La médica que atendió el primer caso de Covid-19 en Rosario ya no trabaja en el sector de atención a los casos sospechosos. Por agotamiento, Carolina Turletti, profesional del Hospital Carrasco, tuvo que dejar Febriles en noviembre del año pasado y pasar a otra área. De los ocho primeros agentes sanitarios que integraron el dispositivo que se encargaba de recibir a pacientes con síntomas compatibles con coronavirus, ya no queda ninguno trabajando allí.
Se cumple un año desde que comenzara un proceso largo, tortuoso y heroico para los que se desempeñan en salud. Algunos se enfermaron y volvieron a trabajar. Muchos perdieron la vida por salvar la de otros. Casi todos tuvieron que aislarse cuando alguna bala pasó cerca. Todos sufrieron el cansancio de trabajar largas jornadas bajo presión. Ninguno salió indemne.
El 13 de marzo Turletti atendió a un paciente de 28 años que había vuelto de Inglaterra con malestar. Lo recibió en los consultorios externos del Carrasco, un dispositivo que desde un primer momento fue puesto en marcha para atender casos sospechosos separados de la guardia común del efector, designado como referente para atender personas con el virus. El 15 de marzo se oficializaría como el primer caso de coronavirus en la ciudad. La Capital habló con ella en exclusiva a un año de ese diagnóstico con el que empezó todo.
¿Qué pasó desde ese primer caso a nivel humano y a nivel institucional?
Hubo cambios muy drásticos. En un abrir y cerrar de ojos dejé de desempeñarme como especialista en clínica médica, y esto fue necesario pero me resultó doloroso perder el contacto con mis pacientes. Fueron tiempos de mucha organización, análisis, procesos permanentes de cambio.
Comencé con un grupo de compañeros muy valiosos a desempeñar mis funciones en el sector de Febriles, con la idea de organizar un espacio para atender de la mejor manera posible a los casos sospechosos. Desde un primer momento fue un trabajo muy demandante, porque vivíamos en un terreno de total incertidumbre, y al personal de salud nos gusta trabajar con certezas, con conocimientos validados. ¿Cómo fue trabajar en este contexto?
Trabajamos de lunes a lunes, incluidos feriados, de 7 a 19 y siempre en horario rotativo. Fue un trabajo difícil pero también gratificante. Confirmábamos el caso, la Dirección de Epidemiología municipal hacía los bloqueos correspondientes y con eso llegamos a contener la diseminación de la infección. Eso nos hizo sentir que con nuestra vocación estábamos haciendo algo útil, en un contexto de adversidad. A nivel institucional siempre hubo mucho compromiso y dedicación de todos los actores y los sectores. Servicios de urgencia, staff de sala, equipos de cuidados progresivos, todos dieron lo mejor de sí para garantizar la calidad y la continuidad de la atención a los pacientes.
¿Cómo viviste el pico de contagios?
En julio empezamos a ver personas hisopadas con síntomas compatibles de coronavirus que no pudieron cumplir los aislamientos a la espera de los resultados de los estudios y contagiaron a muchos otros porque continuaron con sus vidas sociales y sus tareas habituales a pesar de que se les había indicado lo contrario. Ese fue un punto de inflexión, porque desde ahí se hizo imposible continuar con el rastreo de contactos y contener la infección, por lo que la salud pública se desbordó. Fue un momento desmoralizante a nivel personal. Tuve mucha angustia y temor de contagiar a mi familia, sin ver a mis amigos, sin poder acompañar adecuadamente a mis hijos de 3 y 5 años en su escolarización virtual.
¿Cómo te impactó en lo personal?
Si hay algo que aprendí de esta pandemia, fue la humildad. Humildad para aceptar que aunque uno tenga ganas y esté ahí tratando de hacer todo lo mejor posible, las cosas a veces se salen de control. La situación desde agosto en adelante fue un caos total. Tuvimos un balance muy fino entre el compromiso y el agotamiento. En lo personal tuve un punto de quiebre cuando en noviembre a mi esposo le diagnosticaron Covid. Empezó con los síntomas el 7 de noviembre, el mismo día que otra compañera muy querida de la institución, que terminó internada en terapia y falleció a los 14 días. Mi marido, que también es médico del servicio de urgencia y cirujano del hospital, tuvo fiebre dos semanas y la pasó muy mal. Eso para mí fue muy movilizador.
¿Fue ahí que decidiste irte a otro sector?
Sí. Porque por otro lado empezamos a ver que las personas que tenían enfermedades crónicas no estaban consultando, aunque nunca se dejó de atender lo no Covid. Muchos por miedo a consultar e ir al hospital se estaban descompensando. Se volvieron a plantear las estrategias, y se constituyó un nuevo equipo de trabajo en Febriles. Así, la mayoría de los médicos que empezamos a trabajar en ese sector al inicio de la pandemia retomamos nuestros consultorios habituales. Sobre todo cuando vimos que la tasa de contagios seguía alta pero iba en descenso.
¿Cómo viviste la llegada de la vacuna?
La expectativa de la vacuna me generó emociones mixtas. Sentí mucho alivio, porque pude atisbar un final al caos. Pero también preocupación por el poco tiempo desde que se empezó a producir y fue lanzada al mercado. Ahora que ya estoy vacunada, tengo las dos dosis y no tuve ningún síntoma, me siento mucho más tranquila y creo que es la estrategia necesaria para lograr la inmunidad de rebaño e ir retornando a una nueva normalidad. Por supuesto que me sigo cuidando, porque ninguna de las vacunas que se están comercializando tiene una efectividad del ciento por ciento, pero sí me siento más segura.
¿Qué evaluación hacés del desempeño de la salud pública en Rosario?
La salud pública de Rosario pudo primero prever la situación de crisis, restructurarse, evaluarse periódicamente para volver a reorganizarse una y otra vez para lograr el objetivo que se persigue, que es garantizar el derecho a la salud, y la verdad que me emociona el compromiso de la mayoría de mis compañeros del Carrasco para seguir adelante cumpliendo sus funciones. Muchos se enfermaron, una de ellas estuvo en terapia intensiva, hubo dos que fallecieron. No hay evidencias de que se hayan contagiado en la institución, pero cuando la pérdida pega de cerca duele muchísimo. Lo digo de corazón: estoy orgullosa de pertenecer a la salud pública de Rosario. Fue mi decisión hace muchos años, y la sostengo porque siento que es el ámbito donde uno realmente puede ayudar, sin importar qué obra social tenga cada uno. Como dato anecdótico, te cuento que fue la salud pública la que asumió los costos de la mayoría de las obras sociales y prepagas respecto al diagnóstico de los casos Covid-19.
¿Cómo ves lo que viene, la posibilidad de una segunda ola?
Fue y sigue siendo un momento extremadamente disruptivo y difícil. Con todos los compañeros de trabajo con los que hablo estamos sumamente agotados pero seguimos estando ahí, donde está nuestro compromiso, que es con los pacientes. Ahora quedan otros desafíos porque la segunda ola depende de cómo se puedan gestionar las estrategias de vacunación de la población. Yo no creo que tenga las dimensiones de lo que fue la ola de agosto-septiembre. Con respecto a cómo lidié con el estrés, la respuesta es siempre mi familia. Mucho de lo que hago, es por ellos.