El viaje leproso que este jueves tendrá su momento cúlmine con el amistoso entre Newell's e Inter Miami posee un único antecedente lejano: la pretemporada que el equipo rojinegro desarrolló en EEUU en enero de 1995, conducido por el extinto director técnico Jorge Castelli. Ahí jugó el único amistoso en el norte del continente. Y el Tata Martino, que no encajaba en el equipo de correcaminos del profesor y recién se había ido de Newell’s, aportó su granito de arena para este segundo amistoso, el histórico ante su Inter Miami y el de Lionel Messi.
Esta historia merece ser contada en su trasfondo. En diciembre de 1994 Eduardo José López, un ignoto empresario del juego nacido y criado en el barrio La Guardia, ganó las elecciones en Newell’s, en las épocas en las que los resultados del comicio eran anotados con tiza en un pizarrón en la entrada al club, por la calle Intendente Morcillo.
“López sabe, López sabe, cómo hacer un Ñubel grande y ganador; tiene el alma rojinegra y la vida dedica a Ñulsolboys”, cantaba el estribillo de la campaña hecha por la Agencia de Publicidad Despacito, del periodista Evaristo Monti, el zar de la radiofonía rosarina en los 70 y los 80, que llegó a tener seis horas diarias de programación y fluidos contactos y negocios con la dictadura cívico militar, primero, y con el menemismo, que lo ungió concejal, después.
“Tu campaña fue personalista, ¿cómo va a ser tu presidencia?”, le pregunté esa tarde victoriosa a Eduardo José López, en una entrevista para La Capital. “Más personalista. Pero eso no lo pongas”, me cortó las piernas el “Flaco”, un personaje escapado de una novela de García Márquez que vivía trajeado en su oficina de los altos del bingo de San Lorenzo y Entre Ríos, fumaba tres atados de Parisiennes diarios y dormía menos que Neustadt, uno de los periodistas apologistas de la dictadura y del liberalismo.
“Che, ¿cómo es López?”, le preguntó un dirigente de la filial rojinegra en Buenos Aires a un compañero del grupo, sentados en el lobby del Hotel Carlton, de la calle Arenales y la avenida Santa Fe, donde el plantel de Newell’s dirigido por el profesor Castelli se concentraba. “Imaginate un presidente de Newells: todo lo contrario”.
Y López, que tenía obsesión por la preparación física de sus equipos (al menos así los consideraba, que eran suyos), ratificó al profesor Jorge Castelli como DT, luego de salvar a Newell’s del descenso en la temporada anterior. Y le dio el vía libre para que llevara al plantel 15 días de pretemporada a la Escuela de Fútbol Joseph Schultz, que funcionaba junto a la Academia de Tenis de Nick Bolletieri, de quien era socio, en Bradenton, situada en la costa del golfo de México, a 238 millas (393 kilómetros) al noroeste de Miami. Y sin el Tata, uno de los históricos que no cuajarían con el profe y que unos meses antes, en agosto del 94, se había ido a Lanús.
El plantel, como el de Larriera ahora, viajó a Miami, desde donde se trasladó en colectivos hasta la Escuela Schultz, donde se concentró y desarrolló la pretemporada.
A falta del Tata, el profesor quedó deslumbrado por la habilidad del delantero brasileño Marcos Borges, un alumno de la escuela de fútbol de 20 años, a quien hizo jugar varios partidos de entrenamiento. Antes de uno de ellos llamó aparte a los zagueros Alberto Gallucci y Gustavo Siviero, a quienes les recomendó que lo “atendieran” para ver cómo respondía ante la exigencia de un marcador aguerrido. Y en un ensayo bajo la lluvia, Borges metió un gol agónico y Castelli recomendó su contratación.
Newell’s jugaría un solo amistoso en EEUU, por lo que este ante Inter del Tata y Lionel Messi será el segundo de su historia. Aquel fue derrota 4 a 1 en West Palm Beach ante los alemanes de Eintracht Franckfurt, con el gol del empate parcial de Diego Castaño Suárez. Borges no fue ni al banco, pero jugaría 5 partidos en Newell’s, con un gol a Argentinos Juniors y el Austria Viena luego reclamó a la Fifa unos 190 mil dólares por su pase.
López les tenía pavura a los aviones (pero viajaba a 190 kph en su Mercedes Benz negro a Buenos Aires) y posiblemente por ello no acompañó al plantel a Bradenton, en una delegación presidida por el extinto secretario Marcos Lanzillotta, uno los socios de Los Dos Chinos, y por el vocal Enrique Martelón, dos de sus dirigentes de confianza.
López incluyó en la lista de viajeros a un grupo de cronistas rosarinos, quienes nos alojábamos en un hotel de la vecina ciudad de Sarasota, situada a 13 millas (21 kilómetros) al sur, integrado por Pablo Rey (LT8), Gabriel Wainer (FM Sport), Walter Hugo y Claudio Giglioni (LT3) y quien suscribe.
Al regreso de EEUU, el Newell’s de Castelli decayó en su rendimiento en abril y a mitad de ese 95 López le dio a Martino la chance del regreso. Pero duró nada, el Tata se puso en las antípodas de su forma de conducción y el estadio del Parque apareció un día tapizado de volantes anónimos, que acusaban de “traidores” a “Scoponi, Llop y Martino”, en una campaña aviesa que buscaba echarlos del club, como antes le había pasado en otros términos al histórico coordinador de inferiores Jorge Bernardo Griffa.
Fue la última función de jugador del Tata, que se iría una lejana tarde de noviembre de 1995 por la puerta del estacionamiento de la cancha vieja, donde sólo lo despidieron sus padres, Mabel y el “Chacra”, su esposa Angélica y su hija mayor Noel, que le cantaban: “Olé, olé, olé, Tatá, volvé”.
Pero el ídolo de siempre volvió al club tras 18 años para cumplir el mandato de dirigir al equipo cuando más lo necesitaba. Y no sólo lo salvó del descenso sino que lo sacó campeón en 2013, con una campaña brillante, a tono con su gloriosa historia. Así, el Tata, cuyo nombre lleva la tribuna de la visera “porque acá jugaba yo, en la sombrita”, no sólo volvió al club donde se formó como jugador y lo sacó campeón sino que ahora aportó su granito de arena para este amistoso internacional con Messi, el niño terrible del fútbol, nacido en el barrio La Bajada.