La Peti recuerda la calle Plata con tanta fuerza que parece que cada vez que la nombra viaja hacia allá, a Cuatro Esquinas, ubicada a poco más de 35 kilómetros de Rosario. El cariño por ese lugar es tal que siempre vuelve a la conversación. “Son cuatro esquinas”, se ríe y enumera: “Había un colegio, un almacén...”. Con 101 años, su lugar de la infancia y la de los primeros pasos de sus hijas siempre será su hogar, aunque Rosario la abrazó hace casi 70 años.
“Oh, mi nombre es larguísimo: María Flora Lombao de Regaglia”, responde a La Capital. Algunos dicen que no le gusta. Ella es la Peti, desde hace mucho tiempo, cuando Ariel, uno de sus nietos, la empezó a llamar así por su baja estatura y le quedó el apodo. El pasado 28 de abril, la Peti celebró su cumpleaños 101. Ella, que deja plasmado en cada frase su tono exportado del español que heredó de sus padres, Pedro y Florentina, que llegaron desde la región de La Coruña en tiempos donde la Primera Guerra Mundial convertía a Madrid en un lugar poco ideal para tener una familia
Con una fiesta a puro color, La Peti celebró un nuevo aniversario. “¿Cómo llegué a esta edad? Y qué sé yo. No me di cuenta”, sentencia cuando se le pregunta. Según ella no hay secretos, está todo a la vista. Con el pasar de los años su acercamiento a “Dios y la Virgen” la volcaron a la religión: “Están siempre cuidándome”, dice. Cuenta que no toma pastillas, no sufrió grandes enfermedades y una sola vez tuvo un accidente, siete años atrás, donde se lesionó la parte baja de la columna, que se curó simplemente con reposo. Fue un mes de cuidados y la última vez que se acostó. Ahora prefiere dormir sentada, tiene rechazo de volver a la cama.
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Foto: Leonardo Vincenti / La Capital
Fiel taurina, su último cumpleaños no fue un día más para la Peti, ya que se preparó, fue a la peluquería para un alisado perfecto y eligió aritos, reloj y su vestimenta, donde predominaron el negro y el dorado. Todo esto junto a detalles que, según el movimiento de las luces, generaban un brillo particular, partiendo de sus muñecas, colmadas de pulseras de todos los colores. El encargado de los detalles es Baltazar, su bisnieto de 9 años, por el cual de deshace en amor.
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La Peti se casó muy joven en Cuatro Esquinas con Francisco Regaglia, tuvo dos hijas, Juana y Olga. Llegó a Rosario en 1958 y años más tarde el árbol genealógico comenzó a crecer con cuatro nietos: Juan, Ariel, Alejandro y Victoria y nueve bisnietos. “Es una familia matriarcal”, remarca Victoria. La mujer esparció sus raíces y generó un hilo conductor que siempre termina en ella.
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Foto: Leonardo Vincenti / La Capital
La Peti espera sentada en la mesa central de un departamento céntrico. En medio de una sesión de fotos deja resplandecer una sonrisa y abraza a cada uno de los presentes. Olga mantiene el orden desde un sillón frente a su madre; Victoria entrelaza sus dedos con los retratos de sus familiares y mira con devoción a su abuela; Baltazar va cambiando de ubicación, pero siempre atento a su bisabuela como sabiéndose privilegiado de presencia de la Peti. Pasito a pasito, casi sin separar un talón del otro, camina y se acomoda para la foto, Victoria la ayuda e impulsa a seguir, pero allí deja ver su personalidad y humor mientras se acomoda: “Se cree que tengo 15 años”, desliza entre dientes.
La llegada a Rosario
Sin dudarlo, la Peti dijo “Arijón 1625”. Allí llegaron junto a su marido y sus dos hijas cuando arribaron a Rosario. Era 1958 y Arturo Frondizi estaba en la Casa Rosada. Los Regaglia abrieron la puerta de una casa espaciosa con amplio jardín, lo que les permitió no dejar del todo el campo.
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Del relato de aquellos años se desprende la condición de matriarca de la Peti. “En mi casa había lugar y venía todo el barrio. Los chicos para jugar y a la noche 20 ó 30 personas a jugar a las cartas y bailar hasta la madrugada”, detalla y más de 60 años después mantiene el hábito intacto, ofrece una mesa llena de masas secas, café, gaseosa o agua. Es que lo tiene claro: una visita es una visita.
Con el almacén familiar alcanzaba, aunque a veces colaboraba. Incursionó en varios trabajos como tareas de costura o atención en una heladería de la calle Arijón. Su carácter muchas veces chocaba con la rutina y decidía regresar a cuidar niños.
Es fácil imaginársela rodeada de nietos y amigos. En reiteradas oportunidades aseguró bregar por el bienestar de cada menor que pasó por su familia. “Victoria no quería ir en colectivo, ni taxi ni nada a la escuela, solo quería que la lleve de la mano”, con una contundente precisión relata el camino hacia el colegio Nuestra Señora de los Ángeles para llevar a la más chica de la tercera generación, mientras la nieta afirmaba con su cabeza. Con Alejandro y los hijos de éste también tenía ese ritual. “Cada niño de la familia le dio 10 años de vida”, asegura Victoria, madre de Baltazar, el artista y último bisnieto. Ella no se cansa nunca de los niños y aunque fue “madre de grande”, algo raro para mediados del siglo XX, siempre le gustaron: “Si vienen, vienen y hay que cuidarlos”, arroja con simpleza, casi sin hacerse problema o como si estuviera esperando uno más en su vida.
Su pequeña gran debilidad
Como madre y abuela de familia, la Peti se plantaba en la cocina. Tortas, ñoquis y empanadas “las más ricas de Rosario”, según su familia, eran su especialidad. Sin embargo, hay algo un menú que la tiene atrapada.
¿Qué tomás?, pregunta La Capital y juntando sus manos para acercársela a la boca, ya saboreándolo, pide: “Café con leche y medialunas”. Ni una, ni dos, son varias tazas por día. Hasta volviendo de la última fiesta que participó en el Ros Tower, a pasitos de su casa, pidió -refunfuñando- la última taza de la noche. Eran las 3 de la mañana y sus nietos la llevaban hasta su casa. La fiesta había terminado, Palito Ortega, su artista favorito y al cual vio en varias oportunidades en los clubes de zona sur, ya había dejado de sonar, pero la Peti tenía resto para más.
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Foto: Leonardo Vincenti / La Capital
Amor por su tierra
Nacida en Cuatro Esquinas y rosarina por adopción, la Peti sabe todo de la actualidad argentina y maldice la situación actual de los jubilados, con recortes en el acceso a medicamentos o prestaciones de salud. En su vida pudo viajar por España, Chile y Estados Unidos, entre otros lugares, pero su corazón está en el país: “Argentina es lo más lindo de todo, mirá que viajé”, dice.
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Ama a Rosario, aunque “era más lindo antes”, asegura. Tiene un rechazo tajante por Buenos Aires. En la Capital Federal compartió los últimos días junto con su marido, que, frente a un grave cuadro de salud, pasó un tiempo internado. “No me gusta”, dice enojada, aunque no lo reconozca. También recuerda el día que un perro mordió a uno de sus nietos y los siete días posteriores buscando a la dueña del can para preguntarle si tenía las vacunas correspondientes. Una vez más, al cuidado de sus chicos.
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Foto: Leonardo Vincenti / La Capital
El sol se esconde y la noche da sus primeras señales. Un celular junto a ella con la pantalla partida entre el rojo y negro es una de las pocas cosas que se deja imponer. Es que ella lo utiliza, con total independencia, y llama a toda la lista de contactos. “Si no la atendés te dice que no estás haciendo nada. Te la cobra”, asegura Victoria.
Teniendo a la experiencia de su lado no pierde la noción del tiempo. Le sigue los pasos a sus hijas y nietos y con simples frases marca la cancha, el camino. Pone en jaque a todo aquel que la rodee y tiene la palabra autorizada, aunque no tenga “ni idea” de cómo llegó a los 101 años, según ella.