Una de las virtudes de Miguel Lifschitz era la paciencia. Por eso, pudo aguantar en silencio el sinsabor que le generó que Hermes Binner se haya inclinado por Antonio Bonfatti y no por él para ser candidato a su sucesión como gobernador en 2011, a pesar de que terminaba su gestión con un altísimo nivel de aprobación.
Tenía su objetivo claro. No solo se guardó la bronca que le dio esa decisión de Binner sino que se pegó como estampilla a Bonfatti para ayudarlo en la campaña, y después de ser electo senador provincial con un aluvión de votos, empezó un trabajo de hormiga para hacerse conocido en todo el territorio santafesino. Recorrió kilómetros y kilómetros. Conoció la provincia de punta a punta. Caminó pueblos y ciudades. Y si bien su triunfo sobre Miguel del Sel fue por escasísimo margen, en 2015 consiguió llegar a la Casa Gris.
La gestión provincial de Lifschitz fue dinámica como él. Mucha obra, proyectos ambiciosos. Había un plan. Es que, ingeniero al fin, pensaba las cosas integralmente, con mirada estratégica. En estos días, los de la agonía y los carteles que rogaban #FuerzaMiguel, no faltó quien planteara que había una línea que unía a Lifschitz con el ex vicegobernador Gualberto Venesia, otro ingeniero que pensaba la ciudad y la provincia no desde la urgencia sino desde el objetivo de transformarlas, algo que, se sabe, lleva tiempo. Para eso, entendían ambos, servía la infraestructura.
Pero como a los otros dos mandatarios provinciales socialistas que lo antecedieron, a Lifschitz lo desbordó la problemática de la violencia y el narcotráfico. Esa que Perotti dijo venir a solucionar con su eslogan de paz y orden que por ahora es solo eso: un eslogan. Y esa cuestión irresuelta hizo que el socialismo no pudiera, otra vez con Bonfatti como candidato, continuar en la Casa Gris.
Lifschitz aguantó en silencio cuando en su discurso de asunción el rafaelino lo hizo cargo del problema de la inseguridad y lo acusó a él y al socialismo de haber pactado con el delito. Sabía que debía aguardar su momento. Desde la presidencia de la Cámara de Diputados, comenzó a comandar la estrategia opositora contra un gobierno que no lograba hacer pie en la Legislatura, y solidificó los lazos que en durante su gestión construyó con los senadores provinciales peronistas que, comandados por Armando Traferri, sintieron que Perotti no solo los había traicionado sino que además los perseguía a través del ahora ex ministro de Seguridad Marcelo Sain. Es que Lifschitz era el más pragmático de los socialistas. El más peronista, decían algunos.
Quería volver a ser gobernador Lifschitz. Tenía eso en la cabeza para 2023 y sabía que para mantener unido al frente político que llevó tres veces al socialismo a la Casa Gris debía primero ser candidato a senador nacional en 2021. Estaba decidido a hacerlo, a pesar de riesgo de que la grieta que peronistas y macristas no dejan de profundizar se devorara el alto nivel de aprobación con el que dejó la Gobernación y que aún tenía, a pesar de que su gestión falló en el combate contra la violencia narco.
Mientras tejía las estrategias para eso, lo agarró el maldito Covid. Estuvo dos semanas intubado. Hace días los médicos dieron a entender que ya no tenía posibilidades. Pero él estiró la agonía, mientras los carteles y mensajes con el #FuerzaMiguel se multiplicaban y hasta los agnósticos socialistas parecían dispuestos a rezar por su líder, porque mientras hay vida hay esperanza.
La paciencia no alcanzó esta vez. Y el virus impiadoso se lleva a otro hombre virtuoso, a otro político por vocación, que abrazó la función pública no para beneficio propio sino porque creía que desde allí se podían hacer cosas para mejorar la vida de las personas.
Cuánta muerte, cuánta pérdida en estos últimos tiempos. Cuánto dolor atraviesa nuestra sociedad y cuánta necesidad de líderes como Binner, Cavallero, Lifschitz, tres personas que le dieron un salto de calidad a la política rosarina y santafesina.
Será necesario tener temple para seguir, para salir adelante. Para superar este momento crítico, de miedos, caos, gritos y enfrentamientos. También paciencia. Y fuerza. Como la que tantas personas le desearon a Miguel.