“Me acuerdo de Leo porque cuando jugaban en el campito de la escuela él llevaba siempre la pelota y los otros chicos corrían detrás”, confiaba antaño la señorita Mónica, una de sus maestras de sexto grado de la Escuela Las Heras, de Buenos Aires al 4800, en el barrio Presidente Perón, contiguo a La Bajada.
Y algunas de aquellas jugadas de la primaria repitió Lionel Messi, justo el día que cumplió mil partidos en su carrera, se erigió en el goleador y jugó su mejor encuentro en este Mundial, no sólo por el golazo con el que abrió el partido sino por lo que jugó en ese final maradoniano, a pura gambeta de barrio.
La selección argentina la pasaba mal con el limitado Australia cuando promediaba el primer tiempo. El equipo había monopolizado la pelota en la primera mitad de esa etapa, pero no había podido llegar. El estructurado Australia se animó a tocar la pelota por abajo a los 30 minutos y Argentina no lograba presionarlo en la salida.
Messi, que como todo jugador mayor de 30 años sufre sobremanera la exigencia del maratón de partidos –Argentina jugó cuatro en apenas 11 días–, reguló las energías en el primer tiempo, cuando a menudo caminó la cancha sin presionar la salida por abajo de los australianos.
Hasta que a los 35 minutos fue a presionar al marcador izquierdo Aziz Behich sobre el lateral derecho argentino, quien reaccionó con un empujón, luego de perder la pelota. En la jugada siguiente el propio Behich, quien se quedó con la sangre en el ojo, lo bajó al Papu Gómez por la derecha. Messi mandó el tiro libre, hubo un rechazo, la jugada derivó en un pase magistral de Papu Gómez a Messi por la derecha, toque al medio a Alexis Mac Allister, devolución a la derecha del área, donde Otamendi la paró, pero se frenó enseguida porque llegaba Messi de frente, quien enganchó, se acomodó y clavó un zurdazo, abajo, junto al segundo palo, en el golazo que abrió un partido muy complicado. Cómo habrá sido de ajustado ese primer tiempo que el gol de Messi fue el único tiro al arco.
Empero, el partido fue otro en el complemento, en el que Messi comenzó a hacer de las suyas, como a los 19 minutos cuando gambeteó a tres defensores y le metió un caño a un cuarto, en una diagonal de derecha a izquierda, en una jugada que terminó en un córner.
El partido pareció terminado con el segundo gol de la selección, cuando Julián Álvarez definió con un tiro suave al segundo palo, luego de la oportuna presión de De Paul al arquero Mac Ryan, quien se había hecho un nudo con la pelota. Lo apasionante del fútbol hizo posible que una pelota que ni siquiera iba al arco le pegara a Enzo Fernández en la cara y se clavara en el segundo palo, en un cachetazo que metió al equipo hasta el final en la pesadilla del debut con Arabia Saudita.
Si Scaloni había acertado con el ingreso de Lisandro Martínez por el Papu Gómez en el inicio del complemento ello quedó ratificado en el final cuando Behich pasó a cuatro por la izquierda y quedó solo frente al Dibu Martínez, pero el propio exdefensor de Newell’s tapó su remate final, con un cierre magistral.
Si cuando Messi caminaba la cancha en el primer tiempo uno podía preguntarse si se guardaba resto para el final eso quedó ampliamente demostrado en los últimos minutos y en el adicional, como a los 80 minutos cuando gambeteó a dos defensores en el área y lo dejó solo a Lautaro Martínez por la izquierda, quien se perdió un gol increíble, cuando remató por arriba. O en el final, cuando Messi la recibió por la punta derecha, donde la pisó y pasó entre dos, en una gambeta de hueco, como les decían a los baldíos de antaño.
En esos siete minutos de tiempo adicionado –que no terminaban nunca– Messi asistió otra vez a Lautaro Martínez, quien esta vez le pegó al arquero, en una jugada luego de la cual decidió terminar él mismo los ataques: a los tres minutos le pegó cerca del ángulo derecho, y a los cuatro minutos, cuando recibió el rebote del arquero y también le pegó desviado.
Así, el partido número mil de Messi salió redondo por donde se lo mire: jugó su mejor encuentro en lo que va del Mundial, se erigió en el goleador y anotó su primer tanto en un partido definitorio en una Copa del Mundo. Además, no sólo convirtió el tanto que abrió el encuentro sino que comenzó la jugada con una disputa de la pelota por la derecha, que ganó y derivó en el tiro libre previo. Y en el final la pidió, gambeteó iluminado por ese rayo maradoniano, asistió dos veces a Lautaro Martínez y se perdió otras dos el tercero. Y, además, cuando la pelota quemaba en cada centro australiano, Leo la pidió, la guardó bajo la zurda, gambeteó e hizo de las suyas contra la raya, como hacía en sexto grado, en el viejo campito de la Escuela Las Heras, cuando sus compañeros corrían detrás de él. Y sí. La señorita Mónica tenía razón. n