El 27 de octubre de 2010 Cristina Fernández de Kirchner no sólo perdió a su compañero de vida y socio político. También fue condenada a la centralidad.
Por Mariano D'Arrigo
El 27 de octubre de 2010 Cristina Fernández de Kirchner no sólo perdió a su compañero de vida y socio político. También fue condenada a la centralidad.
Esté en el vértice del poder o en el llano, hace diez años que el sistema político orbita alrededor de su figura. Es, junto al Indio Solari, la persona más sobreinterpretada de la Argentina contemporánea. Cada palabra, cada gesto, cada silencio es diseccionado y analizado. Como el test de Rorschach, cada uno ve lo que quiere ver.
Como era esperable, la carta que subió el lunes Cristina a sus redes sociales sacudió la escena pública. Más allá de si respaldó o no a Alberto Fernández, y quiénes son los “funcionarios o funcionarias que no funcionan” la misiva dejó elementos aún más interesantes.
Por un lado, el diagnóstico: el bimonetarismo como el principal obstáculo del país. Las dos caras del dólar: límite del proceso económico y síntoma de ingobernabilidad.
Por el otro, su propuesta: la convocatoria a “un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”.
Echando mano a un género usado en los siglos siglo XIX y XX por los líderes políticos para mantenerse en contacto con sus seguidores Cristina planteó el interrogante que ronda la cabeza de todos los líderes del siglo XXI: cómo gobernar sociedades cada vez más fragmentadas y, a la vez, más polarizadas.
El péndulo
Por supuesto, Argentina agrega sus condimentos locales. Desde la crisis del modelo de sustitución de importaciones, a mediados de los ‘70, el país pendula entre proyectos que no logran encontrar una vía sostenida al desarrollo.
Más acá en el tiempo, la división post resolución 125 es una expresión de impotencia política. Parafraseando a John Lennon, la grieta es lo que sucede mientras los planes fracasan.
Por eso, la idea de un gran acuerdo enfrenta serios desafíos.
Primero, sociológicos: ¿Cómo representar el astillado mundo del trabajo? ¿Alcanza con la CGT, la CTA y la Ctep? ¿Quiénes participarían del empresariado? ¿Deberían sumarse también organizaciones ambientales, religiosas? ¿Cuál es el criterio para incluir a unos y excluir a otros?
En el cuento Del rigor en la ciencia, Jorge Luis Borges habla de un imperio en que los cartógrafos hicieron un mapa que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.
En segundo lugar, aparecen interrogantes políticos. La pregunta es cuántas herramientas dispone el gobierno —de dónde debería emanar la iniciativa— para lograr sentar a los distintos actores a la mesa. El poder se ejerce de tres formas: la recompensa, la sanción y la persuasión. Asediado por múltiples crisis, Fernández parece tener pocos recursos en las tres canastas.
Oportunidad
Sin embargo, el lunes a última hora el oficialismo divisó una luz en la vereda de enfrente: Miguel Angel Pichetto valoró la iniciativa. Habrá que ver si esa visión se expande en la oposición y en los otros campos. El acuerdo surge cuando los actores perciben que el escenario de no cooperación es peor para sus intereses, y están dispuestos a ceder beneficios en el corto plazo si tienen la expectativa de recuperarlo en el mediano y largo.
También se verá qué camino toma Fernández. La carta de Cristina interpela a todos, incluido él. Parece pedirle que vaya más allá del kirchnerismo (que sigue siendo su nosotros) y que restablezca los puentes con otros sectores.
Mandato
Lo cierto es que en las últimas elecciones el sucesor de Mauricio Macri recibió un mandato económico claro: salir de la recesión. La demanda política fue ambigua: un sector del electorado le pidió que sea una continuación del kirchnerismo; otra porción, que exprese algo diferente.
El presidente se inclinó por la primera opción. “Mi deber es venir a terminar con la tarea que empezó Néstor y que siguió Cristina, y así lo voy a hacer”, afirmó ayer Fernández, en el acto homenaje realizado en el CCK.
Pero si algo supo su viejo jefe político fue reinventarse. Militante de la juventud peronista en los ‘70, renovador en los ‘80, menemista en los ‘90 y progresista en los 2000.
Entrevistado por La Capital, el consultor Federico Zapata remarcó que “todo espacio político hace una reconstrucción de su pasado”. Y agregó: “Sin embargo, lo que no puede ocurrir es que el proyecto carezca de una interpelación muy fuerte del presente y un imaginario muy fuerte sobre el futuro. Si eso está ausente el pasado se descapitaliza”.
En este sentido, la recuperación más potente del primer kirchnerismo no es la nostalgia sino la vocación política.
Seguramente, Alberto ni quiera ni pueda repetir la película Kirchner versus Duhalde. Lo que sí necesita definir la coalición, remarca Zapata, es clarificar la agenda, establecer una cadena de mandos clara, redefinir la relación entre el Estado y el mercado y federalizar la gestión.
El Frente de Todos necesita retocar su ecuación. En política, el orden de los factores sí altera el producto.