Un joven de 23 años fue condenado a prisión perpetua y otro de la misma edad a
15 años de cárcel por el crimen del carnicero Carlos Fabio, quien fue baleado de un escopetazo a
corta distancia cuando salió a perseguir a los autores de un robo a su negocio de Ayacucho y
Uriburu, en abril de 2006. El juez de Sentencia Antonio Ramos les impuso además el pago de una
indemnización que supera el medio millón de pesos —que por su condición humilde difícilmente
puedan afrontar— y rechazó una demanda de familiares de la víctima contra la provincia y el
municipio por supuesta inacción en materia de seguridad ciudadana.
De los dos imputados, Héctor Francisco Castañeda recibió la pena más alta por
ser considerado el autor del escopetazo que acabó casi en un instante con la vida del comerciante.
Fue condenado por matar para asegurar el resultado del robo, lo que se denomina homicidio críminis
causa. A Juan Marcelo Montenegro le aplicaron 15 años de pena por participar del asalto que terminó
en el crimen.
La defensa. Castañeda se entregó en la comisaría 11ª dos días después del
crimen, junto a su padre. Dijo que había consumido drogas y por eso no podía recordar nada de lo
ocurrido, ni siquiera haber entrado a la carnicería. Sobre eso giró el planteo de la defensa
durante el juicio. Pidió que fuera declarado inimputable por no haber comprendido lo que hacía.
El juez lo rechazó. Remarcó que el análisis de sangre y orina realizado al
muchacho (el cual detectó un componente no identificado) no fue realizado con inmediatez al crimen.
En suma, consideró que no había pruebas de que el muchacho hubiera actuado bajo un estado de
incomprensión. "Toma la decisión de disparar y lo hace como medio para alcanzar el robo",
evaluó.
Los dos muchachos vivían muy cerca de la carnicería Carlos II, el local de la
ochava sudoeste de Uriburu y Ayacucho del que era dueño Fabio, de 30 años. Conocían del barrio al
comerciante y a sus empleados y en otras ocasiones habían ido a pedir unas monedas. La mañana del
15 de abril de 2006, cerca de las 10, en el negocio estaban Mariela Berlocchi, esposa de Carlos,
dos empleados y tres clientes. "Hola Mariela. ¿Cómo te va?", saludaron. Las mujer les preguntó qué
necesitaban y sacaron una escopeta tumbera.
Asustada, Mariela se escondió en una habitación. Los ladrones le exigieron a uno
de los empleados la caja registradora, con la que se fueron tras arrojar al piso una balanza
electrónica. Justo en el momento en que los ladrones salían corriendo hacia la villa ubicada calle
de por medio, Fabio llegó en su cupé Renault Megane en la que llevaba a Luna, su hija de un año y
medio.
El carnicero salió tras los asaltantes por Uriburu hacia el este.
Caída y disparo. A unos 50 metros uno de los asaltantes tropezó y cayó al piso.
El otro siguió. El comerciante intentó cerrarle el paso, pero apenas bajó del auto recibió un
escopetazo en el medio del estómago. Fue a muy corta distancia, desde unos 50 centímetros. Los
vecinos llevaron a Fabio a un sanatorio privado, adonde llegó con sus últimas fuerzas.
A las 48 horas Castañeda se entregó. "Se sabe que Héctor es el que sacó la
escopeta en la carnicería", dijo entonces la policía. El muchacho no tuvo mucho para decir. En la
comisaría dijo que no se acordaba de nada y que sólo tenía algunos flashes de lo que había pasado
ese fin de semana. En la indagatoria, directamente se abstuvo de declarar. Los vecinos de Fabio,
que era una persona muy querida en el barrio, convocaron a una numerosa marcha para pedir el
esclarecimiento del caso.
El otro. Dos semanas después fue apresado Montenegro cuando caminaba por el
barrio toba de la zona oeste. Varios meses más tarde, en su casa de Garibaldi al 200 se encontró el
arma escondida en un pozo.
Además de ese hallazgo, dos líneas de prueba resultaron esenciales en el juicio.
Una es la que definieron los reconocimientos. Los empleados y la esposa de Fabio señalaron a
Castañeda sin dudar. "El número 1 es el que lo mató", "es el que manipulaba el arma adentro de la
carnicería", dijeron. Otro elemento fue el testimonio de la concubina de Montenegro. Contó que esa
mañana lo vio llegar corriendo a su casa junto a Héctor. Después se cambiaron de ropa y se pusieron
a revisar el escaso contenido de la caja registradora.