Hace 40 años se consumó una de las epopeyas más asombrosas del olimpismo: una niña rumana, de 14 años, Nadia Comaneci, alcanzó por primera vez la calificación perfecta para una prueba de gimnasia.
Hace 40 años se consumó una de las epopeyas más asombrosas del olimpismo: una niña rumana, de 14 años, Nadia Comaneci, alcanzó por primera vez la calificación perfecta para una prueba de gimnasia.
Fue el 18 de julio de 1976 en los Juegos de Montreal cuando aquella adolescente desconocida regaló acrobacias en la barras paralelas asimétricas, tal como si fuera de goma, hasta promover un puntaje de 10 que demoró algunos minutos en subir al tablero.
Una vez que Comaneci concluyó con una rutina de singular belleza, el público asistente daba por descontado el 10, pero en principio el tablero reflejó apenas un 1.00. ¿Qué había pasado? Que hasta entonces la máxima calificación obtenida en gimnasia era de 9.95, nadie había siquiera rozado el 10, pero tras unos minutos de confusión y deliberación los miembros del jurado confirmaron que la prodigiosa rumana había roto todos los manuales.
Los 18 mil espectadores que había en el fórum de Montreal celebraron de forma entusiasta.
Comaneci se fue de Canadá con cinco medallas en el bolso, tres doradas (en concurso completo individual, en barras asimétricas y en viga de equilibrio), una de plata (concurso completo por equipos) y una de bronce (ejercicios de suelo), pero su momento cumbre, el que condensó su condición de deportista mayúscula, fue el del 18 de julio.
Comaneci recuerda que fue todo muy rápido y que en circunstancias normales ni se hubiera fijado en el error en el tablero, pero le prestó una especial atención al notar movimientos inusuales en el público.
Hoy, con 54 años y residiendo desde 1989 en los Estados Unidos tras desertar de Rumania, hace notar que a la rutina de las mejores gimnastas dispensaban a las barras paralelas asimétricas ella añadió "un toque Nadia".
Acerca de esa rutina de 20 segundos con el puntaje perfecto que la catapultó a la fama, recordó que "pese a que es muy rápida, vas movimiento tras movimiento, segundo tras segundo, y parece que pasara en cámara lenta".
"Yo no era de las que miraba el marcador inmediatamente después de una rutina pero recuerdo que hubo un increíble ruido" cuando terminó su fantástica intervención.
"Incluso en ese momento no estaba segura de los que estaba pasando porque el marcador sólo tenía tres dígitos y lo que mostraba era 1.00. No había espacio para un 10. Para mí era lo máximo. No podías hacerlo mejor que eso", subrayó.
"Cuando salí de Rumania dije que esperaba ganar una medalla y si era posible una de oro", contó al gimnasta rumana que en 1989 desertó y se radicó en Estados Unidos. "Sabía que tenía la capacidad de lograr una rutina perfecta, pero prepararte para ello en un entrenamiento y hacerlo enfrente de 15.000 personas son dos cosas diferentes. Cuando lo pienso creo que fue mi edad lo que me ayudó porque no sabes mucho cuando eres una niña. No tienes miedo. También fui sin saber qué había afuera del mundo de la gimnasia, por lo que no tenía la presión que tienen los principales atletas antes de las grandes competencias".
"Llevaba goma de mascar". "La gimnasia fue mi manera de viajar y ver gran parte del mundo. Aprendí inglés y francés cuando era joven. Cuando volvía de las competiciones, llevaba a nuestros vecinos con las cosas que no teníamos en Rumania, como goma de mascar con sabor a fresa", recuerda entre risas.
Comaneci es ahora una de las embajadoras de los premios Laureus del deporte. No será posible romper su extraordinaria marca. La Federación Internacional de Gimnasia modificó el sistema de puntuación en 2006, dividiendo la decisión de los jueces entre dificultad de la rutina y nivel de la ejecución.
Piensa que su marca de 1976 "hizo que muchos chicos y chicas empezaran a hacer gimnasia. Casi todos los días de mi vida me encuentro con alguien que me dice que sus hijos empezaron a hacer gimnasia por eso. Incluso muchas chicas me dicen que se llaman Nadia por mí. Así es como se motivan los jóvenes, viendo a otra gente, a otros deportistas, logrando cosas grandes".
Vive en Oklahoma con su marido Bart Conner y su hijo Dylan de 10 años. Tiene un gimnasio en el que aún sigue practicando algunas rutinas. "Pero lo hago cuando no hay nadie, cuando nadie me está viendo", señala riendo.
Por Mario Candioti