En Rosario, cuando cae el sol, cientos de carros comienzan a moverse entre calles, avenidas y contenedores. Son los cartoneros, o recuperadores urbanos, los que mantienen viva una cadena invisible del reciclaje, empujando a pulmón una economía paralela que ayuda a sostener, en parte, la limpieza de la ciudad y la subsistencia de sus propias familias. Pero hoy esa cadena está quebrada: el precio del cartón se desplomó, los costos subieron y la basura dejó de valer.
“Hoy juntar cartón no es negocio para nadie”, resume una trabajadora con años en el oficio en diálogo con La Capital. “Antes te lo pagaban a 230 pesos el kilo, y ahora te ofrecen 80 o 100, con suerte. Algunos galponeros pagan 60. Si tenés suerte y estás en una cooperativa, podés vender directo a la industria y sacar un poco más, pero si estás solo, en la calle, no te alcanza para vivir”.
El testimonio no es aislado. Se repite en distintos barrios, del norte al sur. La crisis del sector tiene múltiples causas, pero una se reitera en cada relato: la apertura de importaciones, no sólo de productos terminados, sino también de residuos reciclables.
Apertura de las importaciones de cartón
Desde principios de este año comenzaron a ingresar al país rollos de cartón y papel provenientes de Brasil y China, lo que generó una sobreoferta de material y permitió a las industrias papeleras locales stockearse y presionar a la baja los precios que pagan a los galponeros y cooperativas.
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“Las industrias se llenaron de material importado, más barato, y ahora te dicen: ‘Traeme cartón, pero no te puedo pagar lo mismo que antes’. Así es como terminamos perdiendo todos”, explica la trabajadora. “La caída fue tan grande que muchos compañeros directamente dejaron de salir, porque el gasto de moverse, de juntar y de acopiar no compensa lo que se gana”, suma.
Aunque la disminución del consumo de alimentos y electrónicos hizo que las industrias que compran cartón recuperado necesitaran menos de ese insumo, desde la Faccyr (Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores) señalan que la principal razón del desplome de precios de los materiales reciclables fue la apertura gradual de la importación de residuos no contaminantes, entre ellos cartón. Esa posibilidad se abrió en julio de 2023, pero imponía que sólo podía importarse materiales si a nivel nacional se agotaba el stock. Sin embargo, a mediados de 2024, ese tipo de importación experimentó un proceso de desregulación y en enero de este año el gobierno nacional le dio vía libre a la importación de, entre otros materiales, cartón recuperado.
Más horas, menos plata para los cartoneros
A la devaluación del cartón se suma el deterioro del ingreso real y de las condiciones laborales. “Los cartoneros ahora trabajan más horas, caminan más kilómetros y ganan menos plata”, describen quienes conocen el sector. “Muchos combinan varios trabajos: hacen changas en una obra, venden en ferias, tienen un kiosquito o salen a cirujear. No hay otra. La mayoría no tiene otra fuente de ingreso y algo hay que morfar”.
El relato refleja un fenómeno que se repite cada vez que el país entra en crisis: aumenta la cantidad de personas que salen a la calle a buscar materiales reciclables, pero baja la cantidad de cartón disponible. Si hay menos consumo, hay menos envases, menos embalajes y menos residuos útiles para vender.
"Obviamente, hay algunos que lo siguen haciendo y lo que más se encuentra es cartón", aclaran desde el sector.
Un oficio en crecimiento, pero más pobre
Los números confirman la percepción. Según el último censo municipal de recuperadores urbanos (de septiembre de 2024), realizado por la Secretaría de Ambiente, la cantidad de cartoneros en Rosario aumentó un 40 % respecto de la medición anterior. En total, se identificaron 819 personas que viven del reciclado, ya sea de forma individual o integradas en alguna de las 14 cooperativas registradas.
El informe detalla que la mayor concentración de trabajadores se da en los distritos Oeste y Noroeste, zonas con alta densidad poblacional y mayor generación de residuos. Entre los datos que arrojó el relevamiento, se encuentra la franja etaria de quienes llevan adelante esta tarea. Más de la mitad, un 52 %, tiene entre 20 y 35 años. La gran mayoría, más del 75 %, no supera los 50 años de edad. Esto quiere decir que 3 de cada 4 recolectores son jóvenes.
Del total de los registrados, un 50,8 % expresó estar en la actividad desde hace más de 5 años. El resto se incorporó en los últimos 5 años. Dentro de ese porcentaje se encuentran quienes se volcaron a esta tarea en lo que va del año, y representan un 13 % del total.
Casi el 80% de los recuperadores urbanos realiza dos turnos de tareas y el 43,8 % ocupa entre 8 y 12 horas diarias. En ese lapso, revisan en promedio entre 30 y 35 contenedores al día. En su mayoría (58,5 %) lo hacen con un carro propio. El resto se divide entre aquellos que utilizan un carro prestado (32,5 %) y una minoría cercana al 9 % que lo alquila.
Importaciones, crisis y desprotección
El ingreso de residuos reciclables del exterior no sólo impacta en los precios locales, sino que pone en jaque toda la cadena informal del reciclado urbano. Según fuentes del sector, los rollos de cartón importados llegan a precios muy por debajo de los que pueden ofrecer las cooperativas argentinas. En paralelo, los costos de vida aumentaron drásticamente. El cartón, que alguna vez permitió a muchas familias comer o pagar servicios básicos, ya no garantiza la subsistencia.
Pese a las dificultades, el trabajo de los cartoneros tiene un impacto ambiental incalculable: según estimaciones del municipio, recuperaron más de 6.000 toneladas el año pasado, por ejemplo, evitando que terminen en el relleno sanitario y prolongando la vida útil de ese espacio.
En Rosario, cada noche, la postal se repite: hombres, mujeres y hasta niños revisan bolsas, buscan entre cajas y separan lo que aún tiene valor. Pero cada vez hay menos. “Algo hay que morfar”, dicen con resignación. En un contexto de apertura indiscriminada, precios que se derrumban y un consumo en baja, los cartoneros siguen saliendo cada noche a las calles de Rosario. Empujan sus carros entre los autos, esquivan la indiferencia y mantienen en pie un sistema que, sin ellos, colapsaría.