Foto Celina Mutti Lovera
Los números de la pandemia crecen a diario. Ya todos conocemos a alguien que debió aislarse por prevención, por ser contacto estrecho de un infectado o por presentar síntomas del Covid-19. Y se cuentan de a miles los rosarinos que pueden contar la experiencia en primera persona.
El encierro y la soledad del cuarto son también reflejo de esta época que toca vivir. Una soledad multiplicada por cientos de encierros en una realidad sin tiempo. Transitar el aislamiento casi nunca es fácil. En lo material, no todos cuentan con una habitación extra para atravesar el aislamiento preventivo y obligatorio a la espera del resultado de un hisopado.
Las desigualdades aparecen como parte de la realidad. Cada uno trata de habitar ese encierro lo mejor que pueda. Pero lo fundamental es hacerlo. Porque en esa medida es donde estamos cuidando a los demás. Es aislarse para luego poder reencontrarse.
Cada aislamiento es singular. Mientras se espera el resultado del hisopado, la ansiedad hace imposible no revisar milimétricamente una y otra vez las respuestas del cuerpo, cada respiración, cada síntoma, cada cambio. Inhalamos y exhalamos impetuosamente casi como una constatación constante de que no hay falta de aire. Controlando cada movimiento. Y para escapar de esa obsesión por nuestra anatomía es que vamos en busca de las cosas que nos hacen bien: merendar de ventana a ventana con los que quedaron del otro lado de la puerta de nuestro nuevo universo, leer, mirar series, whatsapear con amigas y amigos, pensar en futuros abrazos o simplemente fotografiar.
Estas imágenes son parte de esa búsqueda. Imágenes que ayudaron a habitar. Un recorte ínfimo, íntimo y arbitrario de los miles de aislamientos que se vivieron desde el comienzo de esta pandemia.
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Por Martín Stoianovich