El crimen de un adolescente en Villa Banana expuso lo que los vecinos comentan con total naturalidad: hay más vigilancia durante el día, la urbanización ayudó mucho pero siguen existiendo conflictos violentos que condicionan a la comunidad y la deja desprotegida cuando cae la noche. Josué Ramiro Deheza tenía 16 años y fue atacado a balazos cerca de la medianoche del jueves, a pocos metros de su casa ubicada en un pasillo sinuoso y angosto. Por esas calles, cuentan que lo andaban buscando por una bronca iniciada por el robo de una gorra, pero a su vez contextualizan el hecho en un sector del barrio atravesado por el narcomenudeo.
Pasadas las 23.30 del jueves, en un pasillo que cruza la compleja fisonomía territorial de Villa Banana, prácticamente no quedaban vecinos en la vía pública. Los disparos fueron varios y se escucharon muy fuerte, retumbaron en la chapa de las viviendas precarias que permanecen mientras el barrio protagoniza un notorio cambio por la urbanización que finalmente comenzó a abrir sus calles.
Los vecinos que más cerca escucharon los estruendos se movieron por reflejo. "Agarré a mi nena que dormía y nos tiramos al piso", contó una vecina. Quienes se asomaron a la calle se encontraron con el resultado de esa balacera: el cuerpo de un pibe muy joven desplomado en el suelo y con una herida grave en la cabeza. Enseguida lo reconocieron, era Josué, también conocido como Ramirito por su segundo nombre.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Los allegados del chico, que tenía 16 años, fueron avisados de inmediato. Y lo que continuó fue el drama desesperante de una familia que intentó, por sus propios medios, hacer algo por él. Lo cargaron a un auto y lo llevaron al hospital Carrasco, donde un médico confirmó el fallecimiento por un disparo en la cabeza.
La historia de Josué
A Josué lo recordaron algunos conocidos como un pibe sencillo que apenas comenzaba a crecer. Con una historia difícil, adoptado por una familia ante la imposibilidad de su madre de estar con él, se había acercado a la parte más precaria del comercio de drogas donde venta y consumo se conectan en trasfondos problemáticos.
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Desde la Fiscalía Regional precisaron que la investigación del homicidio quedó a cargo de la fiscal María de los Ángeles Granato. La funcionaria dispuso una serie de medidas para que realice su gabinete de investigación con el fin de encontrar un posible móvil del crimen. Oficialmente, no trascendió nada al respecto: solo describieron el hecho a partir del llamado al 911 por el hallazgo de la víctima herida en la calle.
En la escena del crimen levantaron 8 vainas calibre .380.
Lo andaban buscando
Pero en ese pasillo que serpentea por Villa Banana y conecta las calles Rueda, Lima y Amenábar aparecieron distintos comentarios que contextualizaron el crimen en una ya arraigada lógica violenta en la que se entrecruza el acceso a armas y el narcomenudeo. En principio, se comentó que se trató de un conflicto motivado por el robo de una gorra, sin especificar de qué manera había participado el chico asesinado. Sí dijeron haber escuchado que lo andaban buscando.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
A Josué sus homicidas lo encontraron en los alrededores de una vivienda abandonada, señalada como un punto relacionado al narcomenudeo. En ese contexto se explica el temor de los vecinos que al hablar intentan no ser muy específicos cuando son consultados. Lo que surge, a grandes rasgos, es el denominador común de esta problemática en todos los barrios periféricos: la venta minorista de drogas suele tener a menores de un lado y del otro de las transacciones y conflictos frecuentes.
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Todavía no aparecen respuestas que expliquen del todo la disminución en la cantidad de homicidios registrados en comparación a años anteriores, tendencia que se mantiene en estos siete meses de 2024. Mientras, hechos como este dan cuenta de que la conflictividad territorial es más compleja que lo que pueden indicar los números. Más allá del posible motivo del crimen pareciera ser que las condiciones continúan estando: las armas de fuego como herramienta para saldar broncas y el silencio por temor que tiende a obstaculizar el esclarecimiento del hecho. Esta vez lo deja claro el final atroz de la vida de un pibe de 16 años.