Una de las estrategias usadas en los años 90 para aplicar la ley federal de educación fue desacreditar a los docentes en su formación y profesión. La idea no era de Menem ni de sus ministros, estaba contemplada en los planes del Banco Mundial. La educación siempre fue para los organismos financieros un lugar para ajustar y hacer negocios.
Para subsanar esas "falencias" apareció una invasión de cursos y capacitaciones. La meta era poner a tono a las educadoras con los tiempos de la "transformación educativa". Las universidades y las instituciones privadas fueron las que sacaron mejor tajada. Además de las ONGs ligadas al mundo empresarial.
Y la perversidad de ese plan fue tan grande que el pago de la mayoría de esos cursos y capacitaciones salía del propio bolsillo docente. Las pruebas estandarizadas y los ránkings de escuelas (obviamente de docentes y alumnos, también) fueron otras de las patas del programa impulsado por el Banco Mundial.
Los resultados de ese plan educativo de los noventa fueron el vaciamiento de la educación pública, salarios congelados, cierre de instituciones de formación docente, pérdida de matrícula, escuelas convertidas en comedores y, por citar unos pocos de esos males, una fragmentación monstruosa del sistema educativo argentino, que irónicamente se presentaba como federal.
La vuelta al FMI representa el retorno a esas recetas para la educación pública. Un camino que, como buen alumno de los organismos financieros internacionales, el macrismo ya viene transitando por su cuenta desde que asumió en diciembre de 2015.
El cierre por decreto de las paritarias docentes nacionales, la subejecución del presupuesto educativo y el no tratamiento de una ley de financiamiento para el sector son pruebas de esta afirmación. El resultado: quebrantamiento del sistema, para que cada provincia haga lo que pueda; vaciamiento de programas socioeducativos y de la formación docente. Y por supuesto, palos, represión y persecución política a la docencia organizada.
Si en los noventa los docentes pasaron a ser "gestores" educativos, con Cambiemos son invitados a convertirse en coaches y motivadores de buenas ideas.
La semana pasada las redes sociales se vieron alteradas con la reaparición de la artista y empresaria Cris Morena, porque esta vez lo hacía para hablar de educación y creatividad. El problema no es la actriz y emprendedora mediática, sino quienes la ubican en un lugar de pedagoga para que opine y para escucharla. Su reaparición en los medios revela el lugar que tiene la educación en estos tiempos.
En una misma semana participó de un foro de educación organizado por el diario La Nación. Luego en un encuentro convocado por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde se invitaba a "hablar de creatividad" y "vivir un momento mágico".
"Qué suerte que sos docente sin título", le dijo casi a modo de agradecimiento la creadora de Casi Angeles, Chiquititas y Jugate Conmigo a una joven que le terminaba de contar su experiencia en escuelas carenciadas, como artista interesada "en el arte y lo social". El instante se vivió como un Rinconcito de luz.
Dos días antes, en el mismo foro de La Nación, el empresario fundador de Despegar.com y presidente del Observatorio de Argentinos por la Educación, Roberto Souviron, contaba los logros de un proyecto educativo basado en redes de escuelas, donde "no hay maestros sino coaches". Además de desarrollar su fórmula para hacer una educación de calidad a bajo costo.
La idea de los docentes magos, motivadores o coaches se complementa con otra que la educadora Adriana Puiggrós viene denunciando: el impulso de la educación a demanda, algo así como combos —no de hamburguesas y papas fritas— educativos, donde las escuelas no son tan necesarias.
¿O es casual que cobren cada vez más lugar las noticias de las madres y padres que eligen hacerse su propia escuela para sus hijos? Hace poco se conocía la historia de una familia del sur argentino que —según afirmaba— "cansados del bullying" decidieron educar a sus hijos en la casa. La certificación de esos aprendizajes los da una escuela de EEUU. No es gratis y no hay que ser Jean Piaget para darse cuenta del daño en la subjetividad que se les hace a esos chicos.
En el libro del pedagogo Pablo Imen "La escuela pública sitiada" —uno de los tantos obligados a releer en épocas neoliberales— hay un capítulo dedicado a las propuestas de política educativa de los organismos internacionales. El autor realiza un análisis de los documentos del Banco Mundial de los 80 y los 90, cómo este organismo trabaja para incidir en la política educativa inclinándola a un modelo de educación competitiva, de mercado, a demanda del consumidor, despojado de historia y construcción colectiva.
El educador muestra cómo esa lógica impulsa la preocupación por la competencia y el rendimiento escolar; donde se ignoran los contextos y la dimensión política del acto de educar. También cómo "los mecanismos de poder quedan centralizados en el Estado, doblemente responsable, de fijar los contenidos y de evaluarlos luego".
Un programa educativo de ajuste, con consecuencias sobre los sectores más pobres, que se aplicó en los 90, que se repite a todas luces con el gobierno de Cambiemos y se profundizará con la vuelta al FMI.