Rosario conmemora hoy sus 168 años de años de existencia como “ciudad” en una situación inédita de pandemia global y no está demás evocar aquel momento al partir de la cual sus habitantes dispusieron de herramientas legales e institucionales para su desenvolvimiento y también obligaciones, preludio de una vida con mayores complejidades y responsabilidades.
Un 5 de agosto de 1852 el gobernador de la provincia de Santa Fe, Domingo Crespo, ordenó que se reconociera a “la Villa del Rosario” como “Ciudad del Rosario de Santa Fe”, guardándose todos los fueros y prerrogativas que como tal a ella le correspondía. De esta manera se daba cumplimiento a la ley provincial del 3 de agosto y a la solicitud expresa del entonces Director Provisorio de la Confederación Argentina, general don Justo José de Urquiza.
En los considerandos de la ley que la ungió ciudad se reconocía “su posición local, que la ponía en contacto directo con el interior y el exterior”; “su crecido número de habitantes” (que apenas alcanzaban los tres mil) y “su comercio activo con todos los pueblos de la República”.
Hoy Rosario se reconoce y se resignifica junto a su puerto, el río y entiende, ante lo tangible de las quemas en las islas, que debe entenderse regional, sustentable y solidaria
¿Hubiera existido esta conmemoración, una de las efemérides más importantes de la historia de Rosario, sin la crisis del 2001 y el consiguiente renacer del deseo de participación de la sociedad civil en el rescate de su propia historia?
Cuando el 3 de febrero del año 2002, a través de una carta de lectores publicada en el diario “La Capital”, convocamos a conformar una comisión popular que recordara los 150 años de ciudad se generó un movimiento de opinión muy fructífero. Gobierno y sociedad civil generaron una serie de actividades que perduraron a través de distintas iniciativas y que contribuyeron a que esta fecha no pasara en adelante inadvertida.
El 5 de agosto es trascendente para Rosario porque implica la reafirmación de la voluntad de sus integrantes de “ser ciudad”, animados por uno de los más poderosos motores del desarrollo: la fe en las potencialidades que disponía como enclave de integración entre la región y el exterior, en lo comercial, logístico y portuario que ya detentaba en sus más remotos orígenes.
Las ciudades asocian sus orígenes al momento en el que ellas se volvieron necesarias. En tal sentido se puede afirmar que hay ciudades que nacieron como capital de una jurisdicción política, otras para la supervivencia y defensa de un territorio; otras como posta o ámbitos de paso en las comunicaciones.
“La Capilla del Rosario” -tal como se la conocía en la segunda mitad del siglo XVIII, por la existencia del templo de la Virgen del Rosario- era la sede de la autoridad civil del Pago de los Arroyos. Disponía de un puerto natural, una región fértil y apropiada para la subsistencia, y era zona de paso obligado entre Buenos Aires y las provincias.
En 1823 el gobierno santafesino la designó “Villa” reconociendo como su patrona a la Virgen del Rosario, y su festividad, el 7 de octubre, fue designada por la legislatura como “Día de Rosario y su Virgen Fundadora”.
Un hito del federalismo argentino
Sería recién en 1852, cuando factores relacionados con la internacionalización del sistema económico, la libre navegación de los ríos, la necesidad de organizar constitucionalmente la Nación, y el rechazo de Buenos Aires a la Confederación propiciada por Urquiza, motivaron su vertiginosa promoción de “villa” a “ciudad”.
De un enclave portuario se hizo “una metrópolis portuaria”, para representar y defender los intereses de las provincias en una patria desgarrada por enfrentamientos fratricidas y también un ámbito receptivo para la inmigración proveniente de los confines más distantes del mundo.
No se equivocaron quienes confiaron en la institucionalización de Rosario como ciudad: En apenas quince años había crecido de tal manera que fue propuesta y designada legislativamente como capital de la República Argentina. A esto contribuyó ser el primer complejo ferroportuario del interior del país y que su población se elevara de 3 mil habitantes a 23 mil en catorce años.
El centralismo pudo más y se le negó a través de vetos presidenciales lo que las provincias votaron soberanamente en el Congreso.
Recordar el 5 de agosto implica por lo tanto no olvidar. Es una festividad eminentemente cívica porque implica reconocer la capacidad de transformación de las decisiones políticas.
Al poco tiempo de designarse ciudad, en el mismo año 1852 se abrió su río al comercio internacional, se habilitó el puerto al comercio de ultramar, se estableció la aduana, la Jefatura Política, la primera inspección de escuela, los primeros juzgados y se dividió a la ciudad en cuatro cuarteles o jurisdicción de policías: Arroyo Ludueña, Chacras, Bajo Hondo, y Saladillo.
Meses después vendrían las oficinas de correos, las nomenclaturas de las primeras calles. De las quince calles con nombre, diez hacían alusión a las ciudades y provincias que comunicaban, cuatro a las actividades del momento: Mensajería, Comercio, Aduana, y Puerto; y la única que no hacía alusión a Rosario como cruce de las comunicaciones nacionales, era la que encerraba un valor político y una connotación histórica: la calle Libertad, en alusión a la caída de Rosas, y que es la actual calle Sarmiento. Seis años más tarde surgiría la Municipalidad con su rama deliberativa y ejecutiva, entre otros logros. La ciudad pudo dictar en adelante sus propias ordenanzas y los vecinos accedieron al gobierno de su patria chica.
No fue casual entonces que Rosario fuera una de las ciudades argentinas con menor morbilidad a causa de la fiebre amarilla que en 1867 azotó al país, como consecuencia, entre otros factores de la atroz guerra que los países de la región libraban en el Paraguay.
La articulación y cooperación entre las autoridades municipales, los primeros médicos y la población, lo hizo posible. Es justo reconocer que no siempre fue así, como sucedería con la peste del cólera veinte años después.
En todos los casos, la ciudad aprendió de los errores, fundamentalmente sus actores comenzaron a reconocerse como interdependientes y a valorar la importancia de las políticas públicas. Hoy Rosario se reconoce y se resignifica junto a su puerto, el río y entiende, ante lo tangible de las quemas en las islas, que debe entenderse regional, sustentable y solidaria.