El episodio protagonizado por el taxista que se bajó los pantalones e insultó a una periodista frente al Concejo Municipal, su posterior pedido de disculpas y sobre todo el de su hija, que conduce también el mismo coche para la aplicación She Taxi, abren ahora un interrogante complejo: ¿hasta dónde debe llegar la sanción?
La actitud de Gustavo Beatriz es imperdonable. Su pedido de disculpas resultó, además, confuso, inconsistente, insuficiente. Buscó justificarse con el argumento de que la periodista se le iba encima “como un toro” y que temió que lo agrediera. Así, apeló a un clásico: descargar la responsabilidad sobre la propia víctima. Ese es, justamente, el patrón del violento. Incluso del femicida. También confesó que el motor del pedido de perdón fueron los retos de su esposa y de una de sus hijas.
Beatriz dijo que convivía con tres mujeres y que nunca había sido violento ni con ellas ni con ninguna otra. Difícil saber si eso es cierto. Pero hay que decir que su conducta no solo constituyó un ataque a Georgina Belluati. El feminismo nos lo ha enseñado con todas las letras: "Si tocan a una nos tocan a todas". De hecho, la propia hija del taxista corre ahora el riesgo de perder el trabajo por la actitud de su padre.
“Si me hace esto a mí en público no quiero saber lo que hará cuando no lo ve nadie”, reflexionó, con toda razonabilidad, Georgina Belluati. La “disculpa” televisiva ahonda esa sensación.
Parece haber consenso en torno a que Gustavo Beatriz no debería manejar nunca más un taxi, porque se trata ni más ni menos que de un servicio público, y él, en estas horas, demostró ser una persona no solo violenta sino también incapaz de mostrar un arrepentimiento sincero y profundo.
¿Pero deben pagar su esposa y su hija, a las que podríamos considerar victimas en segundo grado en esta situación, por lo que hizo el padre? Acaso la Municipalidad pueda encontrar una solución para que esto no suceda. Ser creativa a la hora de una sanción para este episodio que expone hasta dónde el machismo, el patriarcado, dañan, no solo a las víctimas directas de la violencia sino a la sociedad toda.
Un párrafo aparte merece, en este caso particular que se convierte en botón de muestra de algo general, la pasividad de los colegas de Beatriz, que lo miraban como si nada mientras él le mostraba sus genitales e insultaba a la periodista de LT8, que solo pretendía sacar su móvil atrapado por los taxis para poder llegar a cubrir otra nota.
Hace algunas semanas, cuando se produjo el femicidio de Ursula Bahillo, un clamor surgió en las redes sociales: mujeres pidiéndonos a los varones que señaláramos a nuestros congéneres violentos, que abandonáramos una actitud silenciosa que se parece demasiado a un pacto, a la complicidad.
Llegó la hora.