De las finales de Copa del Mundo que pueden recordarse jamás hubo una supremacía tan clara de un equipo sobre otro como el que Argentina impuso sobre Francia en la mayor parte del juego. Las bien fundadas inquietudes sobre cómo frenar a Mbappé quedaron demolidas por mucho tiempo. El primer tiro al arco que hizo Francia fue al minuto 68, justamente, del hombre al que con razones se le debe temer. Porque la selección que defendía la corona es de una dinámica mortífera cuando aparece. Tardó en hacerlo pero vaya lo que pasó cuando lo hizo: en 97 segundos con dos jugadas fugaces empató un partido que nunca había supuesto el menor riesgo para Argentina.
Antes de llegar a ese momento hay que enfocarse en el planteo argentino y en su cuerpo técnico. Los orientadores de la selección demostraron tener una gran sagacidad para anticipar los partidos, elasticidad para definir planteos, autoridad para sacar del equipo a quien sea a fin de ajustar la conveniencia y remarcable audacia táctica. Durante 79 minutos de los 90 iniciales en el partido más difícil e importante de sus vidas lo lograron.
A todos nos hicieron pensar que la selección entraría con tres zagueros más dos laterales para completar cinco jugadores en el fondo para contener a Mbappe escalonadamente y para relevarse frente al tremendo juego de Antoine Griezmann, que venía con desempeño brillante en la Copa del Mundo, pivoteando en cincuenta metros, jugando en todos lados y alimentando con una dinámica asombrosa la defensa y el ataque de su equipo.
Nada de eso. Scaloni renunció a ese esquema, que había elegido contra Países Bajos, para poner un delantero más. Su astucia no exenta de valentía fue enunciar en los hechos: “Más que preocuparnos nosotros por Mbappe, preocúpense ustedes por nuestro ataque”.
Y lo puso a Ángel Di María. Un jugador de una explosión, una capacidad de desequilibrio y una imaginación que ya conocemos. Pero para colmo de sorpresa lo puso a contrapierna sobre la banda izquierda. Una cosa que Deschamps ni casi nadie supuso.
Lo que pasó durante casi 80 minutos es que Argentina se almorzó a Francia. Fue con organización, presión en todos los lugares de la cancha, solidaridad en la marca en campo propio y una capacidad de desborde tremenda de Fideo.
Con eso se construyó supremacía posicional, táctica y también mental. Hubo por lo menos cinco veces en que por ahogo físico jugadores franceses, futbolistas formidables, terminaron voluntariamente o por errores tirando la pelota al lateral. Otamendi y Romero marcaban impasables, Mac Allister y Enzo Fernández se desplegaban con gran ubicuidad y devolvían de primera y Julián Alvarez con sus cuatro pulmones corría a todos.
Lo más fascinante es que nunca la selección tuvo miedo. Nunca se enredó con algo del todo lógico que es la carga emotiva de estar jugando una final de Copa del Mundo. Esa dinámica del juego deja a Francia aturdida y sin réplicas individuales ni de equipo. El otras veces incansable Giroud está perdido en el campo, y algo parecido ocurre con Griezmann, Kounde y Mbappe, las columnas del equipo.
Di María tiene un disparo desviado tras una gran jugada al conectar por alto un centro atrás rasante. Pero seis minutos después le cometen el penal que Messi convierte en 1 a 0. Y trece más tarde hace su aporte usual, el de los juegos importantes, cuando define apenas por arriba de Lloris una de las mejores jugadas colectivas del certamen.
Lo que es un vicio nacional no pasó esta vez. El gol inicial no aburguesa sino que lanza a Argentina como una flecha a buscar el segundo con un futbol vertical. Llega ese segundo gol y Deschamps, un hombre con autoridad, introduce dos cambios antes de terminar el primer tiempo. Saca a Dembelé y Giroud y manda a la cancha a Thuram y Kolo Muani.
En el segundo tiempo Argentina mantiene el predominio emocional y táctico. Francia tarda 25 minutos en tirar al arco por primera vez. Y a los 79 con una pelota que no parece difícil Thuram aventaja a Otamendi quien en vez de despejar, para lo que tiene ventaja y tiempo, lo deja seguir y le comete penal.
Ese instante de vacilación cambia el partido. Pasa lo esperado y más en una final de Mundial. Francia se juega el todo. Que le llega un minuto y medio después con el golazo de Mbappe tras una asistencia del gravitante Marcus Thuram.
Este es un juego que puede volvernos locos de felicidad pero también de desesperación. Ante ese gol el partido pierde toda orientación táctica. Emocional, heroica y valientemente, como los gladiadores que buscan la sobrevida, los dos equipos se lanzan a salvarse sin especular, que no es otra cosa que ganar.
Luego el alargue, donde Argentina vuelve a imponerse con una gran jugada, pero le empatan otra vez con un penal de esos donde hay mano involuntaria pero que se cobran. Un momentáneo predominio que logra Francia tal vez se deba al estremecimiento por la levantada del resultado que lastima a Argentina y a la decisión de Scaloni que tarda en producir variantes con un equipo que había quedado exhausto por su derrame físico ante un rival con energías superiores. De Paul y Julián Alvarez estaban casi desaparecidos por agotamiento desde el minuto 70. Eso abrió espacios para Francia.
Paréntesis sobre Julián Alvarez: notable la decisión de adherirse a Tchouameni, que pivotea para conectar con los atacantes, para que con esa presión este volante no recibiera o no tuviera comodidad para distribuir. Eso pasó mientras Julián estuvo en el césped.
Cuando entraron Lautaro Martínez y Paredes Argentina equilibró. Pero el partido ya era una mise à mort y cualquiera pudo imponerse. Hubo para Argentina pero ninguna tan dramática como el remate de Kolo Muani que en el minuto 120 le frena un despatarrado Dibu Martínez, simil del palo de Rensebrink en el minuto 90 en Argentina 78.
¿Qué pasa para que hasta aquí no se haya mencionado a Messi? Es el mejor jugador del Mundial y en la final hizo dos goles. Pero su gravitación en este partido fue en el escalón del juego colectivo menos decisiva (no menos importante) que en juegos previos. No en el ánimo propio, en el cuidado de Francia hacia su presencia ni en el resultado mucho menos. Convirtió el primer penal, dio un pase vertical con un maravilloso movimiento para el de Di María, se ubicó donde debe estar un delantero en el rebote de la ventaja del suplementario y metió el primer penal (el de la mayor responsabilidad) de la definición. Lo calificaron el mejor jugador del partido. Pero el juego asociado de Argentina estuvo por encima de todo.
El fútbol es orientación táctica, capacidad técnica y azar. Con todos estos elementos mezclados los dos pudieron coronarse. Pero que haya ganado Argentina es completamente justo. Tuvo 20 tiros al arco contra 10. De ellos 10 fueron hacia adentro de los palos contra 5 de su rival. Obtuvo un 54% de posesión porque quiso controlar la pelota. Se impuso estratégicamente en la mayor parte del trámite, expuso un temple inmenso para buscar y el momento del cachetazo no la despojó del deseo más importante. El de ganar. Y ganó.