Es el asociado de mayor edad del Sindicato de Prensa de Rosario, cumple sin problemas el psicofísico del carnet de conducir, integra el Centro de Jubilados de Cruce Alberdi y en el tiempo libre, va al casino y viaja. Hugo Mario Fernández tiene 91 años y durante 54 trabajó en La Capital, después de ser cadete a los 13 en una receptoría de avisos. Vio pasar parte del siglo XX en las páginas del matutino mientras crecían juntos, casi desde la infancia, en plazas que aún tenían guardianes.
En 1926, cuando Hugo nació, La Capital estaba a la vanguardia de la prensa argentina en impresión, sumaba máquinas y ponía en la calle miles de ejemplares. Claro que esto él no lo sabía cuando a los 13 entró a trabajar en una receptoría de avisos que el diario tenía en Echesortu. Ganaba 30 pesos por mes, limpiaba, escribía a máquina, salía a cobrar en bicicleta y comenzaba a soñar su futuro.
"Ahora no bailo tanto, pero hasta el año pasado sí", dice sonriendo en su casa, mientras por la ventana señala bien enfrente a sus vecinos más famosos, el Estadio Gigante de Arroyito y el Club Regatas. Casi está demás preguntar el color de las camisetas, aunque aclara que un integrante de la familia, su hijo Hugo Fernández Moreno, salió leproso.
Allí vive desde 1966, aunque en el barrio está desde antes, cuando ganó la lotería de Tucumán con el 26.371 y terminó de saldar un departamento que había comprado. Más o menos para esa fecha el diario cambiaba, y las noticias pasaron a ser las protagonistas relegando en espacio a la publicidad que copaba los períodos de entonces.
Desde un año antes, Hugo ya era segundo jefe administrativo. El camino había comenzado en 1939 en la receptoría de Echesortu, a cargo de Jesús Alvarez. "Los diarieros venían a las 3 de la mañana a recibir el diario y quedaba un desastre, el cadete tenía que limpiar y después empezar a recibir avisos o salir a cobrarlos y llevarlos al diario a las 19, con un último llamado al encargado por si había entrado algo de último momento", detalló.
En ese ir y venir al diario, en la calle Sarmiento 763, pasó un año hasta que el jefe de avisos le dijo: «Yo te quiero acá». Su primer puesto en el diario fue de ascensorista, con chaqueta de botones dorados, polaina y gorra. Pero a los pocos días advirtieron el error e ingresó al área que lo había solicitado, Control de Avisos.
Corría 1940, su carrera en La Capital había comenzado y hasta le guardaron el puesto cuando le tocó el Servicio Militar. En 1955 pasó a desempeñarse como cobrador de cuentas corrientes.
"Pasábamos los avisos al taller, hacíamos los diagramas, se armaban los clasificados hasta la hora del cierre, a la una", relata sobre los años en los que el diario se hacía "en caliente", con el empleo de linotipos que moldeaban en plomo y antimonio fundido cada letra y línea de texto.
La calle Sarmiento tenía otra mano de circulación, en la esquina La Favorita era el centro comercial por excelencia. Frente al diario, el bar La Capital era el lugar obligado de los empleados y canillitas hasta entrada la madrugada y Casa Muñoz enviaba las páginas de publicidad por tren desde Buenos Aires, evoca sintetizando décadas.
En 1973, llevaba décadas en Cobranzas y hasta presentó proyectos para mejorarlas. Pocos años después el viejo taller fue renovado y La Capital incorporó el proceso de fotocomposición, o composición "en frío". Hugo llevaba casi cuatro décadas en el diario. Carlos Coscarelli, Gustavo Roger, Salvador Allende, Raúl Gardelli y Ricardo Méndez, Enrique King, entre otros compañeros de trabajo de distintas épocas, afloran en la charla.
Lo que pasó es el tiempo, porque su energía sigue intacta. Colabora activamente en el Centro de Jubilados de Cruce Alberdi y mientras guarda la medalla que le dio La Capital, cierra las antiguas carpetas y mira a la cámara como le pide el fotógrafo, en un gesto breve y firme que cierra una historia singular.
A los 13 entró a trabajar a una receptoría de
avisos en barrio
Echesortu, donde
ganaba $30 por mes