Los amores no tienen explicación, ni entienden de lógica o razonamiento, se sienten y nada más. Y la devoción por los ídolos populares va en la misma sintonía. En el fútbol, Argentina sabe de flechazos directos al corazón, de amores eternos, de pasiones únicas, de personajes cubiertos de épica que serán leyendas por siempre. En esta estatura de “dioses del olimpo” hay dos emblemas que en materia deportiva le regalaron la máxima alegría al pueblo argentino, que lo hicieron sentir al menos por un rato “campeón del mundo” y que lo sacaron de los pesares cotidianos. Primero fue Diego Maradona y ahora es Lionel Messi. Dos romances únicos e irrepetibles, que se dieron con el paso del tiempo y no sin un vacío intermedio. Dos épocas distintas, dos flechazos únicos. Como canta el rosarino Fito Páez en una canción memorable: “es el amor, después del amor”.
Ahora Messi, al igual que Maradona antes, tienen una coincidencia que va mucho más allá de las gambetas y los golazos, y es que se ganaron el amor eterno de los hinchas, del pueblo, de todos, incluso fronteras afuera del país.
Tanto Diego como Leo son personajes únicos con la pelota, irrepetibles, incomparables y con distintas personalidades también. Pero esta distancia sideral entre uno y otro fuera del rectángulo de juego en cuanto a estilos de vida (sin valoraciones éticas ni muchos menos, ni catalogando a uno por encima del otro) no fue obstáculo para igualarlos en la idolatría ni en el amor popular que generan, Diego ya desde la eternidad.
Ambos irradian esa devoción única que sólo movilizan los elegidos, los tocados por la varita mágica, los que logran arriar a un país entero a festejar como locos en la calle, como también a sufrir y llorar junto a ellos en las derrotas dolorosas. Porque las sonrisas y las lágrimas de Diego y Leo, fueron y son también las del pueblo en materia deportiva, ante los grandes triunfos o los duros traspiés de la selección.
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México 1986. Diego levanta la copa en el estadio Azteca tras vencer a Alemania.
Maradona levantó el máximo trofeo en el Mundial de México 1986 y allí se fortaleció el gran romance entre el pueblo argentino y la selección, pero desde ese momento focalizado en un único personaje, como era el pibe de Villa Fiorito. Un amor eterno que jamás se apagó con ese diez ilustre, épico, legendario, con un afecto masivo que incluso se acrecentó con su lamentable partida en 2020.
Los goles inolvidables a Inglaterra en el Azteca o el pase magistral a Burruchaga para el grito del título ante Alemania en México 1986 son flashes que metieron a Diego por siempre en la piel argenta. Porque jugaba con el corazón, además de tener una zurda prodigiosa.
Pero el amor hacia Maradona también se forjó en las malas, cuando hubo decepción en el Mundial de España 1982 y más que nunca cuando el diez lloró como un chico tras la final perdida con los germanos en Italia 1990, en ese torneo donde antes había jugado con el tobillo hinchado como una sandía y armó el golazo del Pájaro Caniggia ante Brasil.
Diego enamoró a los argentinos en las buenas y en las malas. Cometió errores de todo tipo, se equivocó y pagó, siempre puso al fútbol por encima de todo y aseguró para la eternidad que “la pelota no se mancha”.
Pero desde la plenitud del Maradona jugador el tiempo avanzó de manera inexorable y Argentina fue perdiendo protagonismo en las competencias ecuménicas, al punto que la albiceleste nunca más pudo alzar la Copa hasta el pasado domingo.
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Qatar 2022. Leo es todo alegría en el estadio de Lusail luego de vencer a Francia.
Y la coronación en Qatar fue de la mano de otro iluminado del fútbol, otro fuera de serie, un crack con todas las letras, más rosarino que el Monumento a la Bandera: Lionel Messi.
Pero antes Leo no la tuvo nada fácil, a pesar de que coleccionó a montones trofeos de todos los tamaños en su época brillante en Barcelona. Con la selección tenía la pelota pinchada, el arco torcido, se esforzaba al máximo y el balón pegaba en el palo y se iba afuera.
Leo participó de cinco mundiales, fue el que más veces jugó en toda la historia de la Copa del Mundo con 26 partidos y recién en el último pudo cumplir su sueño máximo, en el triunfazo ante Francia en los penales (4-2), tras el 3 a 3 frenético de los 120 minutos. Allí anotó dos tantos durante el juego, el primero de penal y además acertó en la tanda final desde los doce pasos. Por eso nada más justo que la foto ya histórica de Leo con los ojos más brillantes que la Copa del Mundo, mientras la apretaba fuerte con sus manos en la coronación en Qatar.
Messi, con la albiceleste luchó como un verdadero gladiador, recibió durísimas críticas, hasta le achacaron que no cantaba el himno, cuando nunca cuidó sus piernas jugando por la selección. Como a Diego, también le tocó transitar momentos durísimos, entre ellos la final del mundo perdida en 2014 ante Alemania en el Maracaná de Río. Y caer en varias finales de América, en las que mereció mejor suerte. Pero tuvo la mejor revancha en su madurez.
Porque primero alzó la Copa América en 2021 ganándole la final al local Brasil y ahora llegó su máxima recompensa en la cita de Qatar. Fue por lejos su mejor Mundial: goleador, caudillo y líder. Jugó el torneo de su vida, sabía que era el último round para entrar en la sala grande del fútbol y ganó por nocaut. Luchó contra todos los fantasmas y venció con hidalguía y justicia.
Por ello este nuevo amor del pueblo argentino hacia un jugador de fútbol. Por ello el festejo inédito de un país movilizado como nunca para celebrar la conquista de Qatar. Por ello la enorme expectativa para lo que será este martes la caravana de los campeones del mundo arribando al país. En un tributo a todo el equipo, por supuesto, pero con Messi como ícono referencial y foco de todas las fotos. Esta idolatría hacia Leo no le quita mérito al resto, pero nada se compara con el magnetismo del diez y capitán de la Scaloneta.
Desde el domingo Messi está entre los tres mejores jugadores de la historia, con el mencionado Diego y el brasileño Pelé. Y para los argentinos es una sensación especial, es el amor posMaradona. Es el amor después del amor. Un fascinante viaje de pasión, locura y felicidad de Diego a Leo.