Ludueña es de esos barrios de la periferia rosarina en los cuales partes de sus territorios tienen como banda de sonido para los vecinos el estruendo de armas semiautomáticas. Uno de esos sectores es la geografía delimitada por calles Campbell, Felipe Moré, Navarro y Casilda, y entre estas dos últimas las vías. El último episodio con olor a pólvora sucedió en las últimas horas en Teniente Agnetta al 100 bis cuando atacaron a balazos la casa de Miguel, más conocido como “Darincho”, el presidente del Club Social y Deportivo "Padre Montaldo", institución que quedó en medio de una resonante balacera la tarde del 16 de febrero pasado cuando una veintena de pibitos de 6 y 7 años jugaban a la pelota.
“No sabemos por donde viene. Pudo ser un desastre. Nos angustia porque este es un lugar de encuentro por el que pasa gente amiga y los nenes que van a jugar al club. Es como una sede paralela del club”, explicó una persona allegada a Darincho y al club Padre Montaldo, el sacerdote fallecido en 2016 y que supo ser motor de contención de la gente de ese sector humilde de la ciudad. Otro dato que ya no llama la atención es que el hecho no fue denunciado ante la Justicia ni la policía.
Es imposible no pensar este ataque sin recordar la balacera ocurrida la tarde del miércoles 16 de febrero en el club fundado en febrero de 2016 y el horror en los rostros de los nenes que escuchaban las detonaciones escondidos en el humilde vestuario junto a la canchita de Teniente Agnetta 126 bis, en barrio Ludueña Sur, donde actualmente asisten entre 250 y 300 chicos del barrio.
En aquel momento, y ante las cámara de los noticieros, el presidente del club pidió más seguridad para la zona y si se podía construir un paredón de ladrillos. Algo similar pidieron los vecinos del Club de Fútbol Infantil Defensores de América, en Casiano Casas y Washington, después de que en marzo de 2016 unos cuarenta nenes de entre 6 y 9 años quedaran en medio de una balacera entre bandas cuando practicaban en la modesta canchita. Balas perdidas de ese enfrentamiento hirieron a dos de los chicos en las piernas. Quien pase hoy las inmediaciones del club puede ver como el muro se va desintegrando por el robo hormiga.
Un barrio en llamas
Desde que comenzó el año barrio Ludueña se descontroló más allá de la media. Durante 2021 hubo al menos diez homicidios e innumerables ataques a balazos con o sin heridos en su jurisdicción y en lo que va de 2022 ya se contaron cuatro víctimas fatales. Uno de esos crímenes ocurrió en el rectángulo puesto bajo la lupa y se cobró la vida de Williams Agustín Rillo, de 17 años, asesinado por dos hombres en moto que lo acribillaron en Casilda al 5900, a cien metros de la comisaría 12ª.
Tras ese homicidio los vecinos contaron a este periodista que el problema en la zona era que había muchos puestos de venta de droga en pocas cuadras. Hablaron de al menos 14 bocas de expendio en los 400 metros que separan Solís de Campbell, a ambos lados de la vía.
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Luego vendría el doble crimen del 12 de febrero en Vélez Sarsfield al 5500, a metros de la plaza Pocho Lepratti. Sebastián Ibarra, un policía en disponibilidad de 39 años, e Iván Nicolás Ferreto, de 23, fueron las víctimas. Un día después mataron a Brian Ortigoza, de 26 años, cuando regresaba de un quiosco ubicado en Vergara al 2200. Las escenas de los últimos dos hechos están separadas por 500 metros.
“Antes por lo menos había un código, las balaceras eran a la noche o de madrugada. Ahora es a cualquier hora del día y los que quedan expuestos son los chicos”, explicó una vecina de Zamir, un pibe de 8 años víctima de un ataque a tiros cuando salía de su casa de Tupac Amaru al 5400 la tarde del 16 de febrero, minutos antes del ataque a balazos contra el club Padre Montaldo. La bala entró por el pecho del nene y le salió por la espalda, lo que implicó una herida de gravedad de la que de a poco se fue recuperando.
“En este barrio no conseguís comida pero sí podés conseguir armas”, explicó otra residente de la zona. Así las cosas, en Ludueña nadie se anima a pronosticar si esta realidad es un recrudecimiento de la violencia o tan sólo la continuidad de una gran ola que nunca terminó.