Corrientes se vistió de fiesta para recibir la incorporación a Parques Nacionales del portal Cambyretá, una de las puertas de entrada a los esteros del Iberá, uno de los más maravillosos paisajes naturales con que cuenta Argentina.
Corrientes se vistió de fiesta para recibir la incorporación a Parques Nacionales del portal Cambyretá, una de las puertas de entrada a los esteros del Iberá, uno de los más maravillosos paisajes naturales con que cuenta Argentina.
Ciento trece años después de que el perito Francisco Moreno hiciera la primera donación de tierras al Estado nacional, para conformar el primer "parque natural", la historia se repite.
En 2016 la fundación Conservation Land Trust(CLT), que dirige Kristine Tompkins, viuda del filántropo estadounidense Douglas Tompkins, dono 150 mil hectáreas ubicadas en los esteros del Iberá a la Administración de Parques Nacionales para la creación del Parque Nacional Iberá.
Cambyretá es el primer núcleo de 28 mil hectáreas que fue transferido el pasado 6 de noviembre al organismo nacional, iniciando así un proceso progresivo de traspaso en los próximos tres años.
"Fue una ingeniería creativa por parte de Parques Nacionales, que trabajo con tiempo para hacer un traspaso gradual de los núcleos Cambyretá, San Nicolás, Carambola y Laguna Iberá", cuenta Sofía Heinonen, presidente de la Fundación CLT.
Este portal es el de más fácil acceso a la zona, y cuenta con un paisaje colmado de bañados y espejos de agua que se asemejan a un mar de hierbas y flores donde anidan cigüeñas, espátulas, garzas y los atentos yacarés, que sólo muestran sus brillantes ojos como señal de vida.
Regados como alfiles en un tablero de ajedrez miles de carpinchos habitan los caminos de arena como guardianes del segundo humedal más importante de Latinoamérica.
La idea de crear áreas protegidas a partir de la donación de tierras privadas, y que después la provincia y la Nación acompañen con la cesión de jurisdicciones y con la creación por ley de áreas protegidas, es de Douglas y Kristine Tompkins", explica Heinonen.
El matrimonio estadounidense llegó a Sudamérica en la década de los noventa con la visión de restaurar la naturaleza. Cuando sobrevolaron los esteros, "la fascinación y el encantamiento que tiene el humedal, más el desafío de restaurar el ecosistema con un paisaje increíble pero vacío de fauna, los llevó a comprar un millón de hectáreas y empezar con la restauración", dice la licenciada en biología.
En 2005 los Tompkins contrataron un equipo de conservación con la dirección de Sofía para controlar y evitar la caza furtiva, crear lazos con las comunidades vecinas e integrarlos a la idea de conservación y fundamentalmente para trabajar en la recuperación de la vida silvestre.
"En Iberá el proyecto era muy ambicioso", explica la bióloga, "se trabajo desde 2007 en la reintroducción de seis especies que se extinguieron en el último siglo". El yaguareté —el mayor carnívoro de Sudamérica—, el tapir —el mayor herbívoro sudamericano—, el oso hormiguero gigante, el venado de las pampas, el pecarí de collar y el guacamayo rojo.
La primera reintroducción fue la del oso hormiguero gigante. "Se rescataban los pequeños huérfanos de la caza furtiva y se los criaba hasta que alcanzaban un peso de 20 kilos para luego devolverlos a su hábitat natural", cuenta Heinonen. Hoy Rincón del Socorro, una de las estancias de los Tompkins, ya tiene una población de sesenta animales.
La regulación es de arriba hacia abajo; esto permite generar la mayor cantidad de nichos para que se amplíe el ecosistema y de esa manera resistir los disturbios como los que presenta el cambio climático.
"Estamos muy contentos con lo hecho hasta ahora pero esperamos alcanzar la meta, lograr la recuperación de las poblaciones del predador tope, el yaguareté, que es el que regula el ecosistema para que sea sustentable", expresa con orgullo Heinonen.
Aprender a volar
Para que los ecosistemas naturales den todos los beneficios ambientales como proveer agua de buena calidad, secuestrar dióxido de carbono para disminuir el efecto invernadero, y estabilizadores del clima, entre otros, necesitan de todas las piezas. Una de esas piezas es el guacamayo rojo.
Esta colorida ave, que pertenece al grupo de los loros, vivió en zonas boscosas de la provincia de Formosa, Chaco, Corrientes y Misiones. Su extinción fue producto de la gran demanda de la industria de la moda por sus plumas, por la modificación de su hábitat natural y por ser usada como mascota.
El proyecto de reintroducción en CLT es el más novedoso. Cuenta con nueve aves de entre 6 y 10 años, que fueron decomisadas a particulares, rescatadas o provenientes de distintos zoológicos del país. Su particularidad es que todas las aves nacieron en cautiverio, siempre vivieron en jaulas muy pequeñas de dos por dos, sin posibilidad de volar porque se les cortaron las plumas de las alas.
"En Cambyretá les enseñamos a volar", dice entusiasmado Sebastián Di Martino, biólogo egresado de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y coordinador del proyecto de reintroducción de especies amenazadas de CLT.
"Ideamos un pasillo de vuelo de varios metros de largo, donde son entrenados individualmente cada día, con un alimentador en cada extremo que los incentiva a volar en busca del alimento", explica.
Hoy están volando casi dos kilómetros por día y en breve se les abrirá el extremo más alejado del pasillo para que lo hagan en libertad, con la esperanza de que vuelvan a su refugio para pasar el resto del día con su pareja. Ese es un dato muy curioso. Cada guacamayo rojo ya eligió su pareja, que será para toda la vida.
"Poder trabajar para que vuele nuevamente una especie que se extinguió hace cien años es muy gratificante", cuenta con orgullo Di Martino.
Otras de las tareas que realizan es enseñarles a los guacamayos a cuidarse de sus depredadores, el gato montes, el mapache cangrejero y el zorro. Les enseñan a no bajar al suelo colocando un guacamayo embalsamado en la tierra, delante de la atenta mirada de las aves, que es atacado por una ave rapaz o un gato, ambos entrenados para tal fin.
Los proyectos de conservación quedarán en manos de la fundación CLT por convenio con Parques Nacionales para continuar con un trabajo que aún demandará muchos años hasta que vuelva el yaguareté.
Sueño cumplido
Pascual Pérez es guardaparque. Llegó hace diez años cuando sólo había estancias ganaderas abandonadas. Trabajó en la restauración de las áreas, levantando alambrados, puestos, y generando la infraestructura necesaria para que pueda ser usada por el público que vista el lugar. "Todo lo que hacemos está consensuado con la Administración de Parques Nacionales, bajo sus regulaciones y reglamentaciones", explica el flamante administrador del Parque. "Es un sueño cumplido, un orgullo y una gran responsabilidad", concluye Pérez, que luce con orgullo un pañuelo rojo como señal de su devoción al Gauchito Gil.