En su primer discurso como presidente, Javier Milei reafirmó la impronta refundacional que busca imprimirle a su gobierno. En su narrativa, el primer paso para dejar atrás el colectivismo empobrecedor para marchar hacia la utopía liberal.
Por Mariano D'Arrigo
El presidente electo, Javier Milei, fue el político más buscado en Google
En su primer discurso como presidente, Javier Milei reafirmó la impronta refundacional que busca imprimirle a su gobierno. En su narrativa, el primer paso para dejar atrás el colectivismo empobrecedor para marchar hacia la utopía liberal.
Como un profeta que busca convencer a sus seguidores, Milei adelantó que la travesía por el desierto estará llena de penurias: estancamiento económico, más inflación, desempleo y más personas bajo la línea de la pobreza. Al final del camino hacia la tierra prometida, aseguró, el sufrimiento habrá valido la pena. Con el fin de la noche populista habrá un amanecer de paz, prosperidad y desarrollo.
En una versión extendida de la canción macrista del segundo semestre, el nuevo presidente adelantó que los frutos de la nueva política económica recién comenzarán a verse tras 18 o 24 meses, un período que parece un siglo en esta Argentina donde la aceleración inflacionaria torna cualquier proyección de mediano plazo en un ejercicio de ficción.
A diferencia del gobierno de Cambiemos, que planteaba hacer tabula rasa con la historia, Milei está armado de un relato histórico denso, que ubica una edad de oro que se extendió desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda década del XX y que se perdió con el abandono del modelo agroexportador y la llegada al poder del radicalismo a través del sufragio universal (en rigor, masculino).
Ubicado en esa línea de tiempo, que para Milei es pura decadencia (salvo la presidencia de Carlos Menem) y donde no aparece como hito los cuarenta años de democracia, su misión es tirar abajo el muro estatal que bloquea a las fuerzas productivas y liberar las energías de la iniciativa privada.
En ese camino, el panorama escalofriante que pintó Milei con 15 mil por ciento de inflación y 90 por ciento de pobreza cumple una doble función. Por un lado, baja las expectativas y pone la vara por el piso. Por el otro, sirve como justificativo para las medidas drásticas que empezarán a desplegarse a partir de este lunes.
Con su discurso calcado al de su admirada Margaret Thatcher, Milei planteó que no hay alternativa al shock. Como un cirujano frente a un paciente desesperado, el libertario explica que pasar la motosierra es la única opción para salvar un cuerpo moribundo.
A diferencia de lo planteado en campaña, el campo quirúrgico se extendió de la casta al Estado. Podar partidas presupuestarias implica hachar empleo, salarios, jubilaciones, programas sociales y subsidios, que constituyen el grueso del gasto público.
Si bien Milei ganó parte de la batalla cultural y el ajuste dejó de ser tabú para convertirse en bandera política, el gran interrogante es cuánto tiempo de “sangre, sudor y lágrimas” puede aguantar una sociedad exhausta y que ya le bajó el pulgar al peronismo por llevar al país a una inflación de 140% anual y 40% de pobreza. Dos datos que ya quedaron viejos aún antes del recambio presidencial.
Paradójicamente, si Milei decide aplicarlo a fondo, el ajuste pegará particularmente fuerte en el núcleo de su base de apoyo, trabajadores pobres y distintos segmentos de la clase media, los más expuestos a la inclemencia de la inminente estanflación.
Para atravesar ese período de escasez, Milei confía en el descrédito de la dirigencia política y actores como sindicatos y movimientos sociales, que ya se preparan para enfrentar los recortes. En este punto, este domingo el nuevo presidente pareció adelantar una estrategia que combinará dosis no del todo claras de negociación, refuerzos económicos para los más vulnerables y mayor dureza con la protesta social. Un terreno delicado, dados los abundantes antecedentes que cuenta la historia argentina de hechos de sangre protagonizados por policías mal entrenadas y envalentonadas desde el vértice del poder.
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Aunque todavía falta ver la letra chica de su programa económico, Milei ya explicitó su estilo comunicacional y de gobierno, al menos para este primer tramo de su gestión.
De espaldas al Congreso donde también tienen su asiento los otros representantes de la voluntad popular, el conductor de La Libertad Avanza desplegó una comunicación directa entre el líder y sus seguidores que remite al modelo del salvadoreño Nayib Bukele, otro outsider que llegó al poder apalancado por las redes sociales y la deslegitimación del establishment político. Por el momento, las instituciones argentinas siguen en pie, y para avanzar con su paquete de reformas Milei necesitará construir una mayoría legislativa y que pasen el test en la Justicia.
Después de un discurso en tono lúgubre, cargado de tecnicismos económicos y donde hubo muy poco lugar para la esperanza, desde el balcón de la Casa Rosada buscó tocar la fibra religiosa de sus fieles, que se movilizaron hasta la plaza de Mayo. Otra vez, pidió una prueba de fe a una sociedad que necesita creer. La historia enseña que el carisma es una fuerza poderosa, pero puede desvanecerse si quien se asigna un mandato divino no cumple con la misión que promete realizar.
Por Facundo Borrego