Sin dudas los que perpetraron los ataques vandálicos en sitios emblemáticos para Newell’s y Central no pueden sino ser calificados como delincuentes que merecen ser castigados con todo el peso de la ley. Aún más grave lo ocurrido en la sede auriazul, porque corrió peligro una vida humana y de hecho sufrió en el cuerpo las consecuencias. Hay quienes se animaron a cruzar la raya, los que cortaron la cabeza del busto de Isaac Newell el domingo a la madrugada y los que arrojaron bombas incendiarias, pero hay un germen que los alimenta y que anida en la sociedad rosarina toda: ese virus nefasto que hace creer que el amor por los colores de una camiseta está por encima de todo, de las relaciones humanas, del respeto por el otro, de la convivencia. Está ahí, dispuesto a atacar la mente del más cuerdo, sabe esperar el momento de mayor apasionamiento e incita a traspasar los límites. Y hasta puede camuflarse en ese fanatismo para perseguir otros intereses. Hay quienes se preguntaron si no fue extraño el primer atentado, que empezó la saga.