"Hola, ¿hoy vinieron por el examen de ingreso? Están rindiendo los chiquitos y también vienen a laboratorio los que hicieron quinto el año pasado". La que le dice esto a La Capital, con precisión de horarios, días y turnos, no es una docente del Instituto Politécnico, es Adriana Miguez, la dueña del minimárket de Ayacucho 1622, toda una institución para varias generaciones de alumnos y alumnas. Este miércoles, cuando rindieron los aspirantes a primer año, Adriana también fue noticia, porque su negocio -que estaba por bajar las persianas en octubre del año pasado golpeado por la crisis económica de la pandemia y abarrotado de deudas- sigue abierto gracias a un ex "polipibe".
"Un ex alumno, un muchacho de treinta y pico que se enteró que iba a cerrar se acercó y me prestó dinero para afrontar el alquiler hasta que empiecen las clases y poder volver a trabajar casi como siempre", dijo la mujer con más de 16 años en esa esquina de barrio Martin y famosa por sus exquisitos panchos y magistrales sándwiches de milanesa.
Y la noticia no solo lo es porque la mujer y su familia mantuvieron su fuente laboral sino por la solidaridad que imperó por parte de los alumnos y ex alumnos del colegio de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) durante toda esta pandemia.
Adriana dijo hoy que le agradece a todos. A quien le prestó el dinero, casi una vacuna en medio de la pandemia; a los alumnos que convocaron por las redes a hacer una vaquita económica para evitar el cierre, a los "obreros y empleados de la zona que continuaron consumiendo los almuerzos" y a su mamá de más de 80 años que le cocinó y donó tartas y empanadas, para que pudiera destinar ese gasto a la compra de golosinas y otras mercaderías.
Los folletos también fueron una solución a la que echó mano sola ya que su hija Paola, quien había trabajado codo a codo con ella durante años, debió emigrar hacia una boutique hasta este mes, momento en que aspira volver al rubro gastronómico-estudiantil.
"Ofrecí menúes económicos, ya no sabía que hacer, pero pude mantener abierto. Mi hija se fue por un tiempo, tiene dos hijos y acá sin clases y con poco ingreso no alcanzaba para las dos. Pero bueno, la remamos y acá estamos, aunque las deudas moratorias y planes de pago siguen en pie", confesó.
La vaquita solidaria
Cuando el año pasado anunció que cerraba, se armó un operativo salvataje para ayudar a "Adri" -como la bautizaron los alumnos y alumnas del Poli- con más velocidad que la luz. En las redes se viralizó el tema y comenzó una colecta de fondos, algunos se ofrecieron como cadetes para entregar los almuerzos en bicicleta o directamente le cayeron a desayunar en manada.
Todo para que no se vaya del lugar la mujer que instaló en la comunidad escolar los panchos de hasta cuatro salchichas o con nombres de estudiantes habitués: "Tincho" (el ejemplar de dos salchichas, jamón, queso y salsa) y el "Lincoln" (el de tres milanesas, bautizado asì porque lo pedía siempre alguien de apellido Abraham).
Pero "lo de Adri" no es solo comida y eso es lo que ha pesado sin dudas al momento de ofrecer ayuda. Es un lugar de los chicos y chicas y se resisten a perderlo. Es el bar para ver los partidos en grupo por televisión, sean de fútbol o de tenis; es el espacio para hablar y discutir todo, para encontrarse con los afectos y amores, para estudiar a último momento y hasta para llorar tras un bochazo.
"Adri nos fiaba, nos prestaba siempre el baño sin problemas y hacía los mejores panchos, por eso estamos acá y eso que terminamos el colegio hace siete años", contaron Luciano Doria, Martín Marinsalti y Lucas Pulliese, tres ex polipibes de la sexta división de la promoción 2013, la mañana que La Capital los encontró desayunando y recordando anécdotas, con Adriana y su hija Paola, épocas en que el cierre era "inminente", pero finalmente no fue.