Bajan de los micros, a borbotones. Cargados como Ekeko, el dios de la abundancia, llegan a Gesell
con sobredosis de entusiasmo. Son pibes de 16 a 20 años que se ilusionan con su viaje iniciático,
lejos del control paterno.
Adolescentes, de casi todo el país, llegan de a miles, y las plazas para
alojarlos, en pleno enero, son pocas y caras. La modalidad de reserva previa, electrónica o
telefónica, a la hora de confirmarla in situ puede llevar a sorpresas.
Como les pasó a una banda de siete rosarinos llegados a la Villa el 4
enero: “Alquilamos para los siete (todos de 18 años) desde Rosario, anticipamos una seña de
350 pesos, pero cuando llegamos había cuatro camas y ni un lugar más dónde meter nada”, contó
Juan Montenegro.
Los rosarinos, todos amigos del Normal 1 y primerizos en esto de
vacacionar sin papá ni mamá, dijeron no, gracias, y emprendieron una nueva búsqueda. Salieron a
trajinar por las calles de arena, desde ya, con 350 pesos menos en el bolsillo.
Recalaron en una ex vivienda que ofrece apenas dos ambientes, cocina y
baño en unos cuarenta metros cuadrados. En la puerta todavía sobrevive una placa que fue dorada y
que aún anuncia un nombre propio subrayado por la leyenda “Abogado”. La ex vivienda,
luego estudio, estaba deshabitada desde hacía 10 años, según se enteraron después los pibes, una
vez que habían cerrado trato, y abonado tres mil pesos por 12 días de estadía.
El departamento de la avenida 6 y paseo 107 exhibe deterioro en pisos,
paredes, ventanas y siete lechos andrajosos, que a pesar de los pesares, repara, apenas, el sueño
de los pibes. Guido, un chico rosarino del grupo muy esmerado por la estética personal, llegó a
Gesell con una prenda que nunca pudo usar. “Me traje la bata blanca, de salida del baño. Ahí
quedó la bata, te imaginás, un baño para siete y todo amontonado, no estoy para la bata”,
explicó.
Los chicos de Rosario, contra viento y marea, de todos modos, le ponen
buena cara a Gesell. “Acá la noche está muy buena, podés salir todos los días”,
detectaron y tratan de llevarlo a la práctica.
Otro grupo de chicos menores de 20, del barrio de Lugano de la Capital
Federal, llegaron a Gesell a pasar sólo cinco días. Son cuatro, de entre 19 y 20 años, y eligieron
instalarse en el tradicional Camping Caravan de Gesell, abierto ininterrumpidamente desde hace 35
años en la zona del pinar.
Códigos. “Venimos acá porque hay códigos, la gente te presta lo que necesites, es un
clima solidario el del camping”, contó Manuel Barrera, que trabaja en atención telefónica y
goza con sus amigos de sus segundas vacaciones sin adultos.
“Venimos al camping porque acá aprendés a resolver las comidas,
manejar los espacios, la relación entre nosotros y la solidaridad con los vecinos. Está bueno,
estamos en medio de una naturaleza espectacular”, contó Martín Zarzuela, que logró unos días
de vacaciones en su trabajo como cajero del Easy.
Porteños y rosarinos coinciden en la adoración por las salidas nocturnas
de Gesell. “En cinco días dormí 11 horas”, contó uno de los porteños de Lugano, que
pagan 100 pesos por jornada por un ocupar un predio donde instalaron dos carpas y gozan de los
servicios completos del camping. Los rosarinos, en cambio, dijeron “no nos sentimos
preparados para ir a un camping, se requiere un conocimiento y elementos que no tenemos”.
Para los chicos primerizos, en plena temporada, en Gesell, se tienden
algunas trampas y varios abusos. Por lo general, los que se ingenian para emprender el desafío del
campamento organizado, y el clima los acompaña, conectan con otra lógica de las vacaciones, crecen,
aprenden, y aunque tengan que cargarse como Ekeko, evitan el zarpazo abusivo. l