El destacado psicólogo Marcelo Márquez forjó una trayectoria profesional abocado al deporte, integrando equipos interdisciplinarios en clubes y selecciones de fútbol, y convirtiéndose en un referente de consulta permanente de jugadores de alta competencia. Trabajó desde los inicios de Edgardo Bauza como coordinador y entrenador en Central, para luego seguir un derrotero de manera individual asistiendo a muchos deportistas, y recalar después en Vélez para transitar con Ricardo Gareca el ciclo al frente del seleccionado de Perú hasta el Mundial de Rusia. Y ahora de vuelta en la ciudad también desarrolla un trabajo en los barrios más vulnerables porque considera que "ese deportista de elite y ese chico que juega en un campito remiten a una misma raíz: el juego. Y otra raíz que tiene que ver con nuestra propia idiosincrasia es que no existe ningún jugador profesional que no haya surgido del mismo lugar que esos chicos de barrio. Quiero decir de un baby o de un club de barrio. Y en nuestro país ese es un lugar de resistencia", define el rosarino.
- Cambian fundamentalmente las expectativas. Y gravitan dos palabras que a veces hacen mucho daño si no se entiende que hay que aprender a manejarlas: rendimiento y resultado. Y ese cambio se produce también porque el deportista comienza a interactuar con un entorno que se convierte en mucho más hostil. Y en el que el margen de error se empieza a achicar. Por eso es fundamental que ese joven no se haga cargo de las expectativas de los demás. Y acá me permito una sugerencia a los padres que acompañan la carrera de sus hijos, muchos de los cuales en su imaginario familiar o social pretenden que sus hijos jueguen al fútbol de manera profesional a cualquier precio: eso es nocivo para el deportista. El chico podrá jugar libremente cuando el entorno familiar no lo cargue con las propias expectativas.
- Esa expectativa del entorno se convierte en presión, afecta la autoestima, deriva en angustia y hasta en lesiones. ¿Cómo se preserva al joven futbolista?
- Ahí se produce un quiebre porque el ideal de llegar, el ideal de jugar, se transformó en un mandato. Y el chico pierde espontaneidad, frescura, creatividad, se empieza a inhibir. Entonces debe enfrentar al enemigo más importante que para mí tiene un deportista: el temor a la consecuencia de su acción. Es decir que comienza a pensar qué va a suceder si lo que hace no termina siendo como él quiso que fuese. Esa construcción a nivel psíquico inhibe muchísimo y se convierte en un gran inconveniente.
- Pero el jugador está siempre rodeado de expectativas, de las propias, de la familia, de los hinchas.
- Sí, pero la expectativa personal del jugador es la que cuenta. Porque si ese joven tiene el deseo de jugar a los 21 en primera división y coincide con la del papá, bienvenido sea, pero si la expectativa del entorno es superior a la del chico, él empieza a jugar para cumplir con el otro y no juega por él. Es habitual escuchar que dicen ese chico ya está para jugar en primera, lo dice el técnico, lo dice la familia y se repite alrededor del pibe. Pero para lograrlo debe haber un acompañamiento, una construcción hacia ese lugar, no se trata de imposición o condicionamiento.
- ¿Este síntoma que es parte de un problema también social no lleva a que la frustración prevalezca sobre el disfrute de jugar?
- Lo primero que debemos hacer para revertir eso es manejar entre todos un diccionario en común. Dentro de las divisiones juveniles me gusta plantear esta idea, en la que la palabra frustración ocupe un lugar secundario o terciario, y aparezcan otras, empezar a llenar el mensaje con otras más ricas, y así forjar el concepto de que esto en esencia es un juego y que el error forma parte de este juego. Por lo que esa sensación de miedo puede aparecer pero no lo suficiente para impedirme jugar, porque para mejorar y achicar ese margen de error sólo se trata de seguir jugando. No se trata de que no pasen las cosas, sino que se trata de cómo reaccionamos cuando algo pasa. No es que no nos pueden hacer un gol a los dos minutos de comenzar o a uno de terminar, de hecho sucede, la diferencia está en cómo trabajamos para superarlo.
- Muchas veces en el fútbol se habla de motivación, como si eso fuese suficiente para resolver hasta la ausencia de cualidades futbolísticas. ¿La motivación resuelve todo?
- Hay que evitar ubicar lo motivacional, lo emocional por sobre lo futbolístico. El partido que dura 97 minutos se resuelve en gran mayoría por cuestiones futbolísticas, tácticas, estratégicas y físicas. Lo emocional, motivacional, va a potenciar lo que se entrenó en la semana. El que hayamos resuelto bien una pelota parada a favor y que haya terminado en gol puede que haya tenido un aspecto emocional en cuanto al ímpetu que fui a buscar esa pelota, con qué decisión, cómo despejé la duda para hacerlo, pero es indispensable que haya conectado con el balón, anticipar al defensor, lograr que la pelota haya llegado al punto que habíamos ensayado, y muchas más cuestiones relacionadas con el entrenamiento. Y esto hay que tenerlo bien claro, porque sino caemos en el error de creer que lo emocional está por encima de lo futbolístico y no es así, porque la motivación acompaña pero no conduce futbolísticamente. Por eso soy partidario de estimular la motivación interna, no la externa.
- ¿Cómo es eso?
- Motivación en el sentido etimológico de la palabra significa mover, el motor que moviliza hacia un deseo. Si ese deseo es interno, buenísimo. Porque un salario, un elogio, un reconocimiento potencia mi motivación interna para alcanzar lo que yo quiero. Pero si subordino mi deseo a la motivación externa como un aplauso o una silbatina, quedo preso de lo que el otro piense y no de lo que uno quiera.
- ¿En qué momento los psicólogos deportivos deben interactuar para que en un club los futbolistas no pierdan la esencia de jugar?
- Se trabaja de manera integral con los actores más importantes, sus entrenadores, profesores, con quienes van a compartir un espacio y tiempo, los que a su vez deben contemplar el contexto individual de cada uno de los pibes. Porque hay que entender que todos participan de una carrera, pero no todos la arrancan desde el mismo lugar, porque cada uno tiene una situación familiar diferente, a la que no se debe ignorar. Hay aspectos económicos, sociales, nutricionales y de formación que marcan una distancia en el punto de partida entre los jugadores que debe reducirse, y en eso el rol del psicólogo puede ayudar y mucho. Todos pertenecen a una misma división, la décima, la octava o la séptima, pero algunos arrancan desde muy atrás, y es allí donde hay que trabajar como equipo interdisciplinario. Porque no es lo mismo aquel juvenil que regresa a su casa y se encuentra con la mamá que lo espera con el almuerzo, la merienda y toda la contención familiar, al otro pibe que vuelve a la pensión y no tiene a nadie que lo espere.
- ¿Esto marca una diferencia que gravita tanto dentro como fuera de la cancha?
- Por supuesto. Es por eso que hay que ayudar a responder la pregunta que todo joven se formula más allá de su construcción como deportista. La pregunta es: ¿qué represento yo para vos? Si yo represento sólo un número o un jugador que juega bien de enganche, no estoy respondiendo favorablemente el interrogante para lo que mi psiquis requiere. Porque yo necesito que me respondan que me quieren, me aman, me consideran, me necesitan, pero no sólo porque juego bien y puedo serte útil en el equipo, sino que soy valioso como persona. Entonces el joven va a querer darte lo mejor, porque esa es la ecuación que hay que completar en las divisiones inferiores, responderle esa pregunta a los chicos con hechos, actitudes, diálogos, afecto.
- ¿Esto es lo que estás haciendo en los barrios, generando guías para los chicos en sus propios barrios con aquellos que no pudieron llegar al deporte de elite?
- Esa idea de construir escuelas de formación deportiva durante la pandemia, que la promovió Marcelo Lewandowski cuando era senador provincial, se trató de un proyecto en siete barrios populares de Rosario en los que formamos a 38 jóvenes de esos barrios para que ellos sean después los que enseñen la práctica de iniciación deportiva a través del fútbol. Y lograron darle continuidad y hoy tienen su lugar de trabajo ahí, con los horarios establecidos en cada escuelita. Pero lo más importante es que ellos son de ahí, hay pertenencia al lugar, no es que viene alguien de afuera sin siquiera conocer el entorno. Y también estoy colaborando con la boxeadora Victoria Bustos, quien recién inauguró en el club Arizona un taller de boxeo recreativo. Para mí es clave el trabajo en los clubes porque son los lugares de resistencia.
- ¿Por qué de resistencia?
- El club es el lugar de resistencia porque cuando nos referimos a que estamos avasallados por la inseguridad y otras cuestiones, un club constituye el espacio en el que nos protegemos y se puede crecer jugando, en el que yo aprendo a convivir con reglas junto al otro. El club iguala porque participás en las clases para compartir un tiempo y lugar en las mismas condiciones que tu compañero, acatando las mismas reglas, jugando juntos, aprendiendo juntos. Si algo nos enseñó la pandemia es que nadie se salva solo.