La asunción de Julio Argentino Roca como presidente de la Nación en octubre de 1880 inauguró un período conservador de la historia del país que se cierra con la llegada al poder del radical Hipólito Yirigoyen en 1916. El “régimen” se sostuvo gracias a la violencia política, el clientelismo y el fraude electoral, y al apoyo del Partido Autonomista Nacional (PAN), una alianza de élites provinciales que garantizaba la protección del modelo agroexportador. El régimen conservador tuvo su oposición encarnada en los sectores populares y medios, y trabajadores urbanos, quienes estaban excluidos de los derechos de los que gozaba la oligarquía.
A caballo de la gran crisis económica de 1890, integrantes de la Unión Cívica de Bartolomé Mitre y Leandro N. Alem la emprendieron contra el gobierno de Miguel Juárez Celman, concuñado de Roca, en la llamada Revolución del Parque que, desde el 26 de julio, toma la ciudad de Buenos Aires por tres días. Sin el apoyo político de Roca ni del PAN, Juárez Celman renunció y fue reemplazado por el vicepresidente, Carlos Pellegrini.
Cuando la Unión Cívica de Bartolomé Mitre pactó en 1891 con Roca la sucesión presidencial, un sector se negó a aceptarlo y fundó la Unión Cívica Radical encabezada por Alem. Pellegrini acusó a los radicales de insurrección, decretó el estado de sitio y encarceló a Alem y otros correligionarios. Con el líder radical en prisión, Luis Sáenz Peña fue a elecciones presidenciales con boleta única y ganó junto a José Evaristo Uriburu como vice.
Dos revueltas en un año
Sáenz Peña asumió en octubre de 1892 pero en 1893 debió enfrentar dos revueltas. La primera entre julio y agosto con Aristóbulo del Valle e Yrigoyen al mando y la segunda en septiembre que finalizó el 1º de octubre. En Santa Fe los revolucionarios habían desplazado al gobernador autonomista Juan Manuel Cafferatta y ungido el 04 de agosto al radical Mariano Candioti. La negativa de dirigentes radicales de dar un golpe de Estado y tomar el poder por la fuerza hizo que la primera rebelión fracasara. Santa Fe fue intervenida el 22 de agosto por el encomendado federal Baldomero Llerena.
Lejos de creer en la derrota de la revolución y envalentonado con el éxito de los sublevados en Corrientes y en Tucumán, Alem decidió retomar las hostilidades, según sus palabras "contra la vergüenza actual, contra la inmoralidad política, contra los escándalos administrativos, contra la corrupción impositiva". Sin el apoyo del partido radical bonaerense y tachando a Yrigoyen de traidor, Alem traslada la acción a Rosario.
La revolución no estaba jugando. Según el relato del propio vicepresidente de la Nación Carlos Pellegrini, al mando de tropas de represión de la sedición, en ese momento, "los servicios nacionales estaban interrumpidos. Durante diez no hubo correos regulares en las provincias del norte; los estafeteros de la Nación había sido detenidos y presos en Santa Fe, y parte de la correspondencia secuestrada".
Pellegrini continúa con la descripción de la revolución: "El telégrafo nacional sólo funcionaba en cuanto lo permitían las fuerzas revolucionarias. Los ferrocarriles nacionales habían sido arrebatados de manos de las compañías por particulares armados, sus empleados destituidos unos y presos otros, las líneas destruidas en parte, algunos puentes volados y empleadas las máquinas y tren rodante en la conducción de fuerzas armadas".
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Revolucionarios radicales con una ametralladora Gatling en el patio de la Jefatura Política (hoy Correo Central) en septiembre de 1893.
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Rosario, bastión rebelde
La revolución encontró en Rosario una incubadora debido a la particular constitución de su comunidad en plena expansión social y económica. Con Lisandro de la Torre como organizador, las comisarías fueron tomadas pero no así la Jefatura. Cuando ésta se rindió, la refriega había dejado 100 muertos y 300 heridos, y la ciudad estaba en manos rebeldes.
Mientras Candiotti se rebelaba el 24 de septiembre en Santa Fe contra la intervención federal, Alem llegó a Rosario escondido en un barco. Lo esperaba una asamblea popular que lo consideró un héroe y lo nombró presidente de la Nación. Así Rosario se convirtió en una ciudad con un mandatario diferente al de los argentinos. Al menos por unos días, ya que si bien el pueblo organizó un ejército de unos 6.000 hombres, el escaso armamento y la superioridad numérica de las fuerzas leales al gobierno nacional los llevaron a la derrota.
Las escaramuzas de guerra tuvieron también como teatro de operaciones al río Paraná donde, por primera y única vez en la historia del país, el 29 de septiembre se enfrentaron unidades navales argentinas. Conocido como el Combate Naval del Espinillo, por las islas frente a Rosario, el choque selló la continuidad de la revolución.
Los radicales fueron derrotados en todo el país y el único bastión revolucionario que resistió fue Rosario. Las tropas leales al gobierno se concentraron sobre la ciudad y Roca, a su mando, amenazó con bombardearla si los sediciosos no la abandonaban. Alem primero quiso pelear pero luego, convencido por los vecinos, entregó la ciudad a las tropas del general Bosch que venían de sofocar las revueltas en Tucumán y Santa Fe. Alem fue encarcelado junto a sus combatientes, pero antes le recomendó a los rosarinos guardar bien las armas. Entre obediencias y desobediencias, y hasta con la intervención de la Corte Suprema de Justicia a su favor, Alem cumplió seis meses de arresto.
El legado de Alem
Una vez derrotada la revolución, el Gobierno nacional nombró interventor de la provincia a José Vicente Zapata, quien, en febrero de 1894, le cedió el sillón del Brigadier López al gobernador autonomista Luciano Leiva. En 1905 otra asonada radical intentó quebrar el orden conservador. Aquejado por su fracaso político, Alem se suicidó el 1º de julio de 1896.
Las rebeliones radicales minaron el poder del PAN y del régimen conservador y pusieron a la Unión Cívica Radical en un mapa electoral que lo llevó, gracias a la sanción en 1912 de la ley Sáenz Peña de voto universal, a su primer gobierno en 1916.
Leandro N. Alem fue inmortalizado en una bella estatua realizada por el escultor Guillermo Gianinazzi que se instaló en 1922 en el parque Independencia, donde hoy se encuentra el calendario floral, en Oroño e Intendente Morcillo. En 1943 se le impuso al llamado Parque Balneario Ludueña el nombre de Alem y la efigie mencionada fue trasladada a su ubicación actual. Una calle de nuestra ciudad de dirección norte-sur lleva su nombre desde Mendoza hasta Uriburu.
Infografías: Juan Carlos Escobar / La Capital