Se cruzaron varias veces en los pasillos de Tribunales, en las largas esperas en el edificio del Ministerio Público de la Acusación, en los talleres que destina el programa Nueva Oportunidad para mujeres que son víctimas de violencia de género. Tienen varias cosas en común. Ninguna supera los 30 años, todas decidieron enfrentar los abusos que sufrían por parte de sus parejas y, a los tumbos, recorren su camino para recuperar su derecho a vivir sin violencia. Pero, además, decidieron ayudarse a enfrentar las mismas trabas que, muchas veces, les imponen las instituciones que deberían asistirlas. Porque, afirman, "todavía cuesta mucho que en la comisaría te tomen las denuncias, que te den una copia, que la policía notifique las medidas judiciales que nos protegen o encontrar un lugar que te reciba, con tus hijos, cuando se viene la noche".
Ayelén Garay se decidió a denunciar por primera vez a su ex pareja hace un año y medio, después de una paliza que la dejó en el Hospital Alberdi. Allí, recuerda, se contactó con Nora Giacometto, referente de la ONG Ampliando Derechos, y se animó a llamar al teléfono verde del municipio, de asesoramiento en violencia de género.
Desde entonces, dice, tuvo que recurrir más de 50 veces a la comisaría para denunciar amenazas, maltrato y golpes de parte de su ex compañero. "Sólo en dos casos conseguí que me tomen la denuncia y me den una copia como corresponde", afirma. En febrero del año pasado, un juez dictó una prohibición de acercamiento al agresor.
"Pero aún, la policía no pudo notificarlo por lo cual él cae las veces que quiere a casa a amenazarme de muerte", se queja Ayelén. El hombre tampoco se presentó a ninguna de las tres audiencias imputativas a las que fue citado en el marco de la causa penal abierta por violencia de género.
Calcados
Para Natalí Silva, el agotador peregrinaje entre comisarías y oficinas judiciales es una experiencia común entre mujeres víctimas de violencia. "Más de una vez, los trámites empiezan a la mañana y terminan a la medianoche. Tenés que moverte varias veces por varias oficinas, contando la misma situación. Sola o con tus hijos, sin conocer o entender bien cómo funciona el sistema", cuenta y le pone la primera persona a lo que desde el derecho se denomina "revictimización".
Por eso, espontáneamente entre ellas mismas, empezaron a ayudarse, a acompañarse e incluso a alojarse. "Nosotras somos la voz de muchas otras que todavía están calladas. Podemos hablar, hay muchas chicas que permanecen encerradas", apunta.
Y considera que todas las chicas necesitan acompañamiento para transitar los caminos legales y contención psicológica en forma constante "porque generalmente llega cuando alguien tuvo una crisis y termina en el Agudo Avila".
De acuerdo a cifras de la dirección de Atención en Violencia de Género del municipio, la repartición interviene por mes en más de 300 casos de mujeres que requieren asistencia ya que atraviesan situaciones de violencia graves. La estadística no sólo advierte sobre el crecimiento de la cantidad de casos que llegan a la repartición en los últimos diez años, también sobre la edad de las mujeres que se acercan a la dependencia: cada vez son más jóvenes.
Ayelén y Natali se conocieron el año pasado, cuando se sumaron al programa Nueva Oportunidad, una propuesta para jóvenes de entre 16 y 30 años, que hayan dejado la escuela, no tengan empleo ni formación en oficios. Allí, entre un curso de panadería y las reuniones del llamado "tercer tiempo", un espacio de reflexión sobre problemas compartidos por el grupo, fueron armando estrategias para compartir pesares.
Micaela Vallejos tiene 26 años y hace dos que, alentada por su familia, se animó a denunciar a su ex pareja. Dice que pasó "años" encerrada con sus hijos en su casa "mientras el hacía su vida" por miedo a los golpes.
El agresor tiene "varias" prohibiciones de acercamiento, "pero sigue viniendo a mi casa a buscar a los chicos y cada vez que viene rompe todo". Muchas veces, Micaela fue a denunciar esta situación y de la comisaría sólo se llevó como respuesta: "El es el padre, tiene derecho a verlos". Uno de los tantos estereotipos, con los que se cruzan a diario.
"La intervención de una asistente social, a mi me salvó la vida", asegura Vanina Muñoz. Y por eso, dice, ahora no duda en solidarizarse con otras mujeres que necesitan su ayuda. "El problema no sólo son los golpes, el problema es el maltrato psicológico y económico. Te dicen todo el tiempo que no servís para nada, que si te vas de la casa te vas a quedar en la calle, que te vas a morir de hambre", recuerda.
Hábitat
Para Vanina, uno de las situaciones más conflictivas es encontrar un lugar donde vivir, ya que los hogares públicos "sólo aceptan estadías breves. Entonces, muchas veces terminan volviendo con su agresor, porque las chicas no tienen a dónde ir", dice.
Fernanda Czajkowsky se quedó sin hogar pocos días después de que su ex marido se suicidara en el hogar que compartían y donde muchas veces la había golpeado. Ahora comparte un departamento con su abuela y están al borde del desalojo por las deudas de alquiler. No puede ni siquiera encontrar refugio en algún hogar de mujeres, no la consideran víctima de violencia porque el agresor está muerto, le explicaron.
"Muchas veces el Estado no escucha. Por eso nos apoyamos e intentamos ayudarnos entre nosotras", resume Natalí. "No es fácil ponerse en los zapatos de una mujer que sufre violencia. En ese camino andamos", concluye Vanina.