"Hoy se inicia una nueva era, la era del arte, la del embellecimiento urbano, la de la ilustración", así se narraba la inauguración del teatro Colón en la esquina de Corrientes y Urquiza, en el centro de Rosario. Era el 19 de mayo de 1904 y para el cronista de La Capital la apertura de la primera sala para recibir a las grandes compañías líricas y teatrales que llegaban de Europa era todo un signo del cambio de época. Pero, la historia del teatro fue breve: 54 años después de aquella crónica, el edificio fue demolido "por orden del propietario" y después de que fracasara un proyecto para municipalizarlo.
El del teatro Colón es uno de los tantos edificios de principios del siglo XX que sucumbieron a la picota, pero que permanecen en esa colección inmaterial de lugares, construcciones y personajes que forman parte de la memoria de los rosarinos. Cada tanto, sus nombres se cruzan con el presente y, como cables, sacan chispas que iluminan la ciudad que no fue: la sala hubiera cumplido la semana pasada 118 años y en su inauguración se presentó la ópera Tosca, la misma que se estrenó el viernes en El Círculo. Apenas dos datos para los buscadores de coincidencias.
El escritor Rafael Ielpi recuerda que el año 1904 fe particularmente importante en la historia cultural de la ciudad. "Con escasos días de diferencia, se habilitaron dos de las grandes salas de su historia: el Teatro Colón primero y el de La Opera pocos meses después. El coliseo de Mendoza y Laprida es el único de los dos que sobrevive hasta nuestros días". La Opera también tuvo destino de demolición en 1943, pero fue rescatado por la asociación cultural El Círculo, que le dio su nombre al teatro.
El Colón sería por casi medio siglo un recinto escénico de relevancia nacional. Y, apunta Ielpi, de los dos teatros de aquellos años, "el más popular o, al menos, el percibido por la gente como el menos elitista de ambos".
La construcción del coliseo tuvo que superar una serie de dificultades que se presentaron desde el comienzo. En diciembre de 1888, la sociedad creada para construir el teatro pagó por el lote de Urquiza y Corrientes cuatro veces más que lo previsto.
Once años después pudo iniciarse la obra de acuerdo a los planos de los ingenieros Cayetano Rezzara, pero la edificación se suspendió por falta de recursos económicos. Cuando los trabajos se reanudaron, en 1901, los planos se reformaron y el presupuesto del proyecto recibió subsidios municipales y provinciales.
Con todas luces
Todos estos avatares quedaron atrás el 19 de mayo de 1904, cuando el flamante edificio de dos plantas abrió por primera vez sus puertas. Con capacidad para albergar unas dos mil personas _en 466 plateas, 70 palcos y galerías con hasta nueve gradas o filas de asientos_ el teatro estaba repleto.
Nicolás Boni es artista plástico, escenógrafo y para su tesis doctoral relevó la historia del Colón rosarino. Según destaca, la inauguración del coliseo es parte de un proceso que imprimió en la ciudad importantes cambios urbanos.
"Existía un impulso monumental que abarcaba desde los jardines e interiores de residencias particulares e instituciones públicas, hasta las plazas y cementerios, donde las familias pudientes a través de sus suntuosos mausoleos convertían este espacio en lugares de pomposa conmemoración", destaca.
Las revistas teatrales de la época aseguraban que la sala "ofrecerá al público todas las ventajas de los teatros más modernos" pronostican que "la disposición y decoración interna y externa lo colocarán entre los primeros de Sudamérica", a la par que describen la gran dimensión del vestíbulo, las escaleras de mármol, la decoración del foyer y la moderna maquinaria del teatro.
La crónica de La Capital sobre la inauguración del teatro habla de un edificio "esbelto, cómodo y bello, luciendo pinturas que sin temor a exagerar afirmamos son las mejores de la ciudad y bajos relieves en los que resplandece el arte en toda su belleza".
Ielpi destaca que el estreno del coliseo "tuvo características de velada social absoluta, a la que no faltaron ni las autoridades municipales, ni los hombres y mujeres que constituían el grupo más notorio del poder económico y cuyos apellidos se reiteraban en todo evento importante que se producía en el Rosario, en las comisiones directivas de cuanta institución se fundaba y en los cargos políticos locales e incluso nacionales, como en el caso, esto último, de Lamas o Pinasco, por ejemplo".
“La Idea”, revista social que nació en la década del 80 y siguió editándose hasta los primeros años del siglo XX, consideraba que "la inauguración del nuevo y hermoso coliseo de la calle Corrientes ha venido a demostrar que la sociedad rosarina, tan tildada de reacia a fines artísticos, sabe prestar su apoyo a las obras que se lo merecen".
La crónica continuaba: "Quien haya asistido a la premiére del Colón no podrá —a menos de faltar a la verdad— negar que el espectáculo dado por esta población, llenando de bote a bote un gran teatro, no sea verdaderamente hermoso". Después seguían párrafos de una pormenorizada descripción de carruajes, apellidos y descripción del vestuario elegido para la ocasión que excede esta nota.
Cambio de hábitos
Sin embargo, cincuenta años después poco quedaba de esos brillos. La crisis económica y los cambios en la vida social y cultural de las elites rosarinas llevaron al teatro Colón a cerrar sus puertas. A comienzos de 1952 en el Concejo Municipal se presentó un proyecto para municipalizar la sala.
Los impulsores de la iniciativa para que el municipio compre el coliseo advertían sobre la oportunidad de contar "con un coliseo de la envergadura del Colón para que en él puedan explayar sus condiciones artísticas los ponderables valores con que cuenta Rosario en lo que hasta hoy, por falta de apoyo oficial y de un escenario adecuado, se han malogrado en muchos casos o han debido emigrar a otras ciudades", según reproduce el diario del 9 de enero de ese año.
Pero las tratativas se demoraron y en 1958 "por orden de su propietario" el edificio se demolió para dar lugar a la construcción de viviendas.
La pérdida del inmueble fue "una demostración de ignorancia, soberbia o vocación por los negocios inmobiliarios, o todo ello junto", destaca Ielpi y suma "la indiferencia casi general, es bueno consignarlo, de los rosarinos" frente a la desaparición de uno de los dos teatros más grandes de la ciudad.