Ahora son parte del Balneario el Saladillo, pero las "Tres Musas" -como las conocen la zona sur- no siempre estuvieron allí. Por más de cuatro décadas, desde que las esculturas fueran recuperadas hace unos 40 años, se creyó que provenían de la demolición de la antigua farmacia L´Ainglon, en el barrio el Saladillo, y así fueron catalogadas. Sin embargo, una investigación conjunta entre el Museo de la Ciudad y vecinos del sur rosarino fue tras las huellas de las figuras, reconstruyó su historia y la de la vieja casona de la calle Lucero donde estaban originalmente emplazadas. Un tesoro de la antigua Aldea del Saladillo que aún puede verse y que, a partir de este sábado, tendrá nueva señalética en el Polideportivo Saladillo y un pasado reconstruido al que se podrá acceder allí mismo a través de un código QR.
La nueva versión de la historia de las Tres Musas tiene varios actores y entre ellos están los propios vecinos del barrio, Adriana, Constantino y Carlo, que fueron parte fundamental, junto a los equipos del Museo de la Ciudad, en la reescritura del origen de las tres imágenes que actualmente adornan el tradicional polideportivo y que son un tesoro de los inicios del siglo XX en el Saladillo.
La casona de Lucero 117 bis donde originalmente se emplazaron las figuras son parte de la antigua historia de la zona sur y la Aldea del Saladillo, una urbanización que creció de la mano de Manuel Arijón, de las bondades de las aguas del arroyo que empujaban la multiplicación de fincas de fines de semana en la zona y la propia Villa La Fausta, la casona que Arijón hizo levantar en homenaje a su propia esposa con vistas al Paraná.
La vieja casa
Sobre la calle Lucero a la altura del 117 bis, esa arteria que sufriría modificaciones y perdería su paisaje habitual cuando 150 metros al este se instalaran allí las vías del ferrocarril (un espacio que ahora ocupa la avenida de Circunvalación), se levantó en 1910 la casona en la que fueron colocadas originalmente las Tres Musas.
Las imágenes, de cuerpo entero, se emplazaban en un balcón corrido del primer piso que tenia la edificación y estaban instaladas dentro de tres nichos. Como destacan quienes reconstruyeron la historia, la construcción era "una osadía en un barrio de obreros".
Debajo del balcón, enormes vidrieras. De los relatos barriales surge que su primer dueño fue un hombre de apellido Pratessi e incluso a partir de ese nombre surgen nuevas historias que contar. "Era el edificio más alto de la zona, creo que eran dos pisos. Se corría la voz que al hijo de Pratessi lo mató la mafia por hacer pareja con una prostituta y no indemnizarla", dice un antiguo vecino y recuerda que por entonces era el "auge de los prostíbulos" en la zona de Pueblo Nuevo.
Las vidrieras de su planta baja fueron llamadoras de comercios en una zona que no paraba de crecer. Para la década del 50, según cuenta Carlos Caruso, el hijo de un inmigrante siciliano y fotógrafo no lograba conseguir local en la zona.
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Por esos años, funcionaba allí la Barbería Labianca y de acuerdo al relato de Carlos, nacido en 1945, se trataba de un local inmenso que apenas estaba ocupado por dos sillones para atender a los clientes. Por eso, el fotógrafo le ofreció al barbero subdividirlo y así fue que, aprovechando una puerta lateral, se sumó sobre la calle Lucero la casa de fotografía que luego atendió el propio Carlos.
Sus habitantes
Adriana Núñez fue una de las habitantes de la casa desde finales de la década del 60 hasta principios de los 70, durante sus primeros años de matrimonio.
La mujer, nacida en 1944, se había casado en 1969 con Jorge Awerbuch y desde ese momento vivió en Lucero 115 bis -la diferencia de numeración es porque el inmueble tenía varias puertas de ingreso-, un acceso de escalera que llevaba al primer piso donde habitaba la pareja y los padres de su marido, Salomón y Rosa.
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Salomón era un inmigrante polaco que trabajaba en el Swift, como muchos en el barrio. Por esos años, la propiedad pertenecía a Carlos y Samuel Linder, dueños también de una fábrica de soda en el barrio y quienes además alquilaban los locales de la planta baja para la barbería y la casa de fotografía.
Vecinos griegos, lituanos y polacos, muchos de ellos obreros de la carne, además de los criollos venidos de Entre Ríos y Corrientes, que trabajaban como arrieros, transitaban ese universo de la calle Lucero, donde además de la vieja casona funcionaba a pocos metros de allí la farmacia L´Ainglon, una escuela, una sinagoga y el histórico Cine Diana.