Martes, 7.45: kinesiología respiratoria. 9.30: kinesiología motriz. 11: fonoaudióloga. 16.30: kinesióloga motriz. 18.30: terapeuta ocupacional. 19.45: kinesiología respiratoria. Este es apenas un día de la semana de Ignacio Ballesteros, el polista y empresario de 33 años que tras un accidente quedó cuadripléjico y con mínima conciencia.
Desde hace dos meses todos sus días son prácticamente iguales: un equipo de 14 profesionales se turna para atenderlo de la mañana a la noche en la casa que comparte con su mujer, Gisela La Menza, en el barrio San Eduardo. Está allí y no con sus padres, en Córdoba, por orden de un juez de Familia y en consonancia con un fallo de la Corte Suprema de la Nación.
Las mínimas mejoras de Ignacio son por centímetros. “Recupera masa muscular: tiene 3 centímetros más de piernas y 5 de abdomen. Y gracias a mucho trabajo, no por gordo”, aclara, como en broma, su mujer.
La Justicia intervino luego de que los padres de Ballesteros, oriundos de Córdoba, trasladaran al muchacho a la capital mediterránea de prepo en el marco de una disputa familiar por su curatela. Como resultado de esa decisión familiar, que duró tres meses, hubo que retomar su recuperación “de cero”. Así lo aseguran los profesionales y su mujer, para quienes el muchacho “involucionó” el tiempo que no estuvo en su casa. Gisela lo había dicho la misma noche que una ambulancia de alta complejidad lo trajo de regreso a Rosario, el 12 de septiembre pasado.
“Está flaco, lleno de escaras y no respira bien”. Y si la evaluación de la mujer que lo cuidó diez meses junto a este mismo equipo médico, desde que Ignacio se cayó de una yegua en diciembre de 2010, parece poco rigurosa, vale leer un informe elaborado su kinesiólogo. “Retornó en estado crítico. Su piel está severamente descuidada en los talones y en los pies”.
Debido a la pelea de los padres de Ignacio con su esposa la Justicia habilitó un régimen de visita a la madre del muchacho, que lo visitó estos dos meses en muy pocas oportunidades.
Antes del accidente Ignacio viajaba permanentemente a Inglaterra, pesaba 82 kilos, jugaba al polo de 4, hinchaba para River y escuchaba música extranjera de los 80. Se casó con Gisela ocho meses antes de quedar cuadripléjico. Con ella se había afincado en la localidad bonaerense de Duggan, a 18 kilómetros de San Antonio de Areco, donde se dedicaron a la cría de caballos y a los negocios inmobiliarios.
La mujer se refiere a su marido como “Nacho” y cuando habla de la historia pos accidente emplea la primera persona del plural: “Desde que nos pasó esto —dice con naturalidad— empezamos a trabajar en función de recuperarlo, de mantenerlo activo para que responda a los estímulos. Habíamos logrado que moviera la mano derecha. Si lo hacía para adelante decía «sí» y hacia atrás, «no». Con mucha dificultad indicaba si quería ver TV y hasta elegía programas de economía internacional; decía si quería o no que fuéramos de paseo a Duggan. Pero cuando se lo llevaron lo tuvieron permanentemente dopado: volvió con menos masa muscular y perdió 12 kilos. Ahora apenas mueve la mano, abre los ojos, pero le cuesta enfocar la mirada y seguir un punto. Y no sostiene la cabeza”.
Sí y no. En una columna del living de la casa se lee un cartel que en fibrón negro dice “sí” y “no”. Gisela confiesa que están tratando de que Ignacio mire el papel e indique con los ojos qué quiere. Por ahora no lo logra.
Su cuarto parece una sala de terapia intensiva. Tiene una cama antiescaras, una silla de ruedas a mano y varios aparatos, además de la cama de Gisela. Ambos duermen allí y están custodiados por una enfermera. “Son varias quienes lo cuidan”, dice Gisela ante de comentar que, a pesar de eso, Ignacio ha tenido noches bravas.
“Hace poco se despertó agitado, me clavó la mirada como queriendo decir algo, pero no sabemos qué siente, piensa o quiere. Creo que Nacho tiene bronca, mucha bronca. Y yo también: a veces veo videos de él antes del accidente. Era alegre, divertido, también un poco agrandado, pero estábamos tan bien, y me pregunto: «¿Por qué nos tocó esto?»”.
Un caso que aún sigue en la Justicia. “La semana próxima presentaremos una demanda en el Consejo de la Magistratura de la Nación contra el juez (Ricardo) Bustos Fierro por mal desempeño de sus funciones”. El anuncio lo hizo a La Capital uno de los abogados de la esposa de Ignacio, Froilán Ravena.
El profesional remarcó que la Corte Suprema de la Nación, luego de tomar posición sobre el caso, pidió también al juez en cuestión que presente todo lo actuado al Consejo de la Magistratura.
Ignacio Ballesteros se recuperaba en su casa hasta que el 11 de junio pasado fue llevado imprevistamente por su padres a Córdoba, con el aval del juez federal cordobés, Bustos Fierro. Allí fue internado en el centro de rehabilitación Vida Plena. No obstante, la Corte resolvió que el caso debía ser tramitado por la Justicia santafesina. Así fue que el juez del Tribunal de Familia Nº 4, Manuel Rosas, ordenó que el muchacho regresara a Rosario y cuando esa orden se formalizó, el padre del muchacho, Eduardo Ballesteros, atacó a la abogada de la esposa de Ignacio.
Video. El violento epidosio fue filmado y es parte de una causa penal que Ravena y sus socios presentaron ante el padre del paciente, presidente de la Sociedad Rural de Córdoba.
“Denunciamos irregularidades cuando se lo llevaron a Ignacio de Rosario. El padre tenía restricción de acercamiento al muchacho, no podía dar directivas sobre la salud de su hijo y violó esa orden. Además, en esa oportunidad faltaron cosas de la casa de Gisela e Ignacio. Hubo muchas cuestiones irregulares y este hombre se manejó con mucha agresión. Al punto tal que se autodefinía como heredero del muchacho y acá no hay herencia en cuestión porque nadie ha muerto”, consideró Ravena.
El abogado agregó que “en la batería de exámenes realizada por los médicos, se están constatando deterioros e involución de Ignacio: los informes son demoledores. Todo se adjuntará a la causa iniciada por el padre (Eduardo Ballesteros y otra sobre el régimen de visitas”.