlo, azotarlo. Pero sí, mis padres me llevaron a clases de piano, a los 7 u 8 años, con una profesora del barrio, que fue mi primera maestra. Después de 1 o 2 años, aborté esa idea y me dediqué más a ir al club o andar en bicicleta, hasta que tuve 16, y armamos la banda de rock and roll con los amigos, Marca Acme, y ahí fue realmente donde comenzó el juego. De chiquito había sido más una cosa, no quiero usar la palabra obligación, de plantar una semilla en un suelo que iba a germinar en unos años. Como la canción de Atahualpa, “El aromo” que habla de ese aromo que se metió en una piedra, y a sus duras penas le costó más tiempo crecer y germinar, pero mis padres lo regaron de chiquitos, y más tarde creció.
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—Imagino que en algún momento dejó de ser solamente un juego. ¿Cuándo apareció la disciplina del estudio?
—La disciplina de alguna manera comenzó cuando terminé la escuela secundaria. Yo fui a una escuela de campo, de doble turno, con formación vinculada al campo. Por la mañana una escuela normal, y por la tarde tareas relacionadas al campo. Volvía a las 18 tremendamente cansado. Cuando termino, me voy a vivir a Rosario, y ahí comienza el estudio más al estilo samurai, todos los días, acelerando, afilando, el tiro del francotirador. Porque sabía que venía con mucha sed de aprender, sed verdadera por el conocimiento de esta música, el jazz. Profundicé en el universo del jazz cuando viví en Rosario. Si bien en Venado Tuerto había tomado clases con el papá de Jota Morelli, con el pianista Daniel Díaz, y la pianista Mónica Boile, ellos fueron dándome elementos, algún que otro acorde extraterrestre, e ideas sobre esta música que estaba haciendo ruido dentro de mí, pero fue en Rosario cuando estalla.
—¿Cómo se gestó el trío con Otero y Verdinelli?
—El trío se gestó en un viaje que Mariano Otero hizo a New York. Vino a casa, tocamos en dúo, la pasamos divino, nos hicimos más amigos compartiendo música, viendo conciertos, entonces dijo cuando estemos en Argentina toquemos con Sergio Verdinelli, que fue un héroe de mucho tiempo, lo vengo escuchando hace 25 años, y soy fanático de los dos, y tener la chance de viajar y crear música juntos, es una bendición.
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—Compartís momentos con músicos de diferentes perfiles. ¿Cómo hacés para navegar entre la elite musical a la cultura popular?
—Yo de elite musical tengo cero. La música de jazz en Estados Unidos, es completamente popular. Y ando por los clubes en Brooklyn donde tocan tres o cuatro por día, donde no se cobra entrada, a la gorra. Si bien sí existe la elite, la gente que figura en las revistas, o la que está en el mercado, que vende y se vende de esa manera, yo no pertenezco a eso, no quiero pertenecer, y no creo que me acepten si quisiese. No estoy hecho de eso yo, yo estoy hecho de madera y de barro. De repente si en Argentina en algún momento se pensó que esta música pertenece a la elite, fue porque lo fue en algún momento. Pero el hecho de que hoy en día para estudiar jazz, en preparación con los músicos del estilo más picantes del país, de manera gratuita, eso significa que ya no es más elite. Por eso sería muy importante, fundamental, que siga en pie la Escuela Municipal de Jazz por mucho tiempo más. El hecho de que haya un montón de chicos jóvenes estudiando esta música, interesados en esta forma, en este sonido, en la historia, me parece que hace que ya no sea más elite. Lo fue en otras épocas, y no deja de serlo en algunos lugares, o para algunas personas. Hoy hay muchos festivales de jazz en todo el país, que con amor están queriendo tapar esa imagen de elite y ponerlo a la par con todas las artes populares. Porque si alguna persona se piensa que el jazz es el blue note, o tiene una idea un poco poética, una mirada un poco chatarra, no. Esto es una música que tiene que ver con una revolución de la gente afroamericana, una música muy picante, que no todo el mundo puede tocar, ni acceder, ni entender, porque es difícil y tiene que haber un cierto vuelo. Pero, así y todo, tenemos al maestro Thelonious Monk, una luz, un genio que marcó el camino a seguir, que dijo “vamos a hacer esta música simple, para que todos puedan apreciarla y entenderla”. Esta música es la comunidad. Si vos ves que le dan un premio a alguien, nunca es a una persona, siempre hay una comunidad detrás del proyecto. Esta música siempre creció y se desarrolló en comunidad, por eso, si bien hay elite, yo prefiero pensarla como cultura popular.