Tan grande fue la historia que supo construir, tan impactante en los detalles, que este título de la Copa América logrado por Argentina en Estados Unidos, el cuarto de una saga fabulosa, no giró alrededor de la figura del mejor jugador del mundo, sino de él. No se edificó en torno a la camiseta número 10, sino de la 11. Ángel Di María acaparó todos los flashes, de principio a fin del torneo, cerrándolo además con una magnífica final acorde a su enorme estatura de jugador.
Ninguna despedida podía haber sido mejor para este jugador que debió remarla en serio para que su esfuerzo sea reconocido en la selección. Di María se ganó de verdad los elogios. Bajó a los infiernos para tocar el cielo con las manos. Fue humillado por una crítica impiadosa antes, solo por haber sido subcampeón, por lesiones que lo persiguieron en los momentos más inoportunos. Y cuando todo el mundo ya le daba por cerrada su etapa en la selección, volvió para la merecida gloria.
Ángel hizo saber a todo el mundo que él todavía perseguía el sueño de selección, que estaba dispuesto a todo con tal de tener revancha. Su empuje, su convicción, sus rendimientos en los grandes clubes que lo cobijaron convencieron a un entrenador inexperto como Lionel Scaloni a convocarlo de nuevo. Y el técnico también asumió los riesgos de que por esto le caigan además encima. Se la bancó. Lo bancó y Di María devolvió semejante confianza con creces.
Indiscutible hubo siempre uno solo, Lionel Messi. Una vez citado, Di María tuvo que pelear por su puesto. Su nombre con historia no era garantía de titularidad y así fue en todo este proceso con Scaloni al mando. El técnico puso la vara muy alta, para él y para todos, y Ángel estuvo dispuesto a saltarla para ser de nuevo el importante. Y no solo eso, se hizo imprescindible.
Llegó a tal status su viejo/nuevo rol en la selección, que estuvo en todos los flashes decisivos de una etapa indescriptiblemente gloriosa para el fútbol argentino. Unica. Unos años mágicos en el que su apellido tuvo muchísimo que ver.
El golazo en el Maracaná, el casi replay en Wembley, el inolvidable, histórico, sublime de Qatar lo erigieron en un imán poderoso. En un as dispuesto a bajarlo sobre la mesa en los momentos precisos. El capitán indiscutible cuando faltó Messi, el mejor ladero cuando se juntaron formando una sociedad que trascenderá todas las épocas, que será recordada en cada café cuando se hable de una historia grande en serio.
Por eso Di María fue el muchachito de la película, de esta nueva película con final feliz que fue esta Copa América extraña, disputada en la opulencia de Estados Unidos que no estuvo a la altura para albergar semejante figura y semejante competencia. Que flaqueó por todos lados pero, eso sí, no impidió que el aura de Ángel brillara con luz propia.
Aquella corrida desde campo propio hasta las barbas del arquero de Canadá, que el maldito piso sintético le abortó un final con red inflada, fue el inicio de un torneo redondo. Que, lo dicho, no lo tuvo siempre de titular. Si hasta pudo quedarse mirando el final de la Copa América desde el banco, si no hubiera aparecido, una vez más, las manos del imbatible Dibu Martínez en los cuartos de final ante Ecuador.
Pero la historia le tuvo reservado el broche que merecía. Entre los once, con la once, en una final ante uno de los mejores rivales de la copa, jugando hasta prácticamente el último minuto del alargue, en gran estado físico y con la rapidez mental acostumbrada para generar situaciones de gol. Salió cuando Argentina ya había conseguido la ventaja, a pura emoción, a puro aplauso.
Si hasta la lesión de Messi en el segundo tiempo que lo sacó de la cancha, pareció un guiño para que al fin y al cabo su amigo se luciera más aún en esa final ante el duro Colombia, al que fue reduciendo hasta torcerle el brazo con su guía.
Fue Di María el centro de la escena de esta cuarta corona al hilo de una selección que emocionó hasta las lágrimas. Y que en gran parte se lo debió a él, por la cuesta que remontó, porque nunca bajó los brazos y al fin tuvo su premio acorde, con serie en Netflix y todo. No fue el Ángel caído que muchos predijeron, sino el que sobrevoló el cielo de una época que no se olvidará.