Para la Iglesia estos 33 años transcurrieron entre espinas, ya que nunca hubo un criterio homogéneo sobre los relatos de la mujer. La historia fue tomando fuerza pese a las reticencias de sectores de la jerarquía eclesiástica, que le hizo practicar a Gladys Motta minuciosos exámenes psiquiátricos y formó comisiones de teólogos para que determinaran si los mensajes se ajustaban a la doctrina.
Mientras esto sucedía puertas adentro, el rumor comenzó a recorrer las capillas y a repetirse en las misas, y miles de fieles comenzaron un largo peregrinar a San Nicolás, que nunca más se detuvo.
Pasaron 33 años del relato de la primera visión. Y otra vez, como casi siempre, las opiniones están divididas. Los que creen que los mensajes deben seguir siendo públicos esgrimen razones históricas y actuales. "Gladys no es la primera vidente en vida a quien la Iglesia busca desacreditar. Francisco, Lucía y Jacinta en Fátima, como Bernardita en Lourdes, también fueron ridiculizados", escribieron sus seguidores en uno de los análisis que hicieron circular. También aportan otro dato a tener en cuenta: "No hay un caso de manifestación sobrenatural en el cual la Iglesia haya dado aprobación eclesial y luego marque el fin de la intervención celestial".
"Durante el obispado de monseñor Castagna se vivieron tiempos tan intensos como confusos"
A esos argumentos, les suman algunos hechos recientes que no dejan bien parado al obispo Santiago. Recuerdan que cuando fue designado admitió públicamente que no estaba "muy compenetrado" con la historia de Gladys Motta y que incluso confundió las fechas de la fiesta de la Virgen: dijo que la celebración era el 25 de octubre cuando en realidad es el 25 de septiembre. Por todo esto, juntaron firmas y enviaron una carta al Papa Francisco para pedirle que anule la medida que tomó el obispo.
Sin embargo, Santiago no fue el primero en silenciar a Gladys Motta. En 1990, Salvador Castagna había tomado idéntica decisión.
La mujer tuvo su primera visión de la Virgen el 25 de septiembre de 1983, cuando el país vivía la efervescencia por la inminente recuperación de la democracia. El 7 de octubre reveló que había recibido un pedido concreto: que se construyera un templo en las riberas del río Paraná.
Unos días después se lo contó por primera vez a un miembro de la Iglesia. El presbítero Carlos Pérez le creyó desde el primer momento y le consiguió una audiencia con el obispo Fortunato Rossi, quien la recibió con respeto, y cargado de dudas.
El mismo Rossi admitió poco después que vivió con “alivio” su designación como arzobispo de Corrientes porque le hubiese “costado mucho” sumarse a quienes creían que la Virgen hablaba a través de Motta.
Rossi fue reemplazado por monseñor Domingo Salvador Castagna, en cuyo mandato se vivieron tiempos tan intensos como confusos. El nuevo obispo tomó todos los recaudos antes de apoyar a Gladys Motta. Por expreso pedido suyo comenzó a trabajar una comisión multidisciplinaria, que dictaminó que la mujer no padecía ningún tipo de enfermedad y que los mensajes eran fidedignos. Las conclusiones fueron enviadas al Papa Juan Pablo II y obtuvieron su bendición .
Ya a mediados de 1985, el fenómeno era imparable. Se agotaron diez mil ejemplares de un pequeño libro con la recopilación de los mensajes y la Municipalidad de San Nicolás donó el terreno para que se construyera el templo de acuerdo a las visiones.
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Las cartas que dejan los fieles cubren totalmente el piso del patio de la casa de Gladys Motta
En 1989 se habían vendido más de dos millones de estampitas de la Virgen y en los alrededores de El Campito, como se conoció el lugar, se multiplicaron los locales que ofrecían imágenes religiosas. La crisis económica golpeaba sin piedad a los argentinos y los devotos llegaban por miles desde todo el país.
Sin embargo, en 1990, el obispo Castagna –el mismo que había autorizado la impresión de varios libros y que impulsó la construcción del templo–, después de nuevas consultas con teólogos y psicólogos, decidió poner fin a la divulgación de los mensajes de Gladys Motta “para evitar que se desvirtúen”. “Hay que poner el acento no en los mensajes, que es el acontecimiento originante, sino en el santuario como Casa de Dios, en el cual se venera la imagen de Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás”, argumentó para borrar de un plumazo la política que había impuesto a lo largo de siete años.
El obispo quedó atrapado en la maraña de sus marchas y contramarchas, que parecieron darle la razón a los incrédulos pero que no hicieron mella en los portadores de la fe mariana. Como una forma de corroborarlo, ese mismo año 60 mil sacerdotes de todo el mundo peregrinaron hasta el santuario.
Los tiempos habían cambiado definitivamente. El pequeño grupo de devotos de los inicios, llegados de los barrios nicoleños y de algunas localidades vecinas, desperdigado en El Campito, quedó en una vieja postal. Estos eran tiempos de convocatorias multitudinarias. San Nicolás, una ciudad golpeada como ninguna otra por las privatizaciones menemistas y el brutal achique de Somisa, su industria más emblemática, con miles de puestos de trabajo perdidos, solo encontraba un poco de consuelo los días 25 de cada mes con la llegada de miles y miles de creyentes para ver a la Virgen.
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Se construyó en la ribera del Paraná, de acuerdo a las visiones. Tiene capacidad para seis mil personas en su interior y cientos de miles en el exterior.
Foto: Néstor Juncos / La Capital
En 2003, al cumplirse 20 años de la primera aparición revelada por Gladys Motta, ajenas a esas discusiones terrenales, más de 400 mil personas se concentraron en la ciudad, confirmando que la creencia de un milagro estaba más arraigada que nunca. Esa cifra imponente fue superada en 2013, con la presencia de más de medio millón de personas. El templo de la primera visión de la mujer ahora puede albergar a seis mil visitantes en su interior y a cientos de miles en el exterior.
Pero ni la masiva respuesta de los fieles ni el convencimiento que muestran, pudieron aún disipar las dudas de la jerarquía eclesiástica.
Castagna dejó su lugar en 1995 a Mario Maulión y en 2003 llegó monseñor Héctor Cardelli, quien se retiró el año pasado al cumplir 75 años. Fue entonces el turno de Hugo Santiago, un santafesino oriundo de María Juana que anteriormente se había desempeñado como obispo de Santo Tomé.
En muy poco tiempo, Cardelli y Santiago demostrarían que, pese a los años transcurridos, Gladys Motta abrió una grieta entre los pastores de la Iglesia. Uno de ellos consideró los mensajes como “reales”, y seis meses después su sucesor prohibió que se vuelvan a difundir. Nunca dijo que no eran reales, pero la bruma de la duda volvió a posarse sobre la mujer.
"El obispo Santiago prohibió la difusión de los mensajes. Nunca recibió a Gladys Motta"
Antes de irse, monseñor Cardelli dejó su opinión de los hechos. “Trabajé en la consulta de peritos y testigos, y consciente del deber de vigilar o intervenir, asumo como los obispos que me precedieron la decisión de apoyar, orientar y declarar acerca de la manifestación de San Nicolás”, dijo el prelado el 22 de septiembre del año pasado. Y detalló: “Juzgué el hecho según dos criterios: positivos y negativos y en ambos casos no hubo ni hay errores”. Finalmente expuso la conclusión a la que llegó: “Hice el discernimiento sobre tres criterios particulares, a saber: el evento, ¿es de origen natural? ¿puede ser obra del enemigo? ¿es de origen sobrenatural? Y las respuestas a esos interrogantes me dejaron la certeza de que es real y positivo el fruto, que supera la mera acción humana”.
De esta manera, como legado previo a su retiro, Héctor Cardelli dio absoluto crédito a los mensajes que Gladys Motta dice recibir de la Virgen del Rosario. Para el obispo, entonces, se trata de un milagro.
Como tantas otras veces a lo largo de su historia, para la Iglesia Católica los siglos se vuelven instantes y seis meses quedan lejos en el tiempo. El 14 de marzo de este año, monseñor Santiago sorprendió a los feligreses con un anuncio inesperado. Por medio de un video explicó que con apoyo del Vaticano había decidido “poner fin, de manera definitiva, a la difusión de los mensajes de la señora Gladys Motta referidos a la Virgen María”.
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Después de agotadores viajes, los peregrinos descansan en el templo mientras esperan la hora de misa.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Recordó entonces que Castagna ya había querido hacerlo en 1990 “por considerarlos suficientes” y para “evitar que se desvirtúen. Es decir, que la señora Gladys presente como dichos de la Virgen lo que en realidad son sus propias reflexiones”. De allí a afirmar que algunos mensajes podrían ser una fábula producto de la imaginación de la mujer hay una distancia tan corta como entre las cuentas de un rosario.
Hasta esta decisión del obispo Santiago, todos los mensajes habían sido publicados. En realidad, todos menos uno de 1984; el sacerdote Carlos Pérez reveló que se lo guardó para no generar alarma. ¿Qué decía? “La Argentina es un país bastante rico y codiciado por muchos que atravesará por situaciones graves hasta que llegará el momento en el que el Señor lo protegerá”, según le confió Pérez a una publicación religiosa.
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En los alrededores del santuario proliferan los negocios que venden imágenes religiosas.
En San Nicolás aseguran que Gladys Motta sigue recibiendo mensajes casi diariamente y que una vez al mes los lleva al obispado, como siempre a lo largo de estos 33 años. Sus allegados cuentan que está tranquila y aceptó la decisión de la Iglesia. Tanto que en su vida cotidiana –aunque le dedica la mayor parte del tiempo a los mensajes divinos–, hace las mismas cosas que cualquier madre y abuela. Lo que más les llama la atención es que el obispo Santiago nunca la recibió. No son tan comprensivos muchos feligreses, que no entienden las razones para esta prohibición y las explicaciones oficiales no los conforman.
En un contexto complicado para la Iglesia Católica, con sus dogmas cuestionados y menos seguidores, las contradicciones en torno a Gladys Motta amenazan con profundizar la grieta entre la jerarquía eclesiástica y los fieles. Y abrir otra herida en su credibilidad.