El barrio Saladillo, en el extremo sur de la ciudad, es uno de los que posee mayor cantidad de casonas de valor patrimonial, con más de 90 construcciones catalogadas dentro del Programa Municipal de Patrimonio. La mayoría muestra un nivel de conservación aceptable porque el mercado inmobiliario no tiene gran interés en avanzar con desarrollos, y por ende ejerce menor presión que en el centro o el norte de la ciudad. Existe una fuerte ligazón identitaria con el barrio, y las construcciones son íconos de un brillo perdido que representan un tesoro cultural y turístico que merece ser explotado.
En 2008 los concejales rosarinos discutieron y aprobaron una norma para el área central y el primer anillo, en 2012 para el segundo anillo y en 2013 para los cordones perimetrales al área central. En cada una de esas ocasiones, los ediles votaron aparte el catálogo de los inmuebles de patrimonio que se encuentran en esos sectores, y qué régimen de protección le atribuían a cada uno de los edificios, una clasificación técnica y específica que involucra un amplio rango de opciones. Saladillo fue incluido en el marco del Cordón Perimetral Sur, en el sector comprendido por Lamadrid al norte, el río al este, Centenario al sur y San Martín al oeste, con 93 casonas protegidas.
Las casonas
En Avenida del Rosario al 100 bis se ubican dos de las casonas más imponentes y antiguas del corredor. Una lleva el nombre de Villa María Eloísa, enorme construcción de dos pisos levantada como vivienda familiar en 1870 por el médico Florentino Loza, fundador del Club Saladillo creado en 1910, para vivir con sus cuatro hijos. Tiene ocho cuartos, balcón y un parque de dos mil metros.
La otra se ubica exactamente enfrente, al 135 bis. Con más de dos mil metros cuadrados de parque y construida en 1908 con reminiscencias francesas, la vieja casona fue por décadas la residencia de una familia de alemanes, los Meyers, hacendados de la zona. Años después funcionó como geriátrico, pero la edificación mantiene todos sus rasgos originales.
Los rastros de la arquitectura inglesa en la zona se ven en la casa de avenida del Rosario 163 bis, que perteneció a un inglés de apellido Willis que tuvo un cargo importante del frigorífico Swift y la levantó como su propia residencia en 1930.
Por avenida Arijón, las casas de valor patrimonial se reparten sobre una y otra vereda. Entre esas destaca en el 145 la bella casa art decó que alberga el sanatorio Saladillo, del Sindicato de la Carne; la casona Villa Regina y frente a ella la Casa de la Cultura Arijón (84 bis), el inmueble que don Manuel construyó para alquilar a la alta sociedad para ir de veraneo y que desde 1995 es patrimonio histórico y cultural de la ciudad.
A través del tiempo, muchas casonas se alquilaron a familias, pero otras alojaron residencias geriátricas, clínicas psiquiátricas y otros establecimientos médicos. Esa utilización, a la que en algunos casos les sucedió el abandono o permanecer desocupadas durante largos años, con frondosos jardines a veces descuidados, le da a algunos inmuebles una apariencia algo siniestra, un aura extraña que flota en el aire de un barrio que mixtura sus orígenes de uso patricio con la irrupción obrera del frigorífico, la inmigración de Europa central y una historia de organización sindical peronista.
Un poco de historia
Saladillo nació como una urbanización de los rosarinos que fueron a vivir sobre el arroyo. Siempre fue una zona poblada porque fue la primera salida a San Nicolás y Buenos Aires. Entre 1810 y el 1867 el centro de Rosario era sobre calle Laprida y Maipú, y la población va hacia el sur y hacia el norte. Era una zona de quintas de la burguesía, un barrio de veraneo frente a un balneario y a la vera del curso de agua salitroso.
"La manera de generar ciudad era sobre el río, a muy poca gente se le va a ocurrir poner una casa a 20 kilómetros de la costa, donde no hay agua ni tren. Por eso la desembocadura del Saladillo era un lugar de encuentro. Se dice que quizás estuvieron los primeros pobladores de Rosario. Todo eso le da un valor de insignia", apunta Pablo Mercado, arquitecto y especialista en patrimonio.
La primera sociedad del Saladillo era de los Arijón, que muere en 1900, y su viuda Fausta Coll le vendió los terrenos al empresario Emilio Schiffner, que fue también dueño del teatro La Opera. Manuel Arijón había hecho seis mansiones y quedó una sola, la que hoy pertenece a la provincia y es un centro cultural.
Mercado afirma que la relación entre el puerto y el barrio estaba muy conectada, ya que se podía salir desde el Saladillo en bote, y había conexión con el centro por el tranvía. "Estaba la casa de los Astengo, también había loteos sobre Avenida del Rosario, que era la calle de representación, y hacia adentro, a una cuadra había viviendas más modestas", detalló.
Todo esto va a cambiar cuando aparece el Swift en 1924, porque va a hacer que se instalen grupos de obreros e industrias que trabajan para el frigorífico, que viven en loteos sencillos, viviendas chorizo y casas de un solo piso con jardín. "Es, entonces, un barrio con una identidad triple: había gente muy rica, millonarios; y otros que fueron pequeños empresarios, como gente ligada al puerto; pero también hay una colonia polaca, rusa, checa, húngara, israelí y lituana que llega a trabajar y se instala en la zona de La Mandarina", apuntó.
La actualidad
Hoy por hoy, es un barrio tradicional de vecinos que se conocen hace muchos años, hay casas y veredas que están muy cuidadas, con terrenos verdes, pero el lote no tiene valor de reventa como en zona norte o centro y los intereses de las constructoras no han arribado aún con fuerza. La Circunvalación desfiguró el último tramo del barrio y convirtió a la zona en un límite de la ciudad, mientras zonas aledañas (hacia el norte y hacia el sur) comenzaban a calentarse al ritmo del crecimiento de la violencia callejera. También se han perdido conexiones con el centro, por lo que los dos problemas principales de la zona son la inseguridad y la falta de transporte con frecuencia.
María Fernanda Gigliani, presidenta de la comisión de Planeamiento del Concejo Municipal, da más argumentos para analizar el panorama: "Hoy zona sur claramente no es un lugar de inversión, ni siquiera del mismo Estado, y por eso no es un lugar donde se dirija la especulación inmobiliaria", opinó. Por eso, cree que el foco de preocupación está en otras zonas de la ciudad, donde el patrimonio sí está afectado. "En el área central, donde también hay ese tipo de casonas de patrimonio histórico catalogadas, las empresas constructoras tienen una actitud predatoria porque las compran a muy bajo costo y luego las intentan dejar caer para declararlas en ruina y demolerlas", estableció.
Además, dijo que quiere seguir discutiendo la norma de patrimonio en general, ya que en su visión "el Estado no puede quedarse solo en catalogar, sino que debe encontrar la forma de generarle un beneficio a un particular al que le está limitando su propiedad privada en pos de un interés colectivo". De hecho, reveló que son muy pocos los convenios de patrimonio con esfuerzo compartido en el que el particular pone los materiales y el municipio paga la mano de obra especializada calificada para la conservación de los inmuebles, por lo que mencionó que "incluso al que lo tiene y quiere conservarlo hoy le requiere muchísimo dinero y no obtiene la ayuda necesaria del Estado".