Cuatro finales de Grand Slam jugadas. Las cuatro ganadas. Siete títulos con tan sólo 23 años. Un tenis excepcional. Una personalidad muy particular, la tranquilidad que le aflora en cada paso. Naomi Osaka tiene todo para ser leyenda. Es, definitivamente la mejor jugadora de la actualidad y la que quiere quedarse largo rato dominando el circuito profesional de mujeres, el de la WTA. Esta madrugada de sábado la japonesa (3 del ránking) venció a la estadounidense Jennifer Brady (24) por 6/4 y 6/3 para quedarse con su segunda corona en el Abierto de Australia, además de las dos que tiene del Abierto de EEUU. Y da indicios de que, de no mediar nada extraordinario, puede hacer cosas aún más grandes en su deporte. Y más grandes no sólo desde lo que implica dar un buen golpe o ganar un título, sino también en las luchas que afronta fuera de la cancha, especialmente la que encara contra el racismo.
Osaka, quien está apuntada para ser la gran figura local en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 pospuestos para este año por la pandemia, arrolló en la consecución de títulos grandes desde que consiguiera el primero en EEUU, en 2018. Aquella fue una final rara desde las emociones. Porque en la definición enfrentó a la gran campeona Serena Williams, su ídola, la mujer que la inspiró desde que era una nena. Pero Serena no tuvo la mejor tarde/noche en Flushing Meadows, no sólo porque no jugó al nivel que pretendía, sino porque se comportó con soberbia y rabia. Fue más protagonista que la propia Naomi, que en silencio lloraba abrazada al trofeo bajo una lluvia de papelitos metalizados. Parecía que esa chica estaba sumida en la vergüenza de haber destronado a la gran jugadora de las últimas décadas. Entró pidiendo permiso, sonrojada.
Cuando se accede a títulos grandes a tan poca edad, la gran pregunta es cuánto está preparada esa tenista para poder sobrellevar la presión que ello significa. Y si bien Naomi tuvo algunos momentos de altibajos, demostró que a ella no le pesa. Al contrario. Alcanzó el N° 1 del mundo en corto tiempo, sumó tres títulos más de Grand Slam y será 2 del planeta desde este lunes, soplándole la nuca a la australiana Ashleigh Barty, muy cerca de destronarla y de ser 1 de nuevo. Hay números que son arrolladores: lleva 21 partidos invicta y su última derrota data de un año atrás, en el marco de la Billie Jean King Cup (ex Fed Cup). Los partidos que "perdió" fueron un par de retiros por lesión. Es sólida, implacable, inteligente. Y consolidó su aplomo y paciencia oriental de una manera excepcional. Se hizo más fuerte, se soltó, dejó ver su carisma, bondad y humor. Y se perfila como gran líder.
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Hay otra cifra que asusta para bien en este nuevo liderazgo que va más allá de un ránking transitorio: a excepción de Serena Williams, quien tiene 23 títulos de Grand Slam en singles, sólo hay dos jugadoras activas que tienen hoy cuatro (como Naomi) o más. Son Venus Williams y la belga Kim Clijsters, con siete y cuatro respectivamente y las dos más en retirada que con chances de volver a levantar un major. Realmente eso parece imposible para dos tenistas que permanecen más por el simple amor al deporte que por las posibilidades de conseguir algo grande. Venus ya tiene 40 años y Kim, que juega mucho menos, 37.
La gran referencia de Osaka es Serena Williams, quien a los 39 años aspiraba en Melbourne a alcanzar el récord de 24 majors que está en manos de Margaret Court, retirada en 1977. Lo busca desde 2018 y desde ese US Open que le ganó Naomi, pero ya perdió cuatro finales, por lo que a la vez que su retiro parece más cercano, las posibilidades de lograrlo se achican. Ahora, en Australia, la frustró de nuevo Osaka, quien con un tenis abismal la sacó en semifinales. "Mientras ella esté, ella será la reina", dijo la japonesa a cada paso que le preguntaron por Serena y por esa posible sucesión. La quiere, la ama. Y pretende seguir sus pasos aunque ya aclaró que es extremadamente difícil superar todo lo que hizo Serena. Las Williams, pero especialmente la más chica de las hermanas, inspiraron a Osaka a ir por sus sueños. Esas mujeres negras que abrieron puertas, que rompieron barreras, que se hicieron tan fuertes y que en definitiva terminaron cambiando una era del tenis fueron sus faros.
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De origen interracial, con una historia muy particular, hija de madre japonesa y padre haitiano, un amor prohibido, Osaka lleva el nombre de la ciudad en la que nació. Desde muy pequeña vive con su familia en EEUU, donde se formó como tenista, aunque ella elige con orgullo supremo ser japonesa. Para cuando ganó su primer Grand Slam se convirtió en la primera nipona, considerando hombres y mujeres, en ganar un título de esa magnitud. Ya tiene cuatro. Por eso, no sólo cuenta con cualidades para ser una fuente de motivación y admiración en su país, sino también en el mundo. ¿Estará destinada a meterse entre los más grandes de la historia? Sólo el tiempo tiene la respuesta. Lo que sí está claro es que Naomi Osaka tiene todo para ser una leyenda.