El rugby fue el último de los deportes de conjunto en tener un Mundial. La primera edición fue en 1987, de lo que se desprende que demoró 164 años desde su creación hasta lanzar una competencia de este tipo. Organizarlo generaba cierto resquemor por lo que la idea fue resistida durante mucho tiempo por las potencias europeas, quienes en su zona de confort jugaban un torneo como el Cinco Naciones y no encontraban razones para medirse con equipos de otras latitudes. Además las uniones europeas sospechaban, con una percepción increíble, que una vez que se disputara una Copa del Mundo el resultado inevitable sería, tarde o temprano, el profesionalismo, y era algo que no querían.
En 1958 fue debatido un proyecto pero la International Rugby Board se movió rápidamente para prevenir la posibilidad redactando una resolución prohibiendo a cualquier nación organizar una competición mundial. Pero la cosa no quedó allí. El ex wing y árbitro internacional australiano Harold Tolhurst lanzó su proyecto de un campeonato mundial de rugby a fines de 1963 pero en su momento no tuvo eco, sí veintitrés años después, cuando se llevó a cabo. El plan de Tolhurst era simple y extremadamente práctico si se tiene en cuenta en la época que fue elaborado. Después de una cierta cantidad de intercambio de ideas con el forward internacional Wild Bell Cerutti ambos decidieron poner en marcha el plan.
Tolhurst realizó un esquema donde Australia, Francia, Sudáfrica, Nueva Zelanda y los países de las Islas Británicas se reunirían en Australia para disputar un campeonato mundial que se jugaría íntegramente en el estadio Sydney Cricket Ground durante 28 días por el sistema todos contra todos. Los equipos estarían compuestos por 23 jugadores cada uno y un manager.
El desarrollo del torneo estaba estructurado en jornadas dobles que se jugarían durante dos martes y tres sábados con Australia, entrando recién en los últimos partidos para asegurarse la permanencia y el aporte del público.
Estimaban un mínimo de 13.000 espectadores en cada jornada de los martes y 30.000 durante los fines de semana, lo que alcanzarían para cubrir los gastos de traslados, estadía, promoción y demás gastos inherentes al proyecto.
Los clubes Manly, Nortyhern Suburbs, Eastern Suburbs y Randwick, accedieron a hacerse cargo de la estadía y mantenimiento de los equipos británicos mientras permanecieran en Sydney. Los clubes serían más tarde resarcidos de esos gastos con parte de las ganancias que hubiera dejado el torneo y contarían con el aval de Australian Rugby Football Union, quien se encargaría del resto que no pudiera pagar la organización.
En el caso de un desempate, las Uniones de Queensland y Victoria, se agregaron para realizar los encuentros correspondientes, haciéndose cargo de los respectivos gastos, mientras que el reembolso se efectuaría por el mismo medio antes mencionado.
Los diarios de Sydney y las radios fueron informados del proyecto y todos coincidieron en apoyarlo, admitiendo que se trataba de un intento audaz, pero posible.
De hecho, cuando el Daily Mirror publicó el plan de Tolhurst, la firma Rothmans se acercó inmediatamente para ofrecer 50.000 libras (una cifra muy respetable entonces) para reservarse la contratapa del programa oficial del torneo.
Armado de todo este paquete de aportes efectivos y contando con el apoyo de la mayoría de los clubes, Tolhurst acudió a la ARFU para contar con su aprobación, mecanismo necesario para poder realizar el torneo.
Ahí murió el proyecto, después de un pesado y controvertido debate por parte del Consejo Directivo de la entidad.
No fue el único, ya que después del de Tolhurst hubo otros todavía más elaborados y el más discutido fue el que intentó realizar David Lord, un entrenador en Sydney dedicado al rugby profesional.
Este proyecto también murió, pero las campanas del peligro fueron escuchadas por la ARFU y la New Zealand Rugby Football Union.
Inmediatamente comprendieron que, si el campeonato mundial no era organizado por miembros del Internacional Board, el rugby podía caer en la tentación de realizarlo con la intervención de patrocinadores que nada tenían que ver con él, lo que haría peligrar el sentido amateur que habían hecho de este deporte algo único en el mundo.
Estaba también el hecho de la presión ejercida por los jugadores de todo el mundo por el deseo de tener un campeonato mundial donde medirse con sus oponentes en forma directa.
Así en 1987 se pone en marcha el primer Mundial de rugby, con la profunda sospecha (particularmente de Irlanda y Escocia) que la Copa Mundial podría llegar a facilitar el paso al profesionalismo como después ocurrió. En 1995, el rugby pasó a ser un deporte “abierto”.