Visto desde la vereda, el galpón de la calle La República 6480 parece uno más de los tantos que existen en la zona noroeste de la ciudad. Pero, apenas se traspasa el portón de chapa negra, irrumpe la sensación de estar en medio de una fábrica de maravillas: por donde se mire hay paneles de colores brillantes, autitos, caballos o ponis alados y operarios que sueldan, lijan, pintan y barnizan la calesita que en pocos días instalarán en una plaza, un parque de diversiones, un shopping o un salón de fiestas. Así es la rutina en una de las tres fábricas de carrouseles que siguen en pie en el país.
Rosario tiene una larga historia calesitera. En la década del 30 del siglo pasado, los hermanos Sequalino empezaron a producir los primeros carrouseles de fabricación nacional. En pleno siglo XXI, otra familia, los Dalmasso, continúan la tradición con Dino, desde donde exportan sus creaciones a Chile, Bolivia y Brasil.
En el taller de zona noroeste crearon también las primeras eco calesitas, un juego alimentado a energía solar y construido con materiales sustentables que proyectan montar en el Mercado del Patio y en el parque de las Colectividades.
"La idea es que todos los chicos puedan disfrutar de un juego que no perjudica al ambiente", explicó el titular de la empresa, Sergio Dalmasso, quien además administra otros cuatro carrouseles: en los parques Sunchales y Urquiza, en la zona del Monumento a la Bandera, y en la plaza Alberdi.
Juegos que siguen sacando sonrisas a miles de pibes, mientras giran a una velocidad de cuatro vueltas por minuto o se esfuerzan por sacar la sortija.
Las vueltas de la vida
Actualmente sobran los dedos de las manos para contar la cantidad de calesitas que existen en la ciudad. Hace unos diez años eran más de 20, pero la competencia de otro tipo de entretenimientos, el creciente vandalismo urbano y, finalmente, el confinamiento impuesto por la pandemia empujó a muchas al cierre. La calesita es un entretenimiento que funciona si niñas y niños están en los espacios públicos, con las plazas vacías, los carrouseles no funcionan.
La primera calesita que se instaló en el país comenzó a funcionar en 1867, sobre la Plaza Lavalle, detrás del predio donde se inauguró el segundo edificio del Teatro Colón en 1908 y frente al Palacio de Tribunales, que abrió sus puertas en 1942. Historiadores urbanos concuerdan que el entretenimiento de construyó en Francia y que giraba traccionada por un caballo.
La calesita más antigua de Rosario está en el predio de juegos mecánicos del parque Independencia. Se inauguró en 1936 y aún sigue funcionando. Las figuras están construidas en madera y la estructura de hierro lleva la firma de los Sequalino.
Aunque pasaron casi 90 años, la fabricación de calesitas sigue siendo una tarea muy artesanal. Los animales, autitos y asientos se moldean en fibra de vidrio que se masilla, se pule y se pinta a mano. Para hacer un caballito, por ejemplo, se emplean más de 20 matrices diferentes que después se arman para recrear los movimientos y el brío del corcel.
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En la fábrica de los Dalmasso trabajan una decena de operarios, encargados de la fabricación y el montaje de las calesitas. Como la familia dueña de la fábrica, algunos de los trabajadores son la segunda generación de calesiteros. El encargado, sin ir más lejos es el hijo del primer plastiquero de la fábrica que comenzó a llevarlo al taller, cuando aún no había cumplido los 18, para que aprendiera el oficio.
Oficio de familia
En diciembre del año pasado, el Concejo Municipal declaró a Raúl Dalmasso como empresario distinguido de Rosario por su histórica trayectoria en la administración, fabricación y venta de calesitas y su innegable contribución al desarrollo de la producción y economía local. “Varias generaciones hemos disfrutado esas maravillosas calesitas que nos llenaron de felicidad”, destacaron los concejales durante el acto.
Pero la historia de don Raúl no siempre fue tan próspera. Hace 70 años, el hombre vendió su casa para comprar la primera calesita. El juego lo adquirió en una feria en la ciudad de Alta Gracia en Córdoba y la instaló en la intersección de calles Río de Janeiro y Córdoba, hace 70 años.
Sergio recuerda la anécdota risueño: "Mi mamá puso el grito en el cielo", dice. Pero el hombre supo contagiar su fanatismo al resto de la familia. Hasta los ocho o nueve años, Sergio disfrutaba de dar vueltas en calesita. Ya de adolescente empezó a ayudar a su papá en el negocio. Y cuando terminó la escuela quiso tener su propia calesita. Así empezó la fábrica Dino, donde ahora también trabaja el hijo de Sergio, Gino.
"Yo quería tener mi propio carrousel y me las tuve que ingeniar para poder fabricar uno. Empecé de a poco en un lugar muy chico y con pocas matrices, que son lo más costoso de todo esto", cuenta. Los años 80 estaban llegando a su final y Sergio inauguraba su primera calesita, hecha a pura voluntad de trabajo.
"Después empecé a capacitarme, a ir a exposiciones, a viajar a Estados Unidos o a Italia, donde aprendí mucho sobre fabricación y podía sacar un montón de ideas para mejorar la producción acá, para hacer carrouseles más seguros, que funcionen mejor, sean más bellos y duren más", recuerda y destaca que muchos de esas primeras ruedas tienen más de 40 años y aun siguen funcionando.
Los buenos y malos tiempos de la fábrica acompañaron los acontecimientos históricos del país. Sergio recuerda que la hiperinflación de Alfonsín lo encontró "joven y sin plata", con lo cual pasó casi sin consecuencias, la crisis del 2001 lo golpeó con fuerza. Había montado plazas de juego y salones de fiestas infantiles en Rosario, Córdoba y Buenos Aires. Apenas puso rescatar uno solo.
Recién pudo empezar de nuevo en 2004, reflotando la fábrica. "En tantos años, la hemos pasado bien y mal. Dimos muchas vueltas, como la calesita", resume y dice que no cambiaría su oficio por nada. "Uno lo lleva en el corazón. El trabajo tiene su sacrificio, pero cuando las ves terminadas, con las luces encendidas, es emocionante. A la inauguración se acerca mucha gente, ves la satisfacción y la sonrisa de los chicos. Creo que seguimos más que nada por eso", explica.
El mejor carrousel que hicieron "es el que va a venir", dice y señala la estructura de dos pisos ubicada en el fondo del taller. Una calesita con barandas de madera, unicornios alados y autitos descapotables pintados de rosa Barbie. Esperan montarla en marzo, cuando empieza la época de mayor trabajo, en la costanera central.
Y siguen mejorando los modelos de eco-calesitas. "Me gustaría tener una en cada plaza", dice Dalmasso. Y junta a sus empleados para sacarse una foto, la que ilustra esta nota.